El Comendador Mendoza Obras Completas Tomo VII
dador, fué hermano de don José, el mayorazgo, abuelo de nu
Fadriqu
ilmente se perdona, cuando se entrevé que no proviene de ligereza, sino de tener un hombre el espíritu tan serio, que apenas halla cosa te
dición, era un hombre de este géne
os, que hacen reir á los demás, y sin quererlo son jocosos. á otra clase, que siempre cuenta pocos individuos, es á la que pertenecía D. Fad
en la insolencia ó en la crueldad, ni se ensa?aba en da?o del prójimo. Sus burla
ndición: la falta de respeto. Como veía lo ridículo y lo cómico en todo, resultaba que nada ó c
r eso dejaba de conocer y aun de decir en confianza, cuando recordaba á su padre, después de muerto, que, si bien había sido u
adrique varias anécdotas, entre las cuales
que así se llamaba su padre, se complacía en que su hijo luciese su h
ido nunca decir, y donde he puesto la escena de mi Pepita Jiménez. Para la mejor inteligencia de todo, y á fin de evitar perí
taba muy espigado. Como iba de visitas de ceremonia, lucía casaca y chupa de damasco encarnado con
quiso que su hijo le acompa?ase en todo su esplendor. El muchacho iba contentísimo de verse tan guapo y con traje tan se?oril y lujoso. Pero la misma
viuda, que tenía dos hijas doncellas, se habló del ni?o Fadrique y de
le, entre la palmeta y el barbero. Ya Vds. sabrán que en esa edad se ponen los chicos muy empalagosos, porque
bailar, repitieron sus instancias, y una de las doncellas tom
dijo D. Diego, no b
e el bolero y la casaca. Es de advertir que en aquel día D. Fadrique llevaba casaca por primera vez: estrenaba la prenda, si puede calificarse de estreno el
repitió D. Diego, b
puesto casaca como su hijo. D. Diego iba todo de estezado, con botas y espuelas, y en la mano llevaba
cera vez, notándose ya en su voz cierta alt
D. Diego de la autoridad paterna, qu
la hidalga viuda.- El ni?o está can
baila
le veremos, -dijo la
a -repitió D. Dieg
casaca, -respon
iego prescindió de l
aré á los Toribios: baila ó te desuell
la miró de modo tan terrible, que ella tuvo miedo de que la hiciese
ecibir ocho ó diez latigaz
abía pegado, y ofreciéndose á su fantasía de un modo cómico toda la escena, y viéndose él mismo bail
aplaudiero
.- ?Por vida del diablo! ?
stá visto: yo necesitaba hoy de
asaca te va que ni pintada, y el bolero clásico y de buena escuela es un baile
ó el lance
. Fadrique en otras tantas visitas,
amor la anécdota del bolero, y que lloraba de ternura filial y reía al mismo tiempo, diciendo mi padre era un vándalo, cuando se acordaba de él, dándole
o esto algo de orgullo
drique casi sonaba en s
n el lugar y del mismo
, hubiera sido
ró en el lugar muchos a?os después d
do criado y mimado por una tía solterona, que vivía
etía en mimos y en halagos con la chacha Victoria. Llamábase esta otra tía la chacha Ramoncica. D. Fadrique era el ojito
se parecían en algo y s
las damas que retratan Quevedo, Tirso y Calderón en sus obras, habían caído en el extremo contrario de empe?arse en que las mujeres no aprendiesen nada. La ciencia en la mujer hubo de considerarse como un manantial de perversión. Así es que en los lugares, en las familias acomodadas y nobles, cuando eran religiosas y morigeradas, se educaban l
cado así. La diversa condición y carácter de c
. á fuerza de deletrear, llegó á leer casi de corrido cuando estaba ya muy granada; y sus lecturas no fueron sólo de vidas de santos, sino
es: -?Qué mundo éste! -?Lo que ve el que vive!- La chacha Victoria se sentía como hastiada y fatigada de haber vis
ue no lo era entonces; pero los dos amantes, tan hidalgos como pobres, no se podían casar por falta de dinero. Formaron, pues, el firme propósito de seguir amándose, se juraron constancia eterna y decidieron aguardar para la boda á que l
ventana con la chacha Victoria, y se decían ambos mil ternuras. En las largas ausencias se es
or fué su maestro de escuela, y le ense?ó á trazar unos garrapatos anárquicos y
y otras más largas temporadas de estar ausentes, comunicándose po
, se fué á la guerra de Italia. Desde allí venían las cartas muy de tarde en tarde. A
á Espa?a; pero nuestro cadete, que había esperado volver de capitán, no parecía ni
iguar el golpe, dió á la chacha Victoria la triste noticia de que el cadete, cuando iba ya á ver colmados sus deseos, cuando
regar al asistente, para que trajese á su querida Victoria, un rizo rubio que de ella lle
o cumplió fielm
ndo fiel á su memoria y llorándole á veces. Cuanto había de amor en su alma fué consumiéndose en devociones y transformándose en
nstintiva le hizo comprender, desde que tenía quince a?os, que no había nacido para el amor. Si algo del amor con que aman las mujeres á los hombre
a, le hacían compa?ía media docena de gatos, dos ó tres perros y un grajo, que poseía varias habilidades. Te
do ésta vivía aún en casa de sus padres, siguió sirviéndola toda la vida.
hacha, y, hasta por imitarla
que era una se?ora de muy cortas luces. Rafaela, por el contrario, sobre ser fea,
n la jerarquía social, se identificaron por tal arte, que se diría que no hab
uísimo. Un vestido, una saya, una basqui?a, cualquiera otra prenda, duraba a?os y a?os sobre el cuerpo de la
conservaban, como por encanto, con un l
parte. Iba, pues, acumulando y atesorando, y pronto tuvo fama de rica. Sin embargo, jamás se sentía con valor de ser des
D. Fadrique, quedaban al cuidado de la chacha Victoria y del P. Jacinto, fraile dominico, que pas
mado con locura de ambas chachas, del feroz D. Diego y del ya citado P. Jacinto, quien apenas tendría treinta y seis a?os de edad
l convento á ayudar á misa, ó empleaba su tiempo en otras tareas tranqu
a Victoria hacía estos arreglos y traspasos. Ya hemos hablado de la casaca y de la chupa encarnadas, que vinieron á ser memorables por el lance del bolero; pero mucho antes había heredado D. F
yó. D. Fadrique, cabeza de motín y de bando entre los muchachos más desatinados del pueblo, se diría que llev
es haciendo pruebas análogas á las que hizo Gedeón para elegir ó desechar á sus soldados. De esta suerte logró D. Fadr
lugar. Este partido era de más gente; pero, así por las prendas personales del capitán, co
y luchando á brazo partido, ya en pedreas, de que era teatr
lo cierto que no bien corría la voz de que la capa-paloma iba por el Retamal abajo, las calles y las p
poco y se ponían en un momento en vergonzosa fuga: pero como D. Fadrique se aventuraba siempre más de lo que co
cho con unas tijeras, se había quemado una mano y se había dislocado un brazo: pero de todos estos percances salía al cabo sano y salvo, merced á su robustez y á los cuidado