La Viuda y Mi Marido

La Viuda y Mi Marido

Gavin

5.0
calificaciones
33
Vistas
11
Capítulo

Mi cuñado murió en un accidente, y su viuda embarazada, Silvia, se mudó a mi casa. Al principio, creí que era mi deber como familia ayudarla en su duelo. Pero pronto, mi esposo Enrique comenzó a tratarla como si fuera una reina, ignorándome por completo. Se convirtió en su sirviente personal, no en mi marido. Le masajeaba los pies por la noche, la defendía cuando se quejaba de mi café en mi propia cocina y me ordenaba apagar la cafetera porque a ella le molestaba el olor. La situación explotó cuando descubrí que Silvia había robado la pulsera de esmeraldas de mi difunta madre. Cuando la confronté, la dejó caer a propósito, haciéndola pedazos. Ciega de rabia, le di una bofetada. Pero en lugar de defenderme a mí, su esposa, Enrique me empujó con una fuerza brutal. Caí y me corté el brazo con una mesa de cristal. Mientras la sangre corría, él corrió a consolar a Silvia. Me gritó: "¡Estás loca! ¡Te voy a comprar otra! ¡Pero no vuelvas a tocarla!" . En ese momento, mirando los pedazos de la herencia de mi madre en el suelo y la sangre en mi brazo, el amor que sentía por él murió. Tomé mi teléfono e hice una llamada. "Chuy, trae a tu equipo a mi casa. Con mazos. Vamos a hacer una remodelación" .

Capítulo 1

Mi cuñado murió en un accidente, y su viuda embarazada, Silvia, se mudó a mi casa. Al principio, creí que era mi deber como familia ayudarla en su duelo.

Pero pronto, mi esposo Enrique comenzó a tratarla como si fuera una reina, ignorándome por completo. Se convirtió en su sirviente personal, no en mi marido.

Le masajeaba los pies por la noche, la defendía cuando se quejaba de mi café en mi propia cocina y me ordenaba apagar la cafetera porque a ella le molestaba el olor.

La situación explotó cuando descubrí que Silvia había robado la pulsera de esmeraldas de mi difunta madre. Cuando la confronté, la dejó caer a propósito, haciéndola pedazos. Ciega de rabia, le di una bofetada.

Pero en lugar de defenderme a mí, su esposa, Enrique me empujó con una fuerza brutal. Caí y me corté el brazo con una mesa de cristal. Mientras la sangre corría, él corrió a consolar a Silvia.

Me gritó: "¡Estás loca! ¡Te voy a comprar otra! ¡Pero no vuelvas a tocarla!" .

En ese momento, mirando los pedazos de la herencia de mi madre en el suelo y la sangre en mi brazo, el amor que sentía por él murió. Tomé mi teléfono e hice una llamada.

"Chuy, trae a tu equipo a mi casa. Con mazos. Vamos a hacer una remodelación" .

Capítulo 1

La llamada llegó a las tres de la madrugada.

La voz del otro lado era la de mi suegro, Valerio, y sonaba rota.

Su hermano mayor, Roberto, había muerto en un accidente de coche.

En el funeral, el ambiente era pesado. Mi esposo, Enrique, se mantenía de pie como una estatua, con la mandíbula apretada. A su lado, su cuñada Silvia, ahora viuda, lloraba desconsoladamente.

Su llanto era silencioso pero constante, una presencia que llenaba cada rincón de la capilla.

Unos días después del funeral, la vi por primera vez en semanas.

Silvia estaba embarazada.

Llevaba un vestido negro y holgado, pero no podía ocultar su vientre de casi siete meses.

Enrique la miró, y en sus ojos vi una mezcla de dolor y una aplastante sensación de deber.

Esa noche, en nuestra casa, Enrique soltó la bomba.

"Silvia se mudará con nosotros" .

Lo dijo sin mirarme, mientras se servía un vaso de agua en la cocina.

"¿Qué? ¿Aquí? Enrique, esta es nuestra casa" .

