Engaño y traición: su dulce castigo

Engaño y traición: su dulce castigo

Gavin

5.0
calificaciones
Vistas
11
Capítulo

Mi dedo se deslizó sobre la tablet, diseñando un vestido de noche, pero mi mente estaba lejos. Sentía una mirada fría, invisible, persiguiéndome. Ricardo, mi prometido, lo llamaba paranoia, secuelas del accidente que me dejó en silla de ruedas. Pero mi instinto me gritaba que algo andaba muy mal. En su estudio, buscando un boceto, mi mano tropezó. Debajo de una estantería, pegada con cinta negra, había una cámara diminuta. Mi respiración se cortó. No hubo grito. Solo un silencio más profundo, helado. Encontré doce en mi propia casa: ojos electrónicos que me desnudaban día y noche. La ira me invadió, congelando mi sangre. Esa noche le sonreí a Ricardo, una máscara frágil. "Mi amor, mañana pasaré el fin de semana con mi tía. Necesito un cambio de aires." Me besó la frente. Mi piel se erizó de repulsión. Pero yo no fui a casa de mi tía. Desde la ventana de un hotelucho enfrente, usé mi teléfono para monitorear sus propias cámaras. No tardó. El auto de Ricardo volvió. Una mujer alta y esbelta bajó: Lucía, una de sus modelos, la misma de sus campañas. Entró en mi casa, descalza, se dejó caer en mi sofá. El audio era nítido. "¿Estás seguro de que no volverá antes?", preguntó Lucía, su voz melosa. "Tranquila", respondió Ricardo. "La tonta se cree todo. Su paseo de inválida siempre es el mismo. Tenemos tiempo." Lucía soltó una carcajada fea. "Por favor, Ricardo, ¡una inválida como ella tardaría horas en dar una vuelta a la manzana! Apenas puede mover los brazos." "No hables así de ella, Lucía. Sofía es mi línea roja." Lucía puso los ojos en blanco. "Esa línea roja te está costando una fortuna. ¿Cuándo le vas a decir la verdad?" Ricardo se apartó, mirando la ventana. Lo que no sabía es que yo, Sofía, no era ninguna inválida. Mis piernas estaban fuertes, recuperando el poder que él me había negado, un secreto celosamente guardado. "El bebé nacerá en seis meses", susurró Ricardo. "Cuando nazca, Sofía lo adoptará. Creerá que es un acto de amor. Ella lo criará como suyo." Lucía esperaba su dinero. Mi mundo se derrumbó: no era infidelidad, era un plan macabro para robarme la vida. Yo era un instrumento, una incubadora emocional. El dolor se convirtió en rabia helada. Lo vi besar el vientre de Lucía. Busqué un número. "Bonjour, Maison Dubois." "Habla Sofía Romero", dije, mi voz firme. "Llamo para aceptar su oferta. ¿Cuándo puedo empezar?"

Introducción

Mi dedo se deslizó sobre la tablet, diseñando un vestido de noche, pero mi mente estaba lejos. Sentía una mirada fría, invisible, persiguiéndome.

Ricardo, mi prometido, lo llamaba paranoia, secuelas del accidente que me dejó en silla de ruedas. Pero mi instinto me gritaba que algo andaba muy mal.

En su estudio, buscando un boceto, mi mano tropezó. Debajo de una estantería, pegada con cinta negra, había una cámara diminuta.

Mi respiración se cortó. No hubo grito. Solo un silencio más profundo, helado. Encontré doce en mi propia casa: ojos electrónicos que me desnudaban día y noche.

La ira me invadió, congelando mi sangre. Esa noche le sonreí a Ricardo, una máscara frágil.

"Mi amor, mañana pasaré el fin de semana con mi tía. Necesito un cambio de aires."

Me besó la frente. Mi piel se erizó de repulsión.

Pero yo no fui a casa de mi tía. Desde la ventana de un hotelucho enfrente, usé mi teléfono para monitorear sus propias cámaras.

No tardó. El auto de Ricardo volvió. Una mujer alta y esbelta bajó: Lucía, una de sus modelos, la misma de sus campañas.

Entró en mi casa, descalza, se dejó caer en mi sofá. El audio era nítido.

"¿Estás seguro de que no volverá antes?", preguntó Lucía, su voz melosa.

"Tranquila", respondió Ricardo. "La tonta se cree todo. Su paseo de inválida siempre es el mismo. Tenemos tiempo."

Lucía soltó una carcajada fea. "Por favor, Ricardo, ¡una inválida como ella tardaría horas en dar una vuelta a la manzana! Apenas puede mover los brazos."

"No hables así de ella, Lucía. Sofía es mi línea roja."

Lucía puso los ojos en blanco. "Esa línea roja te está costando una fortuna. ¿Cuándo le vas a decir la verdad?"

