Ethan Madinson viajó desde Ontario Canadá hasta Santiago de Chile con el pretexto de adquirir un par de acciones que su modesto y adinerado padre estaba dispuesto a ofrecerle siempre y cuando pudiese hacerse cargo de dos de sus sucursales de mobiliaria para oficinas en la ciudad metropolitana y en el norte grande de Chile, sonreía frente al espejo al reconocer su capacidad para mentir, porque en realidad sus propósitos distaban mucho del deseo de convertirse en el sucesor de Muebles M&T.
La decisión de tomar el cargo que pretendían ofrecer a uno de sus empleados de confianza en la ciudad de Ontario sorprendió a su padre y lo llenó de júbilo al convencerse de que por fin su deseo se haría realidad. Siempre vio a su hijo como el heredero y Gerente de todas y cada una de sus oficinas mobiliarias en Chile, reconocía su talento artístico, pero también su gran habilidad matemática y lógica; el alto sentido común y su entereza para lograr lo que se propone. Él mismo se lo demostró cuando a los diecisiete años empacó maletas y un bolso gigante con todos los instrumentos musicales de cuerda y de viento que acumuló durante su infancia y que sembró en la entrada del despacho familiar mientras que con su otra mano le extendía la carta de aceptación de la prestigiosa universidad de Toronto. Lo había decidido. Iba a hacer realidad su sueño.
Siempre pensó en ello, pero en los últimos años albergaba la posibilidad de encontrar a su mejor amiga y llevársela con él. Lo habría hecho de no ser por esa repentina mudanza familiar que marcó su vida para siempre.
Su amiga representaba la bondad y algo en su corazón se agitaba cada vez que la pensaba. Se autoproclamó su protector y esa fama se propagó por mucho tiempo entre sus compañeros de clase desde que se fue de manos con el Benjamin Arrieta, el petulante hijo de un consorcio Brasileño después que insultase a su amiga por asistir a un colegio municipal y no a uno de elite como el suyo. Fue en el encuentro regional de ciencias, Madeline se mereció la participación por su proyecto de energías alternativas haciendo uso del aire seco.
Ella se desplazaba como gacela. El pasillo de eventos estaba aglutinado, las jóvenes lucían sus uniformes de gala distintivos de sus instituciones, Abir era una de las pocas participantes en representación de los municipales. Trabajo durante año y medio con el tutor de ciencias y éste había aprovechado su creatividad y sólidas bases en la materia para llegar a ese nivel, el punto más codiciado por un tutor y un estudiante. El premio era una merecida beca para la Universidad que cubriría desde los calcetines hasta el gancho que usase en su cabello, además todos y cada uno de los gastos administrativos y de hospedaje durante la corta vida universitaria. Una gran oportunidad para lo cual su amiga había luchado incansable, así que cuando el Benjamín Arrieta se lució en frente de sus amigos con los comentarios despectivos se lo pensó muy bien para no romperle la cara y perjudicar a su amiga, mientras dejaba bien claro que esa linda chica de las coletas caídas, tenía guardaespaldas. Y quiso convencer a todos de que haría a la perfección su trabajo.
Fue a la hora del cierre del evento. Su amiga había triunfado y gozaba del primer lugar. Pensó que eso era suficiente para taparle la boca a un vanidoso como su compañero, pero cuando éste se abrió paso tras la multitud que salía para alinearse al paso de su amiga, meter su pierna y empujarla con un disimulo enfermizo para lanzarla de bruces al pavimento, ¡era lo último! Ethan no lo pensó para lanzarse contra él en medio de una multitud alborotada ante la sorpresa de lo ocurrido. Fue tan rápido y certero que bastó un par de puños para dejarlo sangrando sobre la acera, mientras él corría a terminar de poner en pie a su amiga.
La sujetó de la cintura constatando su bienestar. Volteó la vista al culpable de su caída
—¿Ya ves que Abir se llevo el primer lugar y es de una Municipal?. Que te duela, Benjamín. No todos los ricachones tienen cerebro, recuérdalo muy bien. Tu posición económica solo fue un golpe de suerte. ¡Ya verás cuando en unos años, mi amiga doble tu fortuna, miserable!