"Es la viuda de mi hermano, Camila. Está sola y embarazada. Es mi deber cuidarla" .

Sentí una punzada de ira. La casa había sido un regalo de bodas de mi padre, un magnate inmobiliario de Monterrey. Era nuestro espacio, nuestro santuario.

"Puede quedarse en la casa de sus padres o en la de ustedes. Hay mucho espacio" .

"Sus padres murieron hace años, y mi mamá no se lleva bien con ella. Aquí estará más cómoda" .

No me dio opción. Al día siguiente, Silvia llegó con dos maletas.

Desde el primer día, su presencia fue invasiva.

Empezó con pequeñas cosas. Le pedía a Enrique que le abriera los frascos, que le alcanzara cosas de los estantes altos, siempre con una voz suave y desvalida.

"Enrique, ¿podrías ayudarme con esto? Es que con el embarazo, me canso tanto" .

Él corría a ayudarla, siempre solícito.

Una noche, estábamos viendo una película en la sala, acurrucados en el sofá. Era un raro momento de paz.

Silvia bajó las escaleras en pijama.

"Ay, no puedo dormir. Me duelen mucho los pies. Roberto siempre me los masajeaba" .

Miró a Enrique con los ojos llenos de lágrimas.

Me tensé, esperando que Enrique pusiera un límite.

No lo hizo.

"Ven, siéntate. Yo te ayudo" .

Se levantó y se sentó a los pies de Silvia, masajeando sus tobillos hinchados mientras ella suspiraba de alivio. Me quedé helada, viendo la escena. Él ni siquiera notó mi incomodidad.

Me levanté y me fui a la habitación sin decir una palabra.

Harta de la situación, llamé a mi padre, Justino Roda.

Necesitaba desahogarme.

"Papá, no aguanto más" .

"¿Qué pasa, mija? ¿Ese imbécil te hizo algo?" .

La voz de mi padre, siempre autoritaria y protectora, fue un bálsamo.

"Es su cuñada. Está aquí, en mi casa, y Enrique la trata como si fuera la reina" .

"¿La viuda?" .

"Sí. No hay límites, papá. Se comporta como si Enrique fuera su esposo, y él se lo permite" .

Le conté todo, los masajes en los pies, las interrupciones constantes, la forma en que Enrique me ignoraba para atenderla.

Mi padre escuchó en silencio, y cuando terminé, solo hubo un momento de calma antes de la tormenta.

"¿Ya te cansaste de ser la esposa abnegada, Camila?" .

Su pregunta me sorprendió.

"Sí" .

"Bien. Porque yo ya me cansé de ver cómo mi única hija permite que la pisoteen" .

Nunca antes había admitido cuánto toleraba por mantener mi matrimonio. Siempre creí que el amor significaba sacrificio.

"Él no me quiere, papá. Nunca me ha querido" .

La verdad salió de mi boca con un sabor amargo. Me casé con Enrique perdidamente enamorada, ciega al hecho de que nuestro matrimonio fue, para él, una alianza estratégica para salvar la empresa manufacturera de su familia.

"Se supone que él debería tratarme como a su prioridad, pero prefiere a esa mosquita muerta. Entonces, ¿por qué soy yo la que tiene que ceder mi espacio, mi esposo y hasta mi vida?" .

Mi voz se quebró al final.

Le conté el incidente más reciente, ocurrido esa misma mañana.

Silvia había entrado en la cocina mientras yo me preparaba un café de una marca exclusiva que me encantaba.

Ella arrugó la nariz.

"Huele muy fuerte. A mí me da náuseas" .

"Entonces sal de la cocina" , le respondí, más cortante de lo que pretendía.

En ese momento, entró Enrique.

"Camila, no seas grosera. Silvia está sensible por el embarazo" .

"Ella fue la que empezó, quejándose de mi café en mi propia cocina" .

"Solo estaba expresando cómo se sentía. Deberías ser más comprensiva. Apaga esa cafetera" .

