El Comendador Mendoza Obras Completas Tomo VII
mi vida donde pasé los mejores a?os y los más inocentes de ella (?buena inocencia era la mía!), jugando al hoyuelo, á las
inando por esos mundos, y de que ahora son otras mis aficiones y muy diversos mis cuida
eporte algunas ventajas. He hecho dinero y emplearé ahí mucha parte en fomentar la agricultura. El vino
á la malilla y al tute, disputando sobre nuestras no muy concordes teologías, y ref
á cazar perdices. Tengo dos magníficas escopetas inglesas, que compré en Calcuta, y con las cuales he cazado tigres, tan grandes algunos de ellos como borri
nfantiles. Hemos de volver al Pozo de la Solana, como hace cuarenta a?os, á cazar colorines y otr
oquerones con chocolate, torta-maimón, gazpacho, longanizas y los demás primores de cocina y repostería con que suelen regalarse los sibaritas bermejinos. No por eso romperé con la costumbre contraída en otras tierras, sino que pienso llevar en mí compa?ía á un gabacho que he traí
e catador; que V. tenía un paladar muy fino y una nariz delicadísima. Espero, pues, que ha de comprender y estima
s mismos muebles, la misma criada Rafaela, y hasta el grajo, bien sea el mismo también, que por milagro de nuest
ros, yo quería más á la pobre chacha Victoria. ?Qué noble mujer aquélla! Aseguro á V.
Ella era muy devota, había sido una santa y seguía en opinión de tal, porque procedimos siempre con cautela y recato. Sin embargo, en el fondo de su atribulada conciencia, en lo profundo de su mente, orgullosa y fanática á la vez, sentía vergüenza de haber humillado ante mí su soberbia y de haberse rendido á mi voluntad, y tenía miedo y horror de haber dejado por mí el buen camino, ofendiendo á Dios y faltand
ria joven. Si le hubiera alcanzado, poco tierno soy de corazón, pero no lo dude V., hubiera muerto bendiciénd
ocedad, y no hay que
ido, si bien con desenga?o a
iro á Villabermeja; pero no para hacer penitencia, sino para darme una vida regalada, tranquila, llena de orden y bienestar, cuidándome mucho y viendo lo que dura un Comendador Mendoza bien conservado. Hasta ahora lo
ideas y doctrinas, si bien no ha
or inmensa que sea, supongo en esta vida que vivimos, por más que sirva para ganar la otra, un fin y un propósito en sí, y no sólo el ultramundano. Este fin, este propósito es ir caminando hacia la perfección, y sin alcanzarla aquí nunca, acercarse cada vez más á ell
tado en nuestros días, es, á mi ver, la libertad. La condición má
su Asamblea Constituyente, que propendía á realizar esto
á ba?arme en la luz inmortal de la gran revolución y á encender mi entusiasmo en el sagr
evolución contra los reyes de Europa coligados no podían admirarme. No me parecían la defensa serena del que confía en su valor y en su derecho, sino el brío febril de la locura, excitada por la embriaguez de la sangre y por medio de asesinatos horribles. París se me antojaba el infierno, y no atino ahora á comprender cómo permanecí tanto tiempo en él. Todo estaba trocado: la brutalidad se l
nciar una abominable y bárbara trajedia, aquí me encontré en un grote
o progreso. Lo que hice fué reconocer mi error en cálculos de cronología, para
delantamiento para las sociedades, que yo fantaseaba como inmediato, se hun
he resuelto refugiarme en la contemplación; y á fin de gozar del espectáculo de las cosas humanas, mezclándo
va á vivir á la vecina ciudad, donde ya tiene casa tomada, y á mí me deja á mis anchas y solo en la
que dice ó corte ó cort
o quiero ciudad de p
ar como garbanzo en olla; pero se llenarán algunos
y digo vamos, porque supongo y espe
o á caballo, á visitar á mi hermano y á su familia, en la ciudad cercana, la cual, á pesar de su po
ento para escapar de esta confusión ridícula de la corte, y poder