Y así fue. Abir Abdallah Taylor resoplaba desde el hemisferio sur hasta el norte por la altivez y alcance de su mercado digital. La beca de ciencias fue solo un eslabón a su crecimiento, pero en el fondo no deseaba estar de cabeza en un laboratorio. Prefería los negocios. Luego de mucho esfuerzo una sola mujer había logrado lo que todos los hombres de la familia Madison no alcanzaron: Posicionar Muebles M&T en todo el mundo. Chile había sido solo una catapulta a su verdadero negocio. ¡No lo podía creer!. La recuerda como la jovencita que creció en las instalaciones de su empresa, frente a su imponente cortina metálica y la gran fachada blanca con grandes ventanales desde donde, y sin que ella se diese cuenta, la observaba. Tendría, quizá dos años menos que Ethan. Desde que era un niño la veía desde la vasta oficina de su padre y abuelo, siempre mirándola al frente mientras él jugaba con un móvil propio de su época, un nintendo o leía un libro, temeroso de que su mamá descubriese que habría ensuciado su impecable traje, mientras él se divertía ella trapeaba, recogía maderas y cargaba muebles con su padre. Curiosamente lucía muy feliz. En algunas ocasiones la observaba acomodarse los guantes gruesos para levantar trozos de metal galvanizado que pronto su padre emplearía para fabricar mobiliaria para el hogar. También era habilosa con las computadoras a pesar de que no solía jugar con videojuegos, la muy astuta supo ganarle en una ocasión en que la reto a un combate virtual. Debió ser muy talentosa porque escuchaba a los vecinos comentar sobre los mejores promedios del colegio municipal del barrio. Por dato curioso ella solía llevarse el primer lugar. Como su padre era extranjero, igual que el suyo, dominaba a la perfección el árabe, el inglés y para desdicha suya también el francés y lo supo desgraciadamente, una tarde en que desde el ventanal de la oficina lanzó un avión de papel con tal ímpetu como para resistir el viento y que llegase hasta sus pies, aprisa cerró la ventana y se escondió tras la pared y un pilar. Su corazón agitado llamó la atención de su padre quien no dejaba de teclear algo en la computadora. Tendría doce años Ethan y a ella, la veía de su edad. Quería verla como él. Esa misma tarde descubrió que hablaba y escribía francés porque la muy desdichada había respondido una oración de agradecimiento que sonó hermosa en sus labios en puro fonética francesa en voz alta como si adivinase que su emisor se ocultaba tras las paredes blancas.
«¿Acaso va a un privado esta niña?», se refería al colegio en donde asistía, sabía que era un municipal y nada que ver con ser bilingües.
***
El tiempo pasó. Él terminó sus estudios en Canadá, ella en Chile. Y no volvió a saber de ella hasta que esa tarde del mes de enero del 2014 arribó al aeropuerto de Santiago “Arturo Merino Benítez”.
Se había hecho todo un hombre, atrás quedaba esa panza regordeta tras un traje fino, ahora su traje impecable vestía a un corpulento joven de dos décadas y medias que había vivido más que un hombre de cuarenta y no era con referencia a las fiestas o parrandas sino a la experiencia laboral y académica a la que se había insertó. Sus manos robustas, pero sutiles no renunciaban al divino arte de la música. Cada vez que daba un concierto seducía con el tacto en el violonchelo y enamoraba con cada nota musical. Chopran, Vivaldi o Bethoven volvían a la vida al tacto de su instrumento. Sus ojos negros brillaban como dos piedras de azabache y su lampiño rostro de rasgos rectos ansiaban encontrarse frente a frente con la mujer que había adquirido casi el total de las acciones de Mueble M&T. Su Familia tuvo suerte de quedarse con unas cuantas acciones, y no iba a renunciar a ellas por nada del mundo. Claro, que Ethan Madinson no las necesitaba. Su propia fortuna podía triplicar esa empresa, pero lo intrigaba descubrir las razones por las que su mejor amiga de la adolescencia y parte de su infancia pudo llegar a ser dueña de un imperio mobiliario nacional e internacional. Se la imaginó como antes, con sus mejillas blancas como la leche, su sonrisa de ángel caído del cielo y esas dos coletas ridículas que en realidad le quedaban hermosas. ¿Será tan hermosa como dicen los medios locales? ¿o es solo una exageración propia de la diplomacia social?. Ethan Madinson se mordía los labios de deseo por verse cara a cara con ella, la niña que solía ver desde su ventana y que se había convertido en su propio sueño de cama.
