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Renacida En Mi Matrimonio Segundo

Renacida En Mi Matrimonio Segundo

Gavin

5.0
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Capítulo

A mis treinta y nueve semanas de embarazo, la ansiedad me ahogaba: Mateo, mi prometido y un torero famoso, no respondía, y la imagen de Isabella, la bailaora de flamenco, me atormentaba. El teléfono por fin sonó, pero era mi abuela, con su voz teñida de preocupación, y casi al instante, Mateo irrumpió en casa, ignorando mi avanzado estado y obligándome a ir a la Plaza de Toros para "salvar su carrera", porque supuestamente, yo, y no él, había "creado un malentendido". En medio de una multitud indiferente, y bajo la mirada triunfante de Isabella, sentí un dolor agudo y terrible: el bebé se venía, pero Mateo, con ojos de acero, me obligó a arrodillarme y pedir perdón, justo antes de perder el conocimiento. Desperté en un hospital, el vientre vacío, mientras las noticias mostraban a Mateo y a Isabella besándose; no solo había perdido a mi hijo, sino que era la villana en su farsa. Mi abuela me ayudó a escapar de esa pesadilla, y con la ayuda de Carlos, un amigo incondicional, forjé una nueva identidad en un pueblo costero, lista para renacer, pero sabía que mi pasado no me dejaría tan fácilmente.

Introducción

A mis treinta y nueve semanas de embarazo, la ansiedad me ahogaba: Mateo, mi prometido y un torero famoso, no respondía, y la imagen de Isabella, la bailaora de flamenco, me atormentaba.

El teléfono por fin sonó, pero era mi abuela, con su voz teñida de preocupación, y casi al instante, Mateo irrumpió en casa, ignorando mi avanzado estado y obligándome a ir a la Plaza de Toros para "salvar su carrera", porque supuestamente, yo, y no él, había "creado un malentendido".

En medio de una multitud indiferente, y bajo la mirada triunfante de Isabella, sentí un dolor agudo y terrible: el bebé se venía, pero Mateo, con ojos de acero, me obligó a arrodillarme y pedir perdón, justo antes de perder el conocimiento.

Desperté en un hospital, el vientre vacío, mientras las noticias mostraban a Mateo y a Isabella besándose; no solo había perdido a mi hijo, sino que era la villana en su farsa.

Mi abuela me ayudó a escapar de esa pesadilla, y con la ayuda de Carlos, un amigo incondicional, forjé una nueva identidad en un pueblo costero, lista para renacer, pero sabía que mi pasado no me dejaría tan fácilmente.

