Mi Esposa, Mi Peor Engaño

Mi Esposa, Mi Peor Engaño

Gavin

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Capítulo

Llevábamos cinco años de casados y creía conocer a Sofía, mi esposa, en cada suspiro. Pero mi mundo se vino abajo cuando, buscando una cerveza, encontré una caja de laboratorio en nuestro refrigerador. Era una "muestra biológica" a nombre de Sofía Pérez. Abrí la caja temblando y dentro, un informe de clínica de fertilidad. El diagnóstico: "Interrupción voluntaria del embarazo. 8 semanas de gestación". Y el padre... no era yo. Era Mateo Rojas, su "mejor amigo" de la universidad, a quien siempre odié en silencio. El aire se me fue de los pulmones. ¿Abortó a nuestro hijo? ¿Y con su amante? ¿Y por qué guardó el embrión en nuestra nevera, como un maldito trofeo? Al ver esa pequeña vida, el hijo de otro, mi furia crecía. Y justo en ese instante, Sofía llegó a casa, canturreando "¡Mi amor, ya llegué!", como si nada. Su sonrisa se congeló al ver la caja abierta en la barra de la cocina. Se puso pálida, las bolsas de compras cayeron al suelo. "¿Qué es esto, Sofía?", pregunté, mi voz un susurro ronco. Ella se abalanzó sobre la caja, intentando ocultar la evidencia, gritándome: "¡No toques mis cosas, Ricky! ¡Te he dicho que no andes de metiche!" "¿Tus cosas? ¿Esto es tuyo y de Mateo?", le solté, con una risa amarga. Sus ojos se abrieron, el pánico se convirtió en furia. "¡No sabes nada! ¡Suéltame!" Se abrazó a la caja con odio, y supe que todo había terminado. El amor se convirtió en cenizas. "Vete de aquí", le dije, mi voz firme y fría. "Duerme en el cuarto de huéspedes. No quiero verte". "¡Esta es mi casa también!", chilló ella. "No. Esta era nuestra casa. Ahora es solo un lugar donde guardas tus secretos asquerosos". ¿Todo era mentira? ¿Alguna vez me amó? Me levanté. El dolor se transformó en una furia pura y helada. Ella no solo me engañó, me humilló. No. Esto no se quedaría así.

Introducción

Llevábamos cinco años de casados y creía conocer a Sofía, mi esposa, en cada suspiro.

Pero mi mundo se vino abajo cuando, buscando una cerveza, encontré una caja de laboratorio en nuestro refrigerador. Era una "muestra biológica" a nombre de Sofía Pérez.

Abrí la caja temblando y dentro, un informe de clínica de fertilidad. El diagnóstico: "Interrupción voluntaria del embarazo. 8 semanas de gestación".

Y el padre... no era yo. Era Mateo Rojas, su "mejor amigo" de la universidad, a quien siempre odié en silencio.

El aire se me fue de los pulmones. ¿Abortó a nuestro hijo? ¿Y con su amante? ¿Y por qué guardó el embrión en nuestra nevera, como un maldito trofeo?

Al ver esa pequeña vida, el hijo de otro, mi furia crecía. Y justo en ese instante, Sofía llegó a casa, canturreando "¡Mi amor, ya llegué!", como si nada.

Su sonrisa se congeló al ver la caja abierta en la barra de la cocina. Se puso pálida, las bolsas de compras cayeron al suelo.

"¿Qué es esto, Sofía?", pregunté, mi voz un susurro ronco.

Ella se abalanzó sobre la caja, intentando ocultar la evidencia, gritándome:

"¡No toques mis cosas, Ricky! ¡Te he dicho que no andes de metiche!"

"¿Tus cosas? ¿Esto es tuyo y de Mateo?", le solté, con una risa amarga.

Sus ojos se abrieron, el pánico se convirtió en furia.

"¡No sabes nada! ¡Suéltame!"

Se abrazó a la caja con odio, y supe que todo había terminado. El amor se convirtió en cenizas.

"Vete de aquí", le dije, mi voz firme y fría. "Duerme en el cuarto de huéspedes. No quiero verte".

"¡Esta es mi casa también!", chilló ella.

"No. Esta era nuestra casa. Ahora es solo un lugar donde guardas tus secretos asquerosos".

¿Todo era mentira? ¿Alguna vez me amó? Me levanté. El dolor se transformó en una furia pura y helada. Ella no solo me engañó, me humilló.

No. Esto no se quedaría así.

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