I Capítulo
El piloto acababa de tomar el intercomunicador para dar el anuncio de aterrizaje a los pasajeros, la cordial bienvenida a territorio Chileno, el peculiar agradecimiento por su preferencia y un hermoso deseo para el disfrute de su arribo. De inmediato las luces de neón de los pasillos, cabinas, entre otras se encendieron. Los pasajeros empezaron a removerse en sus asientos, los más presurosos desabrocharon sus cinturones y empezaron a recoger sus pertenencias; un señor obeso se dedicó a recoger y apilar el montón de revistas turísticas impresas en francés. El viaje fue extenuante a pesar de tener el privilegio de viajar en la cabina de primera clase. Para Ethan Madinson la privacidad resultaba importante. Su asiento era preferencial entre los VIP y no contaba con compañía. Solo trajo consigo un portafolio de cuero que extrajo de la cabina superior. Una hermosa aeromoza le colaboró en el descenso, le sonrió y con una de sus manos en el hombro le manifestó el agrado de su compañía con la Aerolínea Air Canadá. Su elegante traje rezuma la exquisita vainilla de Madagascar combinada en un maravilloso elixir propio de la canela de Sri Lanka que Nicole Mather, la cotizada perfumista, creó y vistió en un frasco de suntuosos metales con diamantes. Una fragancia única e irresistible con la que cualquier humilde persona podría remodelar su casa por completo. Se caracterizaba por sus exigentes gustos, afinidades intensas, deportes extremos y la poesía del violonchelo en carne propia. Amante sin duda alguna, capaz de conquistar los corazones más indomables y seductor con experiencia en el qué hacer bajo las sábanas, estaba dispuesto a bajar peldaños, descender hasta la plataforma, nada ínfima, de quien fue su vecina y ahora, rival y socia de los negocios de su familia. Abir Abdallah Taylor siempre estuvo en su mente. Su padre, Don Hafid Abdallah nunca le permitió fraternizar más allá de la acera del frente de su negocio, desde donde la contemplaba cada vez que podía. Había llegado a Chile por las referencias de una amiga de su esposa, la madre de Abir. Carolina mantuvo años de comunicación alimentando una amistad de infancia que realmente duró lo que duran los tulipanes en florecer. Una amistad que para la señora Taylor era muy valiosa. Cuando su esposo perdió parte de su dinero en una mala inversión, su amiga comenzó a distanciarse. El trámite migratorio llevaba su tiempo y sin un documento de residencia que respaldará sus actividades las vicisitudes crecieron. La amiga quien antes apreciaba empezó a justificar sus ausencias hasta reprocharle que con su llegada estaba poniendo en riesgo el bienestar de su familia. El último de sus préstamos no pudo ser cubierto dentro de las fechas estimadas y el cobro consecuente de su amiga los estaba enloqueciendo, a tal punto que la señora Taylor cayó en profunda depresión y consideró el suicidio como parte de su salida. Una tarde recibió una llamada de su antiguo empleador en Londres, era el momento de recibir su viejo pago, pero debía ser transferido a una cuenta bancaria y sin documentación le era imposible contar con la apertura de una, así que invitó su amiga a casa. Quizá, está vez pudiese ayudarle. Su visita y trato frío y distante le entristeció. Incluso dudó en solicitar su apoyo. Pero no contaba con nadie más. Mantuvo la mirada fija en el cristal de la ventana y por intervalos sacaba las manos de los bolsillos del pantalón para acariciar la cortina traslucida que según ella misma, había cocido, bordado y atada con bellos lazos de satén para su arribo. Era su forma de darle la bienvenida. Ese gesto le llenó el alma como tanto se llena el estomago de un hambriento vagabundo con tan solo un trozo de pan. Esa noche durmió con el corazón rebosante de alegría al saber que su gran amiga se había tomado el tiempo para confeccionar un detalle tan bello. Las cortinas de seda se convirtieron en su