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5.0

La noticia del romance de Ricardo Vargas, el magnate tequilero, con Sofía, la estrella de telenovelas, acaparaba los titulares. Lo vi en la tableta que él dejó, y solo apagué la pantalla. Cinco años de matrimonio, cinco años de amantes pasajeras, me había acostumbrado a ignorarlo. No podía irme; mi padre, con leucemia, dependía de los recursos de Ricardo para su tratamiento. Acepté un papel minúsculo como doble de riesgo, una de sus muchas formas de humillarme sin saber que llevaba tres meses de embarazo. En el set, mientras esperaba para una caída, Sofía se me acercó. "Esme, qué valiente eres," dijo, "Ricardo me cuenta que harías cualquier cosa por dinero." Sus dedos, con uñas perfectas, manipularon el cable de mi arnés. Luego, solo sentí el vacío. Caí. Un dolor agudo me desgarró el vientre, el líquido caliente escurrió por mis piernas. Marqué a Ricardo, temblando. "¿Qué quieres, Esmeralda? Estoy ocupado," dijo con impaciencia, de fondo la risa coqueta de Sofía. "Ricardo... caí... el bebé..." Una pausa, luego su cruel carcajada. "¿Qué nuevo truco es este? ¿Ahora finges un aborto? Madura, Esmeralda." Sofía tomó el teléfono: "Ricardo está ocupado, ¿te importa si te llama después?" La llamada se cortó tras un beso y un gemido. Desperté en un hospital estéril. "Señora Vargas, ha perdido al bebé," dijo el médico. En ese instante, una enfermera pálida tartamudeó: "Señorita Ruiz, su padre... se enteró de su accidente..." Corrí. Él me miró, con tristeza infinita. "Hija... ya no sufras más por mí..." Luego, el monitor marcó una línea plana. Mi padre, mi bebé, y la vida que soñé. Tres vidas por una. Mi deuda con Ricardo estaba saldada. Regresé a la casa, sintiéndome vacía; Ricardo entró con el certificado de defunción de mi padre. "Así el viejo se rindió," dijo con una sonrisa burlona, rompiéndolo, "qué conveniente." Me ofreció un millón de pesos para que me callara. Sonreí, una sonrisa vacía. "Ya no necesito nada de ti, Ricardo." Su rostro se contrajo de rabia, arrojó el cheque y se fue. Luego, Mateo, su asistente, ofreció un lugar para mi padre en el mausoleo Vargas. "Dile a tu jefe que mi padre no necesita su caridad hipócrita," le dije. "Lo enterraré yo misma." Después, Ricardo me miró con odio: "¿Sabes por qué te odio tanto, Esmeralda? Porque tu padre mató a mi madre." Me reí. "Estás loco." Él tomó la urna de mi padre. "¿Qué te parecería si tu querido papito se une a la fiesta?" Grité, corrí, pero él me sujetó. "Te quedarás aquí y me servirás como la criada que eres." Al día siguiente, Sofía llegó. "Buenos días, Esme," dijo con una sonrisa triunfante. "Hoy vas a estar muy ocupada." Tomó el amuleto de jade de mi padre. "Accidentalmente" lo dejó caer. "Limpia esto," ordenó Ricardo, con un rostro inexpresivo. Esa noche en el balcón, Sofía dijo: "Sería muy fácil para mí decir que me empujaste." Ricardo apareció. "¡Asesina! ¿Quieres matarla como tu padre mató a mi madre?" "Revisa las cámaras, Ricardo," supliqué. "No necesito ver nada," respondió. "Sé exactamente qué clase de persona eres." Me dejó sola, temblando. Mateo susurró: "El señor la ama, su odio es más fuerte." Al día siguiente, decidí reabrir el caso de mi padre. Ricardo me llamó: "Prepárate, irás a un set a disculparte con Sofía." Era una trampa. En el set, tres hombres me atacaron. Luche, escapé, pero recibí golpes. Le envié un mensaje: "¿Por qué tanto odio, Ricardo? ¿Por qué?" Ricardo, al ver mi sangre en el set, corrió al acantilado. Unos pescadores dijeron que una mujer saltó. Encontró mi teléfono, lo desbloqueó con la fecha de nuestro aniversario. Descubrió la verdad: su padre engañó y maltrató a su madre, empujándola al suicidio. El odio, la mentira. Había destruido a la única mujer que amaba. Se arrepintió. Sofía fue arrestada. En mi habitación, encontró mi jazmín y la urna cambiada. Estaba viva. Tres meses después, en mi posada, apareció Ricardo. Me rogó perdón, me confesó su amor, las cicatrices de mi cuerpo y alma eran mi respuesta. "Esto," señalé mi brazo, "cuando perdí a nuestro hijo." "Esto," señalé mi corazón, "por mi padre." Se arrodilló, llorando. Ignoré su súplica. Esa noche, la pesadilla: Ricardo me ahogaba. Al día siguiente, su video se hizo viral. Sofía, desde la cárcel, publicó un video editado mío, difamándome. En vivo, mostré mis cicatrices. Ricardo intervino, desenmascaró a Sofía. Luego, en mi diario, leyó mi depresión, mis pesadillas. Me pidió perdón y prometió irse. Lo dejé ir. Encontré su nota: "Si hubiera sabido que conocerte significaría tanto sufrimiento para ti, habría preferido no haberte conocido nunca."

