En El Infierno Digital

En El Infierno Digital

Gavin

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Capítulo

El aire en mi cuarto de Los Ángeles se sentía pesado, mientras estudiaba para el examen de ciudadanía, el que me abriría las puertas a un futuro prometedor. Pero un mensaje inesperado rompió la rutina: "Sofía, soy yo, Miguel. No vayas al examen. No confíes en ellos. Peligro". La incredulidad me invadió; mi hermano mayor, desaparecido hace tres años, al que todos daban por muerto, ¿vivo? Los Thompson, mis amables padres adoptivos, de repente se transformaron. Ya no eran ellos. Sus ojos, sus gestos, revelaban una farsa macabra, y mi mundo se volcó de cabeza. "No estoy loca", me repetía, mientras el terror y la rabia me consumían. Los mensajes de Miguel desaparecieron de mi teléfono, y un supuesto "psicólogo" intentó convencerme de que todo era una alucinación, un trauma de mi mente. Me arrastraron a la fuerza, bajo la mirada de policías y de Ricardo, el mejor amigo de Miguel, quien ahora era cómplice de esta locura. Justo cuando creí entender la verdad, otro mensaje de Miguel me dejó helada: "SALTA AHORA". "Esto no es real. Estás en un sueño". Con un acto de fe desgarrador, salté al vacío, despertando en un laboratorio junto a Miguel, quien me reveló que habíamos estado en coma por tres años, víctimas de los experimentos de Ricardo. Pero la liberación duró poco. Una simple prueba, una historia inventada sobre un perro llamado Canelo, expuso la más cruel de las verdades: la simulación no había terminado. "Nunca hubo un perro llamado Canelo. Nos inventamos esa historia, Miguel y yo, para que nuestros padres no supieran que usábamos el dinero del pan para comprar cómics. Era nuestro secreto. Un secreto que solo nosotros dos conocíamos". Con la ayuda del verdadero Miguel, quien había hackeado el sistema desde dentro, destruí la prisión digital de Ricardo, liberándome finalmente de la pesadilla.

Introducción

El aire en mi cuarto de Los Ángeles se sentía pesado, mientras estudiaba para el examen de ciudadanía, el que me abriría las puertas a un futuro prometedor.

Pero un mensaje inesperado rompió la rutina: "Sofía, soy yo, Miguel. No vayas al examen. No confíes en ellos. Peligro".

La incredulidad me invadió; mi hermano mayor, desaparecido hace tres años, al que todos daban por muerto, ¿vivo?

Los Thompson, mis amables padres adoptivos, de repente se transformaron. Ya no eran ellos. Sus ojos, sus gestos, revelaban una farsa macabra, y mi mundo se volcó de cabeza.

"No estoy loca", me repetía, mientras el terror y la rabia me consumían. Los mensajes de Miguel desaparecieron de mi teléfono, y un supuesto "psicólogo" intentó convencerme de que todo era una alucinación, un trauma de mi mente.

Me arrastraron a la fuerza, bajo la mirada de policías y de Ricardo, el mejor amigo de Miguel, quien ahora era cómplice de esta locura.

Justo cuando creí entender la verdad, otro mensaje de Miguel me dejó helada: "SALTA AHORA". "Esto no es real. Estás en un sueño".

Con un acto de fe desgarrador, salté al vacío, despertando en un laboratorio junto a Miguel, quien me reveló que habíamos estado en coma por tres años, víctimas de los experimentos de Ricardo.

Pero la liberación duró poco. Una simple prueba, una historia inventada sobre un perro llamado Canelo, expuso la más cruel de las verdades: la simulación no había terminado.

"Nunca hubo un perro llamado Canelo. Nos inventamos esa historia, Miguel y yo, para que nuestros padres no supieran que usábamos el dinero del pan para comprar cómics. Era nuestro secreto. Un secreto que solo nosotros dos conocíamos".

Con la ayuda del verdadero Miguel, quien había hackeado el sistema desde dentro, destruí la prisión digital de Ricardo, liberándome finalmente de la pesadilla.

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