pañuelo de lágrimas cada vez que las cosas salían mal. Olía a primavera cada hilo y en ella saltaban los recuerdos de una infancia alrededor de árboles, de arañas e insectos, de sueños y planes, de letras y canciones. Rondas infantiles alrededor del árbol de mango con las que sonreía al atisbarlas en sus sueños, promesas de infancia de una amistad eterna, cartas de viaje, telegramas atrapados en un pueblo en donde todo quedó en las murallas del tiempo. Le contaba anécdotas a su hija Abir y se mostraba como ejemplo de la amistad…«Fui la única de mi generación que uso el telégrafo y la única boba que se gastaba toda su mesada en diez palabritas para una amiga que vivía en el pedestal del mapamundi »decía sonriente la mamá de Abir. Y se justificaba.«Es que la ansiedad me quemaba. Es como cuando no has comido y tu estómago empieza a gruñir y pasadas las horas, te llega arder. Así, igualito era esperar seis meses para que mis cartas llegarán y otros seis para que ella contestará. ¡Bueno! A la final el telégrafo tampoco sirvió. Ella no podía contestar». Y se hundía en una sonrisa triste. Quizá Abir la entendía. Ella también se alegraba con las cartas que su amigo del frente le lanzaba desde la ventana. Y las esperaba con mucha ansiedad. Cuando escuchaba a su mamá recordaba las palabras del Principito, uno de sus cuentos preferidos y las murmuraba: “era más que un zorro semejante a cien mil otros, pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el mundo”. «Sí, hijita. Tal cual. Me deje domesticar por mi amiga y cuando tuvo que marchar, salí herida. ¡Tan Boba! Si así es la vida. ¿Has visto a alguien que se quede para siempre?».
***
El día de su visita, ella intuía que su amiga Anabella Taylor pediría su apoyo. Sabía que la única manera de no poder ayudarla era no contar con su documento de identificación Chilena, así que esa tarde, frente a la ventana, acariciando la sedosa cortina que ella misma había confeccionado se precipitó a contarle sobre la pérdida de su documento. Sin duda alguna la señora Taylor se sintió sin salida. Los negocios no resultaron como esperaban, los gastos los atormentaban, el arrendatario estaba molesto por los tres meses de atraso, su dispensa estaba vacía y el alma se le iba cada vez que inventaba una razón para continuar comiendo espaguetis al natural y bebiendo agua hervida porque el botellón de agua mineral se terminó, respiraba profundo, parpadeaba para no llorar, esa semana también debía enviar los útiles escolares y ese dinero que necesitaba recibir era su única salida.
—No sé en dónde deje mi cédula. Quizá lo perdí en la furgoneta del colegio en la última salida de campo o en la calle, por ahí. No lo sé. —Sacudió las manos y las volvió a hundir en los bolsillos traseros del jeans—debo tramitar un nuevo documento amiga y has de saber lo difícil que es la espera, pero lo más difícil es: que sin mi documento, estoy atada de manos. No puedo hacer nada. Ningún trámite. Ningún retiro. Nada amiga.
Apesadumbrada quiso asirse de las cortinas, debió quedar muerta porque ni el cristal se empañó con su aliento y solo volvió en sí tras unos segundos. Sonrió de nuevo, como siempre trató de sonreír. Ni los ladrillos más pesados le oprimirían el pecho. Respiró profundo, como si esa bocanada de aire le insuflara vida.
—¡Cuanto lo siento amiga! pero ten fe +en fe en que aparecerá. Lo que no sé es qué hacer, bien tu sabes que todo lo hago con tu run. Compras en el supermercado, pagos de servicio, arriendo y todas esas pequeñas cosas tan importantes.
—No olvides el pago del internet. Debe ser puntual, justo el día que corresponda, de lo contrario amiga, te comen los interés, y no me gustaría que mi esposo se enterase de que se cargan intereses a nuestra cuenta.
—No, Carolina, tranquila. Lo que menos deseo es perjudicarte. Es solo que, ¿recuerdas que te comenté que tenía unos cobros pendientes por mi trabajo en Londres?
