En El Incendio Que Me abandonaste

En El Incendio Que Me abandonaste

Gavin

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El olor a quemado y el humo denso me despertaron. Estaba en mi silla de ruedas, atrapada en la sala de rehabilitación de la mina que ardía a mi alrededor. Las llamas danzaban fuera de la ventana, pintando el cielo de un rojo infernal. Marqué el número de mi prometido, Ricardo, el hombre al que salvé de un derrumbe sacrificando mis piernas, el hombre que juró cuidarme por siempre mientras yo luchaba contra la paraplejia. Su voz al otro lado sonó irritada, no preocupada. "¿Sofía? ¿Ahora finges un incendio para llamar la atención? ¿No te basta con fingir que no puedes caminar?" La voz melosa de Catalina, la hija del dueño de la mina y su amante, se coló por el auricular. "Ricardo, mi amor, ¿quién es? ¿Es esa loca otra vez? Déjala, vámonos de aquí." Me quedé helada. Los vi a través del cristal: su silueta masculina protegiendo a la femenina, corriendo lejos del fuego, lejos de mí. Me había abandonado. Las llamas me alcanzaron, envolviendo mi silla y mis piernas inútiles. El dolor fue total, un grito silencioso que se ahogó en mi garganta quemada. Moriría aquí, sola y traicionada, mientras ellos se escapaban. Pero mi alma se negó a disolverse. Floté sobre mi propio cuerpo calcinado, observando cómo mi muerte se convertía en un peldaño más en la ambición de Ricardo y Catalina. Vería cómo mis "amados" pagarían por esta traición. La verdad es más poderosa que cualquier fuego, y yo estaba dispuesta a ser su chispa.

Introducción

El olor a quemado y el humo denso me despertaron.

Estaba en mi silla de ruedas, atrapada en la sala de rehabilitación de la mina que ardía a mi alrededor.

Las llamas danzaban fuera de la ventana, pintando el cielo de un rojo infernal.

Marqué el número de mi prometido, Ricardo, el hombre al que salvé de un derrumbe sacrificando mis piernas, el hombre que juró cuidarme por siempre mientras yo luchaba contra la paraplejia.

Su voz al otro lado sonó irritada, no preocupada.

"¿Sofía? ¿Ahora finges un incendio para llamar la atención? ¿No te basta con fingir que no puedes caminar?"

La voz melosa de Catalina, la hija del dueño de la mina y su amante, se coló por el auricular.

"Ricardo, mi amor, ¿quién es? ¿Es esa loca otra vez? Déjala, vámonos de aquí."

Me quedé helada.

Los vi a través del cristal: su silueta masculina protegiendo a la femenina, corriendo lejos del fuego, lejos de mí.

Me había abandonado.

Las llamas me alcanzaron, envolviendo mi silla y mis piernas inútiles.

El dolor fue total, un grito silencioso que se ahogó en mi garganta quemada.

Moriría aquí, sola y traicionada, mientras ellos se escapaban.

Pero mi alma se negó a disolverse.

Floté sobre mi propio cuerpo calcinado, observando cómo mi muerte se convertía en un peldaño más en la ambición de Ricardo y Catalina.

Vería cómo mis "amados" pagarían por esta traición.

La verdad es más poderosa que cualquier fuego, y yo estaba dispuesta a ser su chispa.

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5.0

Introducción Me desperté en mi propia cama, el sol de La Rioja se filtraba suavemente por las persianas de mi habitación. Por un momento, el familiar aroma a madera vieja de la bodega llenó el aire, y todo pareció extrañamente normal. Pero entonces, un escalofrío glaciar me recorrió, no del frío, sino de un recuerdo que me heló hasta el alma. Era la vívida pesadilla de estar atrapada en un cuerpo diminuto y peludo, ladrando desesperadamente sin que nadie entendiera mis gritos. El recuerdo pavoroso de ver mi propio rostro, o el cuerpo que una vez fue mío, sonriendo mientras el veterinario inyectaba la letal dosis en una fría y maloliente perrera. Vi a Carmen, la esposa de mi hermanastro, habitar mi cuerpo, celebrando mi muerte con una copa de nuestro mejor reserva. A su lado, mis cómplices: mi prometido, Javier, y mi hermanastro Mateo. Habían intercambiado nuestras almas, todo por la herencia y la bodega familiar que mi padre me había destinado. Fui traicionada por los que más amaba, robada de mi vida y condenada a la agonía de un animal doméstico. La injusticia me quemaba, la crueldad de su plan era simplemente inconcebible. Miré mis manos, eran mis propias manos, no las patas de un cachorro. Toqué mi piel, era la mía, no el pelaje blanco y rizado de un Bichón Frisé. Había renacido. Estaba de vuelta. En el día de mi compromiso, el día exacto en que todo había comenzado. Esta vez, armada con la desgarradora memoria de mi muerte y una sed insaciable de justicia, ellos no tendrían escapatoria.

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