Mis Queridos Familias Crueles

Mis Queridos Familias Crueles

Gavin

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Capítulo

El aroma a mole de mamá llenaba la casa, un espejismo de calidez familiar que, por un instante, me hizo creer en un regreso a la normalidad. Volví a casa después de una semana, engañada con la excusa de una madre "muy enferma", solo para encontrarla cocinando felizmente. Luego, mi padre Manuel y mi hermano Ricardo, con sonrisas que no llegaban a sus ojos, me hablaron de un "negocio", un "favor" que consistía en "ser bonita" para unos "socios". La amabilidad forzada, el nudo en mi estómago, la sensación de que algo andaba terriblemente mal, se agudizaban con cada kilómetro en la vieja camioneta de mi padre. El viaje no era corto, Ricardo me silenció a la fuerza, y mi padre me miró con una frialdad que me paralizó. Al llegar a una hacienda familiarmente ominosa, me reconocí al instante: este era el infierno del que había escapado. "Aquí está" , dijo mi padre a un hombre con cicatrices, "como acordamos" . Cincuenta mil pesos. Ese era mi precio. Fui vendida por mi propia familia biológica a los mismos monstruos que me habían mantenido prisionera años atrás. El "Tigre" no me reconoció, pues mi propia madre y padre habían borrado mi imagen para que este encuentro fuera posible, cortando mi cabello y vistiéndome con harapos. Pero cuando Arturo, mi padre adoptivo, y Mateo, mi hermano adoptivo, entraron, la farsa se desmoronó. Mateo me humilló como basura, hasta que vio mi dije de colibrí, el símbolo de nuestra posesión. Su incredulidad se tornó en una furia devastadora y brutalmente vengativa. Arturo y Mateo desataron un infierno de tortura contra todos los que me habían dañado. El Tigre fue mutilado, a mi padre Manuel le destrozaron las manos, y a Ricardo los arrastraron al pozo. Los gritos de agonía resonaban, mientras Mateo, con su rostro salpicado de sangre, me susurraba: "Estás a salvo, mi Sofi". Encerrada en una jaula dorada, acepté mi papel de princesa dócil mientras planeaba mi venganza. Usando a mi tutora, filtré información a la DEA y a los Zetas, sembrando el caos lentamente. Finalmente, en una noche de reunión, llamé al 911 y disparé al aire, desatando una guerra en mi propia casa. Los marinos llegaron, el imperio se desmoronó, y entre los escombros, declaré: "Soy Sofía García, la chica secuestrada". Libre al fin, aunque marcada por la sangre.

Introducción

El aroma a mole de mamá llenaba la casa, un espejismo de calidez familiar que, por un instante, me hizo creer en un regreso a la normalidad.

Volví a casa después de una semana, engañada con la excusa de una madre "muy enferma", solo para encontrarla cocinando felizmente.

Luego, mi padre Manuel y mi hermano Ricardo, con sonrisas que no llegaban a sus ojos, me hablaron de un "negocio", un "favor" que consistía en "ser bonita" para unos "socios".

La amabilidad forzada, el nudo en mi estómago, la sensación de que algo andaba terriblemente mal, se agudizaban con cada kilómetro en la vieja camioneta de mi padre.

El viaje no era corto, Ricardo me silenció a la fuerza, y mi padre me miró con una frialdad que me paralizó.

Al llegar a una hacienda familiarmente ominosa, me reconocí al instante: este era el infierno del que había escapado.

"Aquí está" , dijo mi padre a un hombre con cicatrices, "como acordamos" .

Cincuenta mil pesos. Ese era mi precio.

Fui vendida por mi propia familia biológica a los mismos monstruos que me habían mantenido prisionera años atrás.

El "Tigre" no me reconoció, pues mi propia madre y padre habían borrado mi imagen para que este encuentro fuera posible, cortando mi cabello y vistiéndome con harapos.

Pero cuando Arturo, mi padre adoptivo, y Mateo, mi hermano adoptivo, entraron, la farsa se desmoronó.

Mateo me humilló como basura, hasta que vio mi dije de colibrí, el símbolo de nuestra posesión.

Su incredulidad se tornó en una furia devastadora y brutalmente vengativa.

Arturo y Mateo desataron un infierno de tortura contra todos los que me habían dañado.

El Tigre fue mutilado, a mi padre Manuel le destrozaron las manos, y a Ricardo los arrastraron al pozo.

Los gritos de agonía resonaban, mientras Mateo, con su rostro salpicado de sangre, me susurraba: "Estás a salvo, mi Sofi".

Encerrada en una jaula dorada, acepté mi papel de princesa dócil mientras planeaba mi venganza.

Usando a mi tutora, filtré información a la DEA y a los Zetas, sembrando el caos lentamente.

Finalmente, en una noche de reunión, llamé al 911 y disparé al aire, desatando una guerra en mi propia casa.

Los marinos llegaron, el imperio se desmoronó, y entre los escombros, declaré: "Soy Sofía García, la chica secuestrada".

Libre al fin, aunque marcada por la sangre.

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