Las manos abandonaron la rugosidad del jeans para retomar la sutileza de la seda y la belleza de la transparencia.
—Necesito una cuenta para transferir dos mil dólares.
De inmediato su semblante resplandeció. Las pupilas opacas que hace un momento estaban acunadas en unos parpados achinados, se dilataron. Un brillo apareció en ellos como quien ve por primera vez un amanecer.
—Pero tranquila, amiga. Da mi número de cuenta. Ya veremos qué hacer.
Por primera vez desde su arribo a Chile habló con tal vigorosidad que sintió cómo se hinchaban cada uno de sus alvéolos pulmonares.
—No, amiga. ¿Cómo cree? Me acaba de decir que te has quedado sin run. Sin eso no puede hacer nada. Estás tan indocumentada, como nosotros.
***
“Los amigos deben ser como la flor de cempasúchil, no solo guían al sendero de la luz sino que además brindan belleza a tus ojos y el mejor perfume a tus días”.
***
Ethan Madinson y Abir Abdallah Taylor cultivaron una bonita amistad. Incluso cuando ella cumplió los quince años se atrevió a visitar a Don Hafid Abdallah solicitando su permiso para dar una serenata en su cumpleaños.
—Tienes valor muchacho para venir hasta acá—continuó atornillando y ensamblando el mueble que tenía a sus pies—¿Tú padre sabes que has venido?
—No señor. Aprecio mucho a su hija y deseo…—se inquietó al ver que Don Hafid dejaba el destornillador eléctrico para escucharlo. Verlo frente a frente lo intimidaba—deseo tocar para ella esta noche.
—¿Y que qué tocarás?
—Si me lo permite, es una sorpresa.
De brazos cruzados apoyó la cóccix en un escritorio—¿Tú sabes que mi hija está amparada por nuestras costumbres y religión, verdad?
—No es musulmán señor. Aunque conozco poco de la religión Drusa, no veo nada de malo en mi deseo por hacerla feliz en su día.
—¿No temes morir muchacho? — Sonríe de buena gana—.
—Mi padre dice que los hombres no debemos temer, señor.
—Tú padre está equivocado. El hecho de ser varón no te convierte en Samson... —respiró profundo al observar como aquel joven le mantenía fija la mirada—Escucha Ethan, conozco a tu familia y a ti. Sé que eres un buen muchacho y también que eres el único amigo de Abir que no he podido espantar, ni siquiera con el cuento de haber amputado el brazo de uno que osó a tomar su mano —Ethan paso pasó un grueso trago por su garganta y la manzana de Adán se hizo perceptible. Continuó sosteniéndole la mirada—pero es bueno que sepas que cuando Abir culminé sus estudios, ella regresará a mi país y cumplirá su compromiso.
—¿Compromiso?
—Sí, Abir Abdullah será la esposa de un miembro de mi familia.
Don Abdullah parecía disfrutar la escena y saborear la ansiedad que le estaba causando a ese muchacho.
—Abir no merece eso.
—¿Qué quieres decir Ethan?
—Es una chica talentosa. No merece ser la esposa de alguien quien la destinará al servicio de un hogar.
—¡Por Dios! No sabes nada de nuestra cultura, de nuestras vidas…—un breve silencio ralentizo el tiempo— Lo mejor es que te marches y olvides por completo la idea tonta de venir a perturbar el día más importante de mi hija.
—Pronto las leyes me otorgarán el rol de hombre, hasta entonces vendré a conversar de amor y compromisos con usted Don Abdallah y le haré cambiar de idea.
—Por favor, qué dices: si en estos países el amor de un hombre por una mujer se desvanece como la luna; mucho más en estos países y esta juventud de hoy en día no sabe como hacer perdurar el amor por una mujer —Respiró profundó para serenarse— más, el amor de un hermano, ese amor, sí perdura. El amor de hermano es permanente como las estrellas. Es eterno. Ya pronto olvidaras todo. Irás a tu Universidad y harás tu vida. Y mi hija. Mi hija hará la suya.
—Entonces seré como un hermano para Abir don Abdallah, mientras usted me permite merecerme su aprecio.
