El aire del Mictlán era frío, como siempre, pero el calor de la desesperación quemaba más. El portal de regreso, nuestra única esperanza, se encogía a cada segundo. La Catrina, mi novia, se paraba firme, bloqueando el camino. "No. Él vendrá. Le prometí que lo esperaría", dijo, refiriéndose a El Charro. La desesperación se convirtió en furia mientras mi cuerpo empezaba a deshilacharse. La amaba, el recuerdo de ese amor, pero la supervivencia era más fuerte. La golpeé en la nuca, un golpe seco y preciso. La arrastré conmigo a través del portal justo cuando se cerraba. De vuelta en el Mictlán, la observé despertar, furiosa, pero eventualmente pareció aceptar. Años de paz pasaron en mi mansión, nuestras almas fortalecidas. Yo estaba a punto de ascender, de convertirme en Cacique del Inframundo. Pero en medio de la ceremonia, el ataque de las Almas en Pena llegó. Y dirigiendo a la turba, estaba ella, La Catrina. Su rostro, cubierto de odio puro, me gritó: "¡Si no hubieras sido tan egoísta, El Charro no se habría desvanecido! ¡Tú lo mataste!". "¡Ahora ve y acompáñalo en su perdición!". Mi alma fue desgarrada, el dolor y la traición absolutos. Mi último pensamiento fue una furia que quemaba más que el fuego del infierno. Y entonces, desperté. Con el mismo olor a cempasúchil y tierra mojada. El mismo portal tembloroso y las mismas Almas en Pena. Y frente a mí, La Catrina, bloqueando el paso, con la misma expresión terca. "No. Él vendrá. Le prometí que lo esperaría". Había vuelto. Al día en que todo se fue al demonio. Pero esta vez, no habría golpe rápido ni escape. Esta vez, los iba a destruir. A los dos.
El aire del Mictlán era frío, como siempre, pero el calor de la desesperación quemaba más.
El portal de regreso, nuestra única esperanza, se encogía a cada segundo.
La Catrina, mi novia, se paraba firme, bloqueando el camino.
"No. Él vendrá. Le prometí que lo esperaría", dijo, refiriéndose a El Charro.
La desesperación se convirtió en furia mientras mi cuerpo empezaba a deshilacharse.
La amaba, el recuerdo de ese amor, pero la supervivencia era más fuerte.
La golpeé en la nuca, un golpe seco y preciso.
La arrastré conmigo a través del portal justo cuando se cerraba.
De vuelta en el Mictlán, la observé despertar, furiosa, pero eventualmente pareció aceptar.
Años de paz pasaron en mi mansión, nuestras almas fortalecidas.
Yo estaba a punto de ascender, de convertirme en Cacique del Inframundo.
Pero en medio de la ceremonia, el ataque de las Almas en Pena llegó.
Y dirigiendo a la turba, estaba ella, La Catrina.
Su rostro, cubierto de odio puro, me gritó: "¡Si no hubieras sido tan egoísta, El Charro no se habría desvanecido! ¡Tú lo mataste!".
"¡Ahora ve y acompáñalo en su perdición!".
Mi alma fue desgarrada, el dolor y la traición absolutos.
Mi último pensamiento fue una furia que quemaba más que el fuego del infierno.
Y entonces, desperté.
Con el mismo olor a cempasúchil y tierra mojada.
El mismo portal tembloroso y las mismas Almas en Pena.
Y frente a mí, La Catrina, bloqueando el paso, con la misma expresión terca.
"No. Él vendrá. Le prometí que lo esperaría".
Había vuelto.
Al día en que todo se fue al demonio.
Pero esta vez, no habría golpe rápido ni escape.
Esta vez, los iba a destruir.
A los dos.
Otros libros de Gavin
Ver más