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5.0

La música clásica llenaba el gran salón, pero para mí, Sofía Rivas, sonaba a marcha fúnebre mientras observaba a mi esposo, Alejandro Vargas, el flamante magnate inmobiliario. Su perfecta sonrisa no era para mí, sino para Mariana Soto, la joven a su lado, la misma que, meses atrás, había sido el "error" de una noche y que, ahora, reaparecía milagrosamente embarazada tras un desastre natural. Mis suegros me interceptaron, sus miradas frías como advertencia, exigiéndome "comprensión" para la "pobre chica sin nadie", antes de reprenderme por mi palidez. Mariana, con su estudiada inocencia y una mano protectora sobre su vientre, se acercó para agradecer la "amabilidad" de Alejandro, actuando la víctima perfecta. "No te preocupes", le dije, mi voz cortante como cristal. "Sé perfectamente quién eres y qué es lo que quieres". La confrontación culminó cuando, al acercarse Alejandro, Mariana dramatizó una caída, y él, sin dudarlo, me miró con una fría y dura acusación: "¡Sofía, ¿qué demonios hiciste?!". Mi mundo se desmoronó mientras él me exiliaba a un apartamento, supuestamente para darle "tranquilidad" a Mariana, pero en realidad, para echarme de mi propia casa. La traición se grabó aún más profundo cuando, tras mi decisión de divorciarme, él contestó una llamada de Mariana y se fue corriendo, dejándome sola, con sus palabras vacías de "no me dejes" resonando. El estrés y el vacío me consumían, los mareos se hicieron constantes, un susurro de algo mucho más oscuro anidando en mí. Las publicaciones de Mariana en redes, con fotos de su vientre y Alejandro, eran puñaladas diarias, diseñadas para humillarme. "¡Congelaste las cuentas! ¡Estás siendo increíblemente egoísta y cruel!", me gritó Alejandro, indignado al ver que protegía mis finanzas. "Todo lo que tengo lo he construido yo misma, y no voy a permitir que tú ni nadie me lo arrebate", respondí, mi voz ahora firme, mientras me preparaba para la fiesta de revelación del género del bebé, un último acto público. La revelación en la fiesta fue cruel, Mariana, fingiendo amenazas, insinuó que yo era la culpable, y mi suegra, sin mediar palabra, me abofeteó. El pánico estalló cuando Mariana simuló un problema con el bebé; en el caos, le entregué a Alejandro los papeles de divorcio que había preparado. "Firma ahora, Alejandro, o te juro que convertiré tu vida en un infierno del que ni tu madre podrá salvarte", exigí, y él firmó, sin saber que liberaba mi venganza. De nuevo en casa, encontré mi estudio invadido por las cosas del bebé de Mariana, y Alejandro me echó sin un ápice de arrepentimiento. Conduje bajo la lluvia, huyendo de una vida que ya no era mía, y un mareo se apoderó de mí, deteniendo el coche en una carretera desierta. Llamé a Alejandro, mi voz un hilo, pidiendo ayuda, pero él, sin dudarlo, me colgó, argumentando que Mariana lo "necesitaba", dejándome a mi suerte. La desesperación me invadió, pero unas luces se acercaban: Ricardo Morales, el rival de Alejandro, apareció de la nada. Ricardo me ayudó a salir del coche, y la oscuridad me venció, lo último que escuché fue: "No se preocupe, yo la cuidaré". Desperté en su casa, segura, y él, sorprendentemente amable, me reveló que me había estado observando, que siempre supo que yo no merecía lo que Alejandro me estaba haciendo. El médico llegó con un diagnóstico demoledor: cáncer de páncreas en etapa grave. Ricardo, sin dudarlo, prometió conseguir al mejor equipo médico, mientras mi corazón se hundía en el abismo.

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5.0

La noche era una cortina de agua, pero yo, Sofía, apretaba el volante, llevando medicinas a Ricardo, mi prometido, para el hijo de su ex, Camila, que tenía fiebre. De repente, luces cegadoras y un impacto violento me lanzaron al infierno: el auto patinó, se retorció, y desperté atrapada, con el motor en llamas. Con el corazón latiendo a mil, logré llamar a Ricardo, pidiendo ayuda, mi voz un susurro tembloroso: "Ricardo, ayúdame. Tuve un accidente... el auto... se está incendiando." Hubo un silencio eterno y luego, su voz profesional y distante, no la de un prometido preocupado: "Entendido, enviaré una unidad de inmediato. Quédate tranquila." Su siguiente frase me heló la sangre: "Sofía, tengo que colgar. El hijo de Camila no deja de llorar, la fiebre no le baja. Camila está sola y desesperada." Y colgó, dejándome allí, ardiendo sola en mi coche. El Capitán Alejandro me salvó, y sus palabras, amplificadas por la tensión, resonaron como un rayo: "¿Cómo puedes dejar a tu prometida, que está esperando un bebé, sola en un auto en llamas por ir a cuidar al hijo de Camila?" ¿Un bebé? Mi mano fue instintivamente a mi vientre, mientras Ricardo, pálido, intentaba justificarse: "El niño tiene fiebre, capitán. Camila está sola, no tiene a nadie más. Y sabía que con ustedes, Sofía estaría a salvo..." Esa frase me destrozó: me abandonó porque "sabía que estaría a salvo" con otros, priorizando a su ex y a su "hijo" sobre a mí y nuestro bebé. En el hospital, el doctor Ramírez confirmó la tragedia: "Debido al estrés traumático... no pudimos salvar al bebé." Llamé a Ricardo, desesperada, y su voz irritada respondió: "¿Qué quieres ahora, Sofía? ¿No te dije que estaba ocupado?" Finalmente, el golpe de gracia: la voz melosa de Camila en el fondo, "Ricky, mi amor, ¿con quién hablas? Ven a la cama, te necesito." La traición me rompió; un dolor que hizo que mi monitor cardíaco pitara frenéticamente hasta que todo se volvió negro. Al despertar, la fría verdad: Ricardo había pedido el día libre para estar con Camila, mientras mi mundo se desmoronaba. Unas fotos antiguas revelaron una doble vida: Ricardo, Camila y Leo sonriendo, con una fecha de hace seis meses, cuando se suponía estaba en un entrenamiento especial. La mentira me golpeó: no fue un error, sino una red de engaños. Enfrenté a Ricardo y Camila, la rabia brotando: "Me voy porque mientras yo sentía cómo la vida de nuestro hijo se me escapaba entre las piernas en una camilla de hospital, tú estabas en la cama con ella." Camila chilló: "¡Mentirosa! ¡Estás diciendo eso solo para herirlo!" y Ricardo dudó: "¿Es... es eso cierto, Sofía?" La última gota: "No fue un error. Fue una elección. Y tú elegiste. Ahora vive con tu elección." Colgué, apagué el teléfono y se lo entregué a Alejandro. Mi nueva vida, lejos de ellos, comenzaba en San Miguel, un pueblo tranquilo donde esperaba reconstruirme.