Desde entonces verla fue una odisea. Y el día de su cumpleaños Don Abdallah lo recibió con una manguera de agua fría que lo baño de pies a cabeza. Por ella aprendió el arte de la cocotología quien se convirtió durante años en una manera de comunicación. Cisnes, tortugas y hermosos pegasos de papel que terminaba coloreando en el despacho de su padre, que nunca dejo de teclear; recibir y enviar mensajes digitales y físicos como soporte administrativo a lo que era la gran empresa familiar M&T Muebles. «¿Cómo llegó ella a ser dueña de casi toda la empresa?» Es algo que no dejó de preguntarse. No lo comprende., pero ¿Dedicarse a los negocios? ¿Y con tantas empresas en el mundo fijarse solo en la de su familia?... Nunca dudo de sus capacidades. Jamás. Recuerda con gracia la vez que en resolvió en menos de cinco minutos el cubo de Rubik 3 por 3. Lo resolvió con una gracia y una soltura única, como si lo hubiese hecho muchas veces antes. Sonrió complacida y alzó los hombros demostrando la simpleza del caso y terminó diciéndole que era un juego de niños. Tomó una cuerda con puños con contador manual y empezó a saltar como una gimnasta experta. ¡Diablos!, Si a esa edad pesaba cuatro veces lo que pesaba ella. Su panza de infante solía hacer volar los últimos botones de su camisa y su mamá vivía telefoneando a su amigo sastre para que viniese a confeccionarle sus propios trajes que además debían cubrir las exigencias sociales de los que a su parecer eran: aburridos encuentros.
***
Acababa de celebrar sus veinticinco años y a su memoria bailoteó el recuerdo del cumpleaños número doce. Quizá desde entonces don Habid Abdallah le hizo la cruz. Lo veía como todo un demonio. Se había atrevido a invitarla, a pesar de que su madre se negó a ello; como era su cumpleaños, su deseo fue cumplido. La fue a buscar con el chofer de la familia y había asistido con su padre, ambos elegantemente vestidos. Nunca supieron que tuvieron que adquirir un préstamo con el colombiano cuenta a gotas, como así le llaman en Chile a las personas de Colombia que trabajan como prestamistas. Su padre tenía buenas relaciones comerciales y sabía ganarse el aprecio de los demás. Sin duda alguna contaba con ellos en cualquier momento. Y el hecho de que una de las familias más ricas, o pitucas, como así suelen decirse en chile invitase a su hija al cumpleaños de alguien, era algo que no merecía menos, así que se gastó una fortuna en el mejor vestido de fiesta y zapatos dignos de una princesa que su bolsillo pudo conseguir. No sabía nada de estilos, así que le pidió a una de sus clientes quien con el tiempo había terminado siendo parte de la familia, la importante ayuda. Vistió como una princesa, zarcillos de plata con shawrosky, era lo más hermoso y al alcance de su bolsillo, hasta un delicioso perfume de niñas le compró para la ocasión. Su traje fue elegante y de buen valor, no lo volvió a usar hasta que su hija se había coronado en al mercado de los muebles. Fue el día en que la compra de las acciones de M& T se habrían concretado, realizadas de forma anónima y a cargo de un abogado de confianza. Realmente su presencia física no era frecuente. Implementaba equipos de supervisión remota en cada una de las plataformas de su negocio. Bastaba un móvil, un teclado y la conexión con un empleado de confianza para solventar y ejecutar acciones. En lo personal no se le conocía pretendientes. Sus padres se habían retirado de los negocios y gracias a todo el amor dado en su infancia ellos disfrutaron del descanso tan merecido de su propia jubilación, así que viajar era lo típico en ellos. Sin responsabilidades maritales podía dedicarse con plenitud a sus negocios y cada vez que sus arcas financieras ascendían un peldaño, su júbilo crecía, incluso apareció en la lista de Forbes de las mujeres jóvenes más adineradas, noticia que causaba revuelo al punto de mantener un avispero alborotado casi todo el tiempo, repleto de caza fortunas que no solo ansiaban meter mano a sus arcas sino que también deseaban llevarse a la cama a quien fuese considerada la solterona más deseada de todo Chile. Sus costumbres familiares se acoplaban perfectos perfectas a la nación que le había abierto las puertas, y ella, toda una reina con sus piernas esbeltas, perfiladas, perfectamente definidas en una estatura de miss universo se acoplaba a la contorneada cintura en forma de guitarra. Su cintura delgada y ese busto turgente que enloquecía a cualquiera junto a sus ojos negros que continuaban brillando como la noche y así, deseó, él, verlos siempre.
