Hechizo de Celos: Obsesión Fatal

Hechizo de Celos: Obsesión Fatal

Gavin

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Capítulo

Don Ramón me miró fijamente, sus ojos pozos oscuros en un rostro de arrugas, cada una contando una historia. Su tiendita en el mercado de Sonora olía a hierbas, a cera, a algo antiguo que se pegaba en la ropa. "Ese amuleto que trae tu novio no es para la buena suerte, mija." Me reí nerviosa, apretando las correas de mi mochila, donde llevaba mis bocetos, mi vida. "Don Ramón, Ricardo no cree en esas cosas, es solo un regalo de su familia." Él negó con la cabeza lentamente. "Hay familias que regalan bendiciones y otras que regalan maldiciones, Ximena, el problema es que a veces se parecen mucho, ese amuleto no da suerte, la quita, la intercambia." Un escalofrío me recorrió a pesar del calor pegajoso de la Ciudad de México. Últimamente, mis lápices se rompían, mis telas se manchaban misteriosamente, y una fatiga inmensa me impedía sostener una aguja. Lo atribuí al estrés de la universidad, a la presión por mantener mi beca completa. Esa noche, Don Ramón volvió a mi mente, su voz urgente al teléfono. "Ya empezó, ¿verdad? Sientes cómo se te va el talento, cómo se te apagan las ideas." Le dije que estaba loco, que solo estaba cansada. "Para revertirlo, la persona que te lo está haciendo debe ponerse el amuleto, pero solo funcionará si esa persona te considera de su familia, si te quiere de verdad." Colgué, el corazón latiéndome. ¿Ricardo? ¿Mi Ricardo, el de toda la vida? ¿Y Sofía? ¿Mi mejor amiga, mi hermana del alma? Era imposible. Entonces, la presentación final del semestre. Abrí mi portafolio. Mis diseños no estaban. En su lugar, bocetos burdos, infantiles, y una copia exacta de diseños franceses. Era plagio descarado. La directora, la señora Elena, me miró con decepción que me partió el alma. "Ximena, no esperaba esto de ti." Mientras me acusaban, vi a Sofía presentar sus diseños, ¡mis ideas! Ricardo a su lado, sonriendo con orgullo. Salí corriendo, humillada, las lágrimas cegándome. Me escondí en un pasillo vacío y los escuché. La voz de Sofía, llena de una alegría maliciosa. "Funcionó, Ricardo, funcionó a la perfección, ¡nadie sospechó nada! El amuleto es increíble, siento todas sus ideas en mi cabeza, ¡soy un genio!" Luego, la voz de Ricardo, mi Ricardo. "Te lo dije, mi amor, con esto, tú tendrás la beca y yo te tendré a ti, sin que la sombra de la 'gran diseñadora' Ximena nos estorbe, ya era hora de que supiera cuál es su lugar." Me quedé helada. La traición, un sabor amargo en mi boca. No sentí tristeza, solo un frío glacial. No había ingenuidad, no había confianza. Solo una certeza: Don Ramón tenía razón.

Introducción

Don Ramón me miró fijamente, sus ojos pozos oscuros en un rostro de arrugas, cada una contando una historia.

Su tiendita en el mercado de Sonora olía a hierbas, a cera, a algo antiguo que se pegaba en la ropa.

"Ese amuleto que trae tu novio no es para la buena suerte, mija."

Me reí nerviosa, apretando las correas de mi mochila, donde llevaba mis bocetos, mi vida.

"Don Ramón, Ricardo no cree en esas cosas, es solo un regalo de su familia."

Él negó con la cabeza lentamente.

"Hay familias que regalan bendiciones y otras que regalan maldiciones, Ximena, el problema es que a veces se parecen mucho, ese amuleto no da suerte, la quita, la intercambia."

Un escalofrío me recorrió a pesar del calor pegajoso de la Ciudad de México.

Últimamente, mis lápices se rompían, mis telas se manchaban misteriosamente, y una fatiga inmensa me impedía sostener una aguja.

Lo atribuí al estrés de la universidad, a la presión por mantener mi beca completa.

Esa noche, Don Ramón volvió a mi mente, su voz urgente al teléfono.

"Ya empezó, ¿verdad? Sientes cómo se te va el talento, cómo se te apagan las ideas."

Le dije que estaba loco, que solo estaba cansada.

"Para revertirlo, la persona que te lo está haciendo debe ponerse el amuleto, pero solo funcionará si esa persona te considera de su familia, si te quiere de verdad."

Colgué, el corazón latiéndome.

¿Ricardo? ¿Mi Ricardo, el de toda la vida? ¿Y Sofía? ¿Mi mejor amiga, mi hermana del alma? Era imposible.

Entonces, la presentación final del semestre.

Abrí mi portafolio.

Mis diseños no estaban.

En su lugar, bocetos burdos, infantiles, y una copia exacta de diseños franceses.

Era plagio descarado.

La directora, la señora Elena, me miró con decepción que me partió el alma.

"Ximena, no esperaba esto de ti."

Mientras me acusaban, vi a Sofía presentar sus diseños, ¡mis ideas!

Ricardo a su lado, sonriendo con orgullo.

Salí corriendo, humillada, las lágrimas cegándome.

Me escondí en un pasillo vacío y los escuché.

La voz de Sofía, llena de una alegría maliciosa.

"Funcionó, Ricardo, funcionó a la perfección, ¡nadie sospechó nada! El amuleto es increíble, siento todas sus ideas en mi cabeza, ¡soy un genio!"

Luego, la voz de Ricardo, mi Ricardo.

"Te lo dije, mi amor, con esto, tú tendrás la beca y yo te tendré a ti, sin que la sombra de la 'gran diseñadora' Ximena nos estorbe, ya era hora de que supiera cuál es su lugar."

Me quedé helada.

La traición, un sabor amargo en mi boca.

No sentí tristeza, solo un frío glacial.

No había ingenuidad, no había confianza.

Solo una certeza: Don Ramón tenía razón.

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El sonido de mi guitarra, mi pasión, resonaba hueco en la hacienda que por diez años llamé hogar, un desafío silencioso a Diego, el hombre al que entregué mi alma y mi genio para construir su imperio de tequila. Pero su respuesta fue una traición helada: "Ximena, deja de hacer numeritos y sube a mi despacho. Ahora" . Y allí, sentado tras su imponente escritorio de caoba, me soltó la humillación más grande: "Quiero que tú y tu mariachi toquen en mi boda" . La boda que me había prometido a mí. No solo me descartaba por otra mujer, Sofía, sino que me exigía ponerle banda sonora a mi propia aniquilación, a mi propia traición. El golpe más cruel llegó en un susurro venenoso desde el pasillo, de boca de su lugarteniente, "El Chato", pero con las frías palabras de Diego resonando: "Ximena es buena para el negocio, para la guerra, para la calle. Pero para casarme, necesito algo… más puro. Una niña bien, educada, limpia. Ximena ya está muy corrida, muy vivida" . Cada palabra era un puñal que me desgarraba: "Sucia", "corrida", "vivida". Así me veía el hombre a quien le había dado todo, solo una herramienta para desechar cuando ya no le servía, valiendo menos que la inocencia fabricada de una desconocida. El dolor fue insoportable, pero en el fondo de ese abismo, algo se encendió: la rabia. La humillación se transformó en una determinación inquebrantable. Me levanté, la cabeza alta, y con una sonrisa forzada le dije: "Claro, Diego. Será un honor tocar en tu boda" . Pero esa no era Ximena, la víctima; era Ximena, la guerrera, a punto de desatar su venganza.

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