El olor a antiséptico y a tristeza se me pegaba al alma en la unidad de cuidados intensivos, mientras sostenía la mano de mi madre moribunda. Llevaba días sin dormir, cuando el abogado y mi hermano Ricardo, impecable como siempre, entraron con el rostro sombrío que anunciaba el fin. Mi madre, Elena, con un hilo de voz, dictó su testamento: "Todo mi dinero... mis propiedades... la casa familiar... todo es para mi hijo, Ricardo." El aire se me fue de los pulmones al escucharla, dejándome solo a mí, Sofía, un viejo joyero carcomido y la frase que me congeló el alma: "Ricardo me necesita más. Tú siempre has sabido cuidarte sola." Esta distribución brutal e injusta, donde su favoritismo se sellaba, me destrozó, pues toda mi vida había luchado por su aprobación, solo para ser castigada por mi propia fortaleza. Mi madre, a quien serví y cuidé hasta el final, eligió darlo todo a mi codicioso hermano, el favorito. Aun así, cuando, llena de rabia y desprecio, fui a deshacerme del viejo joyero que me dejó, un anticuario descubrió un doble fondo. Ahí, ocultas bajo baratijas sin valor, brillaban joyas de incalculable valor. Era el tesoro escondido de la familia. Comprendí entonces la última lección de mi madre: no fue desprecio, sino una protección desesperada contra el lado oscuro de Ricardo. Pero mi hermano, consumido por la envidia al descubrir mi secreto, no se detendría ante nada para robarme lo que consideraba suyo.
El olor a antiséptico y a tristeza se me pegaba al alma en la unidad de cuidados intensivos, mientras sostenía la mano de mi madre moribunda.
Llevaba días sin dormir, cuando el abogado y mi hermano Ricardo, impecable como siempre, entraron con el rostro sombrío que anunciaba el fin.
Mi madre, Elena, con un hilo de voz, dictó su testamento: "Todo mi dinero... mis propiedades... la casa familiar... todo es para mi hijo, Ricardo."
El aire se me fue de los pulmones al escucharla, dejándome solo a mí, Sofía, un viejo joyero carcomido y la frase que me congeló el alma: "Ricardo me necesita más. Tú siempre has sabido cuidarte sola."
Esta distribución brutal e injusta, donde su favoritismo se sellaba, me destrozó, pues toda mi vida había luchado por su aprobación, solo para ser castigada por mi propia fortaleza.
Mi madre, a quien serví y cuidé hasta el final, eligió darlo todo a mi codicioso hermano, el favorito.
Aun así, cuando, llena de rabia y desprecio, fui a deshacerme del viejo joyero que me dejó, un anticuario descubrió un doble fondo.
Ahí, ocultas bajo baratijas sin valor, brillaban joyas de incalculable valor.
Era el tesoro escondido de la familia.
Comprendí entonces la última lección de mi madre: no fue desprecio, sino una protección desesperada contra el lado oscuro de Ricardo.
Pero mi hermano, consumido por la envidia al descubrir mi secreto, no se detendría ante nada para robarme lo que consideraba suyo.
Otros libros de Gavin
Ver más