Al descender del avión sostuvo su portafolio en mano y a ella en su mente. Recordó que debía retirar la valija de viaje y se dispuso a ello en la espera de la banda de equipajes. Aguardó varios minutos y mientras lo hacía en una espera que parecía eterna no dejo de contemplar la pantalla táctil de su Apple sostenido de forma impaciente entre su mano y el traje de confección italiana. Su calzado importado hablaba de su estatus y algunas mujeres mayores y no tan jóvenes lo miraban indiscretas observando su atuendo y su belleza masculina. Una figura de Adonis. De ángel en la tierra. Una vez recuperado su equipaje se retiró rodándolo de medio lado y a su salida digitó el número de alguien que figuraba en su pantalla como: “amigo Fabián”. Fabián es un nombre común en Chile y era el nombre de su mejor amigo de infancia, era hijo de un comerciante famoso por las ventas retail y esa tarde se había ofrecido a buscarlo en el aeropuerto, en honor a los años de amistad.
Fabián sabía sus secretos y de su amor platónico, ese que siempre fue y nunca había sido.
Se sorprendió de que su amigo continuará siendo el mismo, salvo su cabellera; había perdido una parte de ella en el centro y le brillaba de lisa la piel de su cuero cabelludo y una rara cicatriz en una de sus orejas, que prefirió no cuestionar; usaba gafas correctoras de marca y vestía tan elegante como siempre lo hizo. La última vez que lo vio, había sido en sus vacaciones en Montreal fue en donde se puso al tanto de los avances de los negocios de Abir Al Assad Abdallah Taylor.
En esa ocasión rememoraron su cumpleaños, ese en donde por poco, según su propia y sofisticada madre, Abir lo destruye. La verdad del caso es que verla vestida como toda una princesa del brazo de su padre le hizo sentir retorcijones en el estómago, hasta empalideció y no supo si darle su mano o pasarle el brazo para que ella se sostuviese tal como dictaba las reglas de protocolo. Su madre no dejaba de observarlos como si se tratase de un bichito de laboratorio. En una ocasión él niño Ethan hizo que derramase la copa de licor de su mano. Boquiabierto se disculpó ante ella argumentando un accidente y se abrió camino entre los presentes hasta donde estaba ella, quien desde su llegada había llamado la atención de los demás invitados: niños de su edad que ansiaban una pieza de baile. Ella no se apartó del lado de su padre y tampoco le sonrió a ninguno. Solo a él. A Ethan Madinson. También fue a él a quien le concedió el primer baile y el último. Resulta que uno de los invitados a la fiesta quiso sacar a relucir los fondos con los cuales habría adquirido su traje y esto la hizo enardecer tanto que luego de respirar una profunda bocanada de aire argumento argumentó tener sus reservas financieras menos públicas que las suyas. Una respuesta muy tenaz para una niña de su edad. Orgulloso de ella la invitó al parque en un costado del jardín. Su padre quien había escuchado la sabia respuesta se quedó a su espera desde una mesa en donde pudiese darle alcance visual a los jovencitos. Un mozo le sirvió una copa de coñac y la aceptó por decencia, pues los licores nunca formaron parte de los anaqueles de su dispensa familiar, apenas la llevaba hasta los labios y con disimulo sorbió algo del licor ofrecido. Los mariscos, pulpitos, camarones, langostas, anchoas y sardinas en aceite de oliva entre los demás y exóticos platos tampoco fueron su deleite. Así que cuando ofrecieron los snacks y la bandeja de quesos madurados con jamón serrano no se despegó de ellas. Hablaba poco. Escuchaba mucho. Por un momento los anfitriones se acercaron a estrechar su mano y en muestra de cortesía darle la bienvenida.
—Es un placer verlo en nuestra humilde morada, estimado caballero.
—El placer es mío caballero. Es muy hermosa su humilde morada.
