El Comendador Mendoza Obras Completas Tomo VII
el P. Jacinto, se realizó la entrada solemne
n el P. Jacinto y con otros amigos de la infancia, que le estaban aguardando. Entre ellos sobresalía el tío Gorico, maestro pellejero, hábil fabricador de corambres y notabilísimo en el difícil arte de e
omar la aurora por el estrecho horizonte de Villabermeja el tío Gorico, según su expresión, mataba el gusanillo, resultaba que casi todo el día estaba
lo interno de su alma y los tesoros de su memoria como al través de un vidrio mágico. Jamás llegaba á la embriaguez completa; y una vez sola, decía él había tenido en toda su vida alferecía en las pi
ica de un buen actor. Pero en lo que más se lucía, arrancando gritos de entusiasmo, era cuando ofrecía á Isaac al Todopoderoso antes de sacrificarle. Isaac era un chiquillo de diez a?os lo menos. Con la mano derecha el tío Gorico le levantaba hacia el cielo, y así, extendido el brazo, como si no fuera de hueso y carne, sino de acero firmísimo, permanecía catorce ó quince minutos. Luego venía el momento de las más vivas emociones; el terror trágico en toda su fuerza. Abraham ataba al chiquil
detente,
á tu hi
tá mi Dio
buena v
ijo, con lo demás del paso, lo ejecuta
ro para que fuese á hacer de Abraham á otras poblaciones; pero él
ién de verse entre los compa?eros de su infancia, emprendieron á caballo el viaje á Villabermeja, que, con madrugar y picar
de la chacha Ramoncica, recibieron con júbilo, con abrazos y otras mil muestras de cari?o al Comendador, quien ya tenía por suya la casa sol
popularidad de lo que creía. Vinieron á verle todos los frailes, desde los más encopetados hasta los
los grandes apuros en que estuvo aquella noche la chacha Ramoncica cuando volvió á su casa, cavilando qué sería lo que su sobrino le había pedido para el festín, y que ella ansiaba que le sirviesen, á fin de darle gusto en todo. El vocablo, para ella inaudito, c
faela? -preguntó
ela co
ué ha de se
chacha Ramoncica echó aquel
ue de sus viajes había traído, y que había mandado por delante de él con su criado de más confianza. Hasta la extra?a fisonomía de éste, que era un indio, pasmó á los bermejinos, con deleite y satisfacción de D
, tal vanidad es más común de lo que se cree. ?á quién no le agrada, cuando vuelve al lugar de su nacim
campanillas, cifraba su mayor deleite en mandar á su pueblo todos los a?os un ejemplar de la Guía de forasteros, con registro en las varias páginas en que estaba estampado su
s que fuese siempre creído en cuanto refirió. Los lugare?os son maliciosos y desconfiados; suelen tener un criterio allá á su manera, y á menudo las cosas más ciertas les parecen falsas ó inverosímiles, y las mentiras, por el contrario, muy conformes con la verdad. Recuerdo que un mayordomo
ra esa? -le
pondió,- hay un monte que
erdad, dejar de ser creído en algo, sin que sus paisanos se atreviesen á decirle
itar y recordar los sitios más queridos y frecuentados de su ni?ez, y aquéllos en que le había ocurrido algo memorable. Estuvo en el Retamal y en el Llanete, que está junto, donde le descalabraron dos veces;
rrellanándose en ella, por decirlo así, poniendo en orden los mueb
nto; y al cabo D. Fadrique quedó instalado, forjándose un retiro, rústico