Un Amor Más Que Sangre

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5.0

Morí aplastada bajo el sol, con el cuerpo destrozado por una explosión. Mi suegra, la mujer que me crió como a una hija, murió conmigo. Todo por culpa de Ricardo, mi esposo y un cobarde que nos abandonó, y de Brenda, su amante maliciosa. Ese fue el fin de mi vida anterior. Pero ahora estoy de vuelta. El mismo sol calcinante, el mismo campo polvoriento y la misma escena de pesadilla. Mi suegra, Elena, pálida como un fantasma, tiene un pie plantado firmemente en el suelo. Bajo su zapato gastado, una mina terrestre espera en silencio. El ligero "clic" que hizo al pisarla todavía resuena en mis oídos. «Sofía, hija… llama a Ricardo», suplica Elena con voz temblorosa, llena de pánico. En mi vida pasada, le rogué, le supliqué por teléfono. Su respuesta fue fría, llena de desprecio. Dijo que era un drama, que estábamos exagerando. Se negó a venir. Y por su culpa, morimos. «No», digo con una firmeza que me sorprende a mí misma. «A ese hombre no le voy a llamar». Elena me mira confundida, el miedo luchando contra la sorpresa. «¡No lo hará, mamá! ¡No le importamos!». El recuerdo amargo de Ricardo yéndose de la casa con Brenda, sin mirar atrás, sin una palabra para la madre que lo crió o para la esposa que lo había apoyado, flota entre nosotras. Los vecinos empiezan a arremolinarse a una distancia prudente, susurran entre ellos. «Pobrecita doña Elena». «¿Y el hijo? ¿Dónde está el bueno para nada de Ricardo?». «Dicen que anda con esa mujer rica, la tal Brenda. Se olvidó de su madre». Las palabras son como avispas zumbando a mi alrededor, pero no me afectan. Solo tengo ojos para la mina y para la mujer que está parada sobre ella. Esto no es un sueño. No es un recuerdo. He renacido. He vuelto al día de nuestra muerte. Una extraña calma se asienta sobre mí. El pánico inicial se disuelve, reemplazado por una resolución fría como el acero. Si el destino me ha dado una segunda oportunidad, no la desperdiciaré. No cometeré los mismos errores. Esta vez, Ricardo no decidirá nuestro destino. Yo lo haré.

Cariño, Te di 7 Oportunidades

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5.0

Mi esposo, Mateo Vargas, me ha pedido el divorcio siete veces. Cada vez, la misma excusa: "Valentina ha regresado a México y la necesito" . Y cada vez, yo, Sofía Romero, su "esposa" que él desechaba como un pañuelo usado, firmaba los papeles. Siete humillaciones públicas, siete rondas de susurros a mis espaldas, siete colecciones de actas de divorcio que ya parecían cromos. Sacrifiqué mi carrera como diseñadora, mis sueños, mi dignidad, todo por ser la esposa perfecta que él nunca valoró. Pero esta octava vez, mientras él me sonreía perezosamente y prometía regresar en tres meses para volver a casarse, algo cambió dentro de mí. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Tan desesperada por una migaja de su amor que no veía la toxicidad? La risa que solté fue amarga, sin alegría, como la historia de mi vida con él. "No te preocupes", le dije, mi voz con un filo helado que nunca antes había usado. "Esta vez, haré las cosas diferente yo también." No hubo lágrimas, no hubo gritos, solo una calma aterradora que lo descolocó por completo. "Cuando vuelvas, ya no estaré." Se que se siente aliviado, pensando que no habrá drama esta vez. Pero lo que no sabe es que esta vez, el juego ha cambiado. Porque en mi mente, un plan completamente diferente ya estaba en marcha, uno que no incluía ninguna boda, ninguna reconciliación. Uno que no lo incluía a él. Y esta vez, Sofía Romero no solo se irá, se levantará, se transformará. La venganza es un plato que se sirve frío, y yo sé esperar.

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