Se encuentra aún en su casa cuando recibe aquella sorpresiva llamada.
En la mañana el clima ha mejorado y el sol está radiante, por lo que se dispone a dar un paseo. Las calles se hallan llenas de agua por la intensidad de las recientes lluvias.
Sarah enciende el coche y conduce alrededor de cuarenta minutos. Se dirige en dirección norte, donde se ubican las playas oceánicas de la isla.
Maneja con cuidado y le cuesta transitar por las vías anegadas. Los recuerdos vienen a su memoria, uno a uno. Las cosas no han cambiado mucho —pensó.
Solo algunas calles están asfaltadas, las otras siguen siendo de tierra, por lo que se hacen intransitables en tiempo de lluvia. Sarah tiene muchos años que no circula por la zona. No obstante, llega sin dificultad.
Busca la calle donde está la antigua iglesia. El paisaje la deja embelesada: flores, helechos y árboles frutales se observan dentro del espeso follaje al pie de la montaña.
Continúa conduciendo por la carretera que ya está asfaltada bordeando las faldas del Guayamurí hasta llegar a una casa color ocre.
A partir de allí, el camino es de tierra, tanto si sigue recto hacia el cerro como si cruza a la izquierda. Ese es el lugar que busca y se detiene a mirar, al tiempo que se sobresalta por la presencia de un hombre moreno que sale de aquel camino. Usa un jean gastado y lleva un machete en su mano derecha, con su torso desnudo que deja ver su musculatura.
Ella está sorprendida y nerviosa, pero debe afrontar la situación o regresar. Es la única persona que se ha tropezado en los últimos kilómetros recorridos. De inmediato piensa en entablar conversación con él, antes de descender del vehículo.
—No me bajaré hasta estar segura de que este hombre no representa peligro —se dice, mientras abre la ventanilla para conversar con él.
Se estaciona en la esquina por recomendación del desconocido, que se presenta como Cristian.
Sarah sabe que es un punto seguro porque a lo largo de veinte años la gente de la iglesia ha aparcado sus carros allí sin novedad alguna, pero finge no estar al tanto.
Le dice que se dirige hacia la propiedad de Sandro, que queda bajando a la izquierda. Cristian contesta, con amabilidad, indicando que vive al final del camino y que, en cinco años, no ha escuchado nada al respecto; sin embargo, admite conocer a Joaquín, el dueño de la casa donde está aparcando su coche.
Sarah es solitaria y tiene pocos amigos. Adicional a ello, quedo huérfana de padre y creció con una madre ausente, por lo que le toco vivir sola desde los 21 años, luego de su primera separación. Hasta el momento lleva dos divorcios y se ocupa de criar a sus hijos sola, situación que le ha dado la paciencia necesaria para actuar con cautela.
Su casa está en la ciudad, próxima al mar y cerca de la zona comercial. Gusta de la vida tranquila, cocinar y mantener su vivienda limpia, con la menor cantidad de muebles posible.
Pasa los últimos años instaurando un nuevo estilo de vida: deshaciéndose de las posesiones materiales, va saliendo de todo lo que ha acumulado durante años y solo deja lo que en verdad usa. Se considera una mujer decidida y distante que confía en su intuición. Sus pasatiempos consisten en practicar yoga, escribir y leer. Así pasa sus ratos libres, que son muy pocos.
La mayor parte del día, se dedica a investigar. El trabajo le absorbe mucho tiempo. Sobre todo cuando debe viajar. Ser escritora ha sido su deseo desde niña y lo disfruta al máximo.
Vuelve con una hermosa vista ante sus ojos. Dirige su mirada al cielo y observa las hermosas aves marinas. Ellas parecen suspendidas en el aire. No ve nubes, está claro lo que significa que esa tarde no lloverá.
Cristian comenta que dos días atrás, tuvo que remolcar un carro atascado en el fango. Sarah no quiere pasar por una situación así.
Con ayuda de Cristian logra ubicar el coche, bien próximo de la cerca de alfajor. La idea es no estorbar el paso de los vehículos, en el angosto sendero.
Se ocupa de cerrar su coche, agarra el morral y una vara larga para andar por el camino de tierra, mientras se despide de él.
Da cada paso, con mucho cuidado, de no resbalar. Procura pisar por las raíces y la arena seca, sorteando los baches del sendero. A pesar de ello, es inevitable que se dé un gran resbalón, logrando de nuevo el balance del cuerpo sin llegar a caer.
Recuerda que ha transitado ese camino, en las mismas circunstancias, se repite la historia. Sarah mira atrás, lleva unos minutos andando y voltea a ver la senda que ha recorrido. Siempre se pone nerviosa en lugares solitarios.
Hasta donde alcanza su vista puede ver solo tierra y vegetación abundante. Intenta llamar a su amiga Lucia, pero no responde.
Sigue caminando hasta que se ve pasando por la parte trasera de la residencia de Joaquín. Desde el sendero escucha música y el sonido del aire acondicionado encendido.