—A de ser mejor que la suya, creo—se sonrió mientras veía a su entorno y sonreía con ironía.
—Bendito sea a Dios, cuento con lo que necesito para la felicidad de mi familia y la propia. ¡Salud estimado Madison Fuller! — extendió la copa al aire y esta vez bebió un grueso trago de coñac que le obligó apretar sus labios y capturar su mejor sonrisa.
—¡Salud por ello!— dijo un poco más serio—nuestros hijos se llevan muy bien, por lo visto.
—La pureza de los niños es una dimensión ajena a la nuestra. ¿No lo cree?
—Pero las dimensiones nunca se unen señor Abdallah.
—A Dios gracias, por ellos. Las dimensiones tienen sus propios límites de intercepción y unión.
—Matemática cierta. Matemática Cierta.
—No aspiro a que mi hija se vinculé más de lo presente con personas tan superfluas como usted, caballero —en ese preciso instante pasó un mozo con una bandeja de plata y sobre ella dejo reposar su copa con el resto del coñac—Esta conversación ha terminado. Con su permiso señor.
Se sacudió el traje negro con la corbata del azul oscuro más hermoso que su hija haya escogido y se retiró con la postura de un rey camino al jardín. Era el momento de retirarse y se dispuso a buscar a su hija.
El jardín era amplio y contaba con inflables y hasta con un carrusel eléctrico entre las dos fuentes de chocolate gigantes, los niños iban corriendo de un lado a otro, se tropezó con uno de ellos a quien terminó expresándole disculpas en lugar de hacerlo el infante. Al fondo estaba su hija, de espalda a él. Despacio se acercó a ella, puso la mano en su hombro para darle vuelta y cuando la vio su alma se le hizo pedazo. Una masa de pastel cremoso y crema chantillí con lo que parecía restos de helado con lluvia de maní se chorreaba desde el cuello de su hermoso vestido hasta el ruedo de su falda. Su padre se inclinó aturdido, boquiabierto, mirando a todos lados, pero ningún niño parecía importarle lo que a su hija le estaba ocurriendo. A lo lejos vio venir a Ethan con una caja de pañuelos blancos, lucía azorado y llevaba el traje desaliñado. Se quedó petrificado contemplando uno los ojos del otro. Su padre apretó sus labios, frunció el rostro y pasando su mano por el hombro de su hija se dio la vuelta. ¡Era el colmo de la humillación! Se irían en ese preciso instante.
Ethan salió corriendo para darle alcance, pero su padre lo retuvo con la excusa de ser momento del pastel y lo llevó al interior de la casa. Ese fue el peor de los cumpleaños de Ethan Madison, quien no sonrió y ni siquiera sopló las velas de su pastel.
Su único deseo había sido destruido.
***
—¿Cómo se te ocurrió permitir que tu hermana, la Vanessa le lanzará su plato de dulces a
ella? Era mi sueño invitarla y más aún que asistiera porque sabía que su padre nunca nos había visitado. Por culpa de ella, me odió desde entonces.
—Tu madre no la quería.
—Sí, y mira ahora, las ironías de la vida. Es dueña de la compañía familiar. ¡Vueltas que da el mundo, amigo!— se echó a reír de b+uena buena gana mientras se aflojaba el nudo de la corbata. Su amigo encendió el equipo de sonido y se decidió por el tema de: “si me falta tu mirada de Il Vollo”. Uno de sus grupos pop lirico preferidos.
—¡Esto si sí es música Fabián! Me alegra saber que has mejorado tus gustos. ¡Vaya, realmente me hizo recordar que tengo en pausa mi corazón y ciega mi ilusión!
—¡No! ¿No me digas que tú continúas con esa bobería de conocer más a la zanahoria del barrio?
—Oye, pocas mujeres se merecen el título de zanahoria. Sí, ni tú ni nadie puede negar lo inteligente y destacada que siempre fue esa niña.
—Pues claro, si tu madre es la profesora en casa ¿qué más puedes esperar?
—¿Su madre era profesora? —incrédulo
—¿No lo sabías? ¿Cómo? todo el mundo lo sabía. Su madre era titulada en su país de origen, pero nunca pudo ejercer aquí, dicen que su esposo no la dejaba.