Me quedé mirándolo, incrédula.

"¿Qué?" .

"Que la apagues. El olor le molesta" .

Silvia sonrió sutilmente detrás de Enrique.

Esa fue la gota que derramó el vaso.

Mi padre explotó al otro lado de la línea.

"¡Ese pedazo de mierda! ¡Se atreve a darte órdenes en tu propia casa por una cualquiera!" .

"Papá, cálmate" .

"¡No me calmo! Escúchame, Camila. Si decides dejar a ese imbécil, yo me encargo de que él y su familia se arrepientan de haber nacido. Los voy a hundir" .

Sus palabras, en lugar de asustarme, me dieron una extraña sensación de poder.

Colgué el teléfono sintiendo un peso menos.

Cuando Enrique entró en la habitación más tarde, lo miré con frialdad.

"¿Estás mejor?" .

No le respondí. Tomé mi laptop y me puse a ver una serie, con los audífonos puestos.

Él suspiró, frustrado por mi silencio, y se fue.

Seguir leyendo

Otros libros de Gavin

Ver más
Esposa Olvidada En La Frigorífica

Esposa Olvidada En La Frigorífica

Cuentos

5.0

Tres años, toda una vida entregada a él. Sofía, yo fui la tonta que usó hasta el último centavo para rescatar a mi Mateo de la ruina, creyendo en su amor, en sus promesas. Día y noche, mi cuerpo y mi alma cuidaron a sus padres enfermos, soportando humillaciones que nadie más vio. Sacrifiqué mi primer embarazo, mi salud, todo por su "carrera", para que él, el gran Mateo, pudiera levantarse de las cenizas. Pero hoy, mi mundo se hizo pedazos. Justo frente a mí, mi esposo Mateo sostenía a otra mujer, Camila, su "amor de la juventud", la misma que lo humilló cuando no tenía nada. "Camila está embarazada", dijo, sin rastro de culpa, "y tú la vas a cuidar". ¡A mí! ¿Que la cuidara? La burla en la cara de Camila, la sonrisa de las empleadas, la furia de Mateo... sentí que me ahogaba en una pesadilla. "Solo es cuidarla un poquito. No eres una princesa, pero actúas como tal. No seas mezquina". Mezquina. Él, el hombre al que rescaté del abismo, el que ahora volvía a tenerlo todo, ¿me llamaba mezquina? "Tú eres buena cuidando gente", sentenció con la mirada fría. Mi corazón se hizo añicos al recordar las palabras de su madre a Camila: "Cuídate por el bien de mi nieto. Eres la única esperanza de esta familia". ¡La única esperanza! Era obvio. Me habían engañado a mí. ¡A mí! ¡Ellos sabían que era su hijo! ¡Todos me estaban engañando! Sentí el frío del mármol bajo mis rodillas, el dolor agudo de la caída. Quise huir, pero no sin él. No sin mi bebé. Pero, ¿realmente quería que mi hijo naciera en esta podredumbre? "¡Mateo, no quiero ir a la cámara frigorífica! ¡No! ¿Por qué me haces esto?", grité, sintiendo el pánico helado que se apoderaba de mí cuando sus empleados me arrastraban. "¡Estoy embarazada! ¡Mateo, estoy embarazada!" Me miró con desprecio, y la puerta se cerró. Estuve allí tres días y tres noches. Cuando abrieron la puerta, mis ojos ya estaban vacíos. "¿Qué otra cosa te vas a inventar ahora?". Esas palabras… Pero al salir de allí, mis ojos por fin se abrieron. Así que esto es todo lo que soy para ti, Mateo. Un mueble más en tu casa. "Estoy completamente podrido por dentro", susurré al aire. Una semana después, salí del hospital. Mateo me llamó, furioso, como siempre, pero esta vez, yo era diferente. "¿Qué soy para ti, Mateo?", pregunté, mi voz firme, "¿La tonta que te rescató de la miseria? ¿O la enfermera gratuita que cuidó día y noche a tus padres?" "¿De verdad crees que todo lo que hice, fue por un estúpido título?" "Un hombre como tú... me da asco". Colgué. Bloqueé su número. Y nunca miré atrás.