Ricardo se apartó, mirando la ventana. Lo que no sabía es que yo, Sofía, no era ninguna inválida. Mis piernas estaban fuertes, recuperando el poder que él me había negado, un secreto celosamente guardado.

"El bebé nacerá en seis meses", susurró Ricardo. "Cuando nazca, Sofía lo adoptará. Creerá que es un acto de amor. Ella lo criará como suyo."

Lucía esperaba su dinero. Mi mundo se derrumbó: no era infidelidad, era un plan macabro para robarme la vida. Yo era un instrumento, una incubadora emocional.

El dolor se convirtió en rabia helada. Lo vi besar el vientre de Lucía. Busqué un número.

"Bonjour, Maison Dubois."

"Habla Sofía Romero", dije, mi voz firme. "Llamo para aceptar su oferta. ¿Cuándo puedo empezar?"

Seguir leyendo

Otros libros de Gavin

Ver más
Adiós, Ricardo: Mi Nuevo Final

Adiós, Ricardo: Mi Nuevo Final

Cuentos

5.0

El zumbido del aire acondicionado en el aeropuerto apenas disimulaba el silencio entre Ricardo y yo; nuestro viaje a Oaxaca, planeado por meses como una pre-luna de miel, de repente se sintió como un último aliento. Justo cuando Ricardo me preguntaba si estaba emocionada, con esa sonrisa perfecta suya, vi a Elena. Venía hacia nosotros con su hija Isabella, esa influencer de viajes, la ex de Ricardo, la madre de su única conexión con un pasado que yo intentaba ignorar. La voz de Elena, demasiado alta, anunció que ellas también iban a Oaxaca, y la sonrisa de Ricardo se congeló, aunque rápidamente la transformó en una máscara de sorpresa forzada. Luego, la pequeña Isabella, con los ojos de su madre, se escondió detrás de Elena, mirándome con una evaluación inquietante, no la inocencia de una niña. Elena, con una falsa dulzura, comentó sobre mi atuendo: "Qué bonito tu conjunto. ¿Lo diseñaste tú?". Sabía que lo decía para recalcar que mi profesión era un "pasatiempo caro", algo que mi familia, y a veces Ricardo, creían. Y entonces, sin que yo pudiera procesar la humillación, Elena pidió sentarse con nosotros en el avión, alegando que Isabella "se sentía mal". Ricardo, en lugar de poner límites, solo miró a la niña que convenientemente empezó a toser de forma exagerada, y cedió. Nuestro espacio para dos se hizo añicos, y me encontré sentada al otro lado, una extraña en lo que debería haber sido nuestro viaje de prometidos, mientras Ricardo les ponía caricaturas a Isabella y Elena le acariciaba el brazo. Cuando en el avión me pidieron cambiar mi asiento de primera clase por uno en turista para que Elena y su hija pudieran estar junto a Ricardo, vi la súplica en sus ojos: "No armes un escándalo, Sofía". No dije nada, solo tomé mi bolso y me fui a la fila de atrás, sentándome junto a un extraño, mientras los veía desde la distancia. Vi cómo la mano de Elena descansaba sobre la de Ricardo, cómo él le abrochaba el cinturón a Isabella, cómo reían y murmuraban, creando una burbuja a la que yo no pertenecía. El avión despegó y Ricardo, reclinado con Elena en su hombro, ni siquiera me buscó con la mirada. En ese momento, supe que no era solo el viaje lo que no había terminado antes de empezar, sino mi relación. La humillación continuó en Oaxaca, donde Elena monopolizó a Ricardo, quien ignoró mis diseños para escucharla. Al día siguiente, me desperté sola con una nota de Ricardo: "Fui con Elena a llevar a Isa a un tour... Te amo". "Te amo", la palabra se sentía tan vacía. Entonces lo vi en Instagram: Elena había subido una foto de Ricardo con el pie de foto: "Mío". Y el comentario de mi propio hermano, Diego: "¡Cuñado! ¡Se te ve increíble! Disfruten. Elena, cuídalo bien". Mi propio hermano estaba del lado de ella. El último clavo fue el comentario de Elena, respondiéndole a alguien: "Ricardo dice que Sofía es un poco aburrida para estos viajes, que no le gusta la aventura, jeje". Sentí el aire faltarme, la humillación pública era total. No era solo Ricardo, era mi familia, era el mundo que me había traicionado. Con las manos temblorosas, abrí mi celular y busqué el nombre de Ricardo. Presioné "Bloquear contacto". Y luego, con una sonrisa amarga, cancelé su boleto de avión de primera clase, el que yo le había regalado por su cumpleaños, dejándolo varado. Mi guerra había terminado.

Quizás también le guste

Capítulo
Leer ahora
Descargar libro