Amor Enterno Después de Todo

Amor Enterno Después de Todo

Cuentos

5.0

El video explotó en internet. Marc Solís, mi exnovio e influencer, publicó un video editado cruelmente, diseñando mi humillación pública. Fui retratada como una "trepadora" desesperada, rogando por fama. Los comentarios se desataron: "¡Qué arrastrada!", "Pobre Marc, se quitó un peso de encima". Miles de sus "leones" inundaron mis redes con insultos, memes y amenazas. Mi imagen, símbolo de mujer patética, estaba por todas partes. Mi teléfono no paraba de sonar, mis amigos, colegas, todos preocupados, pidiéndome que lo demandara, que lo desenmascarara, pero no contesté. Miraba la pantalla, una calma inquietante me invadía. Esto no era sorpresa, era una prueba. Después, Marc me llamó por videollamada, arrogante: "¿Disfrutando tus cinco minutos de fama? Tráeme un café de tu cafetería favorita, tienes una hora, transmítelo en vivo, para que mis leones vean tu 'arrepentimiento' ". Asentí, salí, y la transmisión comenzó, la gente se mofaba. Luego, Marc volvió a llamar: "Cambio de planes, quiero que camines descalza desde aquí a la fuente de la Cibeles, para que todos vean tu arrepentimiento". Sin dudar, me quité los zapatos. El dolor era intenso, pero lo soportaba no por Marc, sino por mi propia purificación. Llegué sangrando, exhausta, justo cuando Marc apareció con Ximena, su nueva conquista. Ximena me humilló; Marc la besó, declarándole su "reina". Me quedé sola, descalza, humillada. Pero en mis ojos brilló un triunfo. La prueba se intensificaba, y yo estaba lista. De repente, Ximena fingió un desmayo, y Marc, con una crueldad medieval, me ordenó: "Vas a caminar de rodillas hasta la Basílica de Guadalupe, rezando por la salud de Ximena, para expiar el daño que le has hecho". Mis amigos horrorizados me rogaron que no lo hiciera. "Lo haré" , le respondí con firmeza, "pero no lo haré por ti, ni por ella, lo haré porque es parte de mi propio camino, y cuando llegue, no rezaré por su salud, rezaré por mi propia liberación" . Marc, ignorando mi verdadero propósito, solo vio sumisión. Me arrodillé, el dolor insoportable, pero cada herida era una ofrenda a mi misión secreta. Horas después, al llegar a la Basílica, me desplomé inconsciente. En el hospital, Ximena me atacó, Marc me abofeteó, gritando: "¡Eres violenta y peligrosa! ¡Esto es justicia!". Mi mejilla ardía, pero una extraña alegría me invadió. Sonreí. "Gracias", susurré. Marc, aturdido, se fue. Meses después, Ximena enfermó, necesitando un riñón compatible. Marc apareció: "Quiero que le des tu riñón. Si lo haces, te casarás conmigo". Recordé que fui yo quien lo salvó en un accidente, no Ximena. "No", le dije. Él, creyendo que eran celos, me amenazó: "¡Entonces te haré la vida un infierno!". El acoso se intensificó, pero yo continuaba, esperando el siguiente paso. Entonces, mi destino se reveló en un sueño: la donación del riñón era la culminación de mi ascenso espiritual. Le di mi riñón a Ximena. Durante la cirugía, mi cuerpo se disolvió en luz, mi alma ascendió, y mi conciencia se convirtió en una entidad divina. Marc, sin saberlo, había sido un instrumento en mi liberación. ¿Cómo cambió la vida del arrogante influencer Marc Solís cuando finalmente descubrió la verdad de lo que había hecho? ¿Y qué significado tendría su "amor" cuando ya era demasiado tarde?

Quizás también le guste

Capítulo
Leer ahora
Descargar libro