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Una Madre sin Nada que Perder

Una Madre sin Nada que Perder

Gavin

5.0
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Capítulo

Durante diecisiete años, vendí frutas humildemente en Oaxaca, criando a mi talentosa hija Luciana con la medalla de mi esposo caído, un infante de marina, como único recuerdo. Pero un día, mi mundo se hizo pedazos cuando la escuela llamó: Luciana estaba en el hospital, víctima de una brutal agresión por parte de Sasha Salazar, la hija del hombre más rico y poderoso de la ciudad. El magnate Máximo Salazar llegó al hospital, arrojó dinero a mis pies como limosna por nuestra tragedia y me advirtió que guardara silencio; cuando exigí justicia, su guardaespaldas me golpeó brutalmente. Fui humillada, mi casa destrozada, mi sustento aniquilado, y la foto de mi esposo y su preciada medalla fueron pisoteadas, mientras la policía y la escuela, compradas por Salazar, me cerraban todas las puertas. Con el alma desgarrada, las cenizas de Luciana en mis brazos y la medalla intacta de mi esposo en el bolsillo, emprendí un viaje desesperado hacia Veracruz, a la base naval donde él sirvió, buscando un último destello de esperanza. Pero justo al llegar, Máximo Salazar volvió a aparecer, pateó las cenizas de mi hija por el suelo, y pisoteó la medalla de mi héroe una y otra vez, pulverizando lo poco que me quedaba, hasta que un joven centinela, testigo de la barbarie, activó la alarma. En ese instante, la base se convulsionó, y el Almirante Roy Lawrence, el mentor de mi esposo y quien le entregó aquella medalla, emergió de la oscuridad, con una furia fría que prometía una justicia devastadora.

Introducción

Durante diecisiete años, vendí frutas humildemente en Oaxaca, criando a mi talentosa hija Luciana con la medalla de mi esposo caído, un infante de marina, como único recuerdo.

Pero un día, mi mundo se hizo pedazos cuando la escuela llamó: Luciana estaba en el hospital, víctima de una brutal agresión por parte de Sasha Salazar, la hija del hombre más rico y poderoso de la ciudad.

El magnate Máximo Salazar llegó al hospital, arrojó dinero a mis pies como limosna por nuestra tragedia y me advirtió que guardara silencio; cuando exigí justicia, su guardaespaldas me golpeó brutalmente.

Fui humillada, mi casa destrozada, mi sustento aniquilado, y la foto de mi esposo y su preciada medalla fueron pisoteadas, mientras la policía y la escuela, compradas por Salazar, me cerraban todas las puertas.

Con el alma desgarrada, las cenizas de Luciana en mis brazos y la medalla intacta de mi esposo en el bolsillo, emprendí un viaje desesperado hacia Veracruz, a la base naval donde él sirvió, buscando un último destello de esperanza.

Pero justo al llegar, Máximo Salazar volvió a aparecer, pateó las cenizas de mi hija por el suelo, y pisoteó la medalla de mi héroe una y otra vez, pulverizando lo poco que me quedaba, hasta que un joven centinela, testigo de la barbarie, activó la alarma.

En ese instante, la base se convulsionó, y el Almirante Roy Lawrence, el mentor de mi esposo y quien le entregó aquella medalla, emergió de la oscuridad, con una furia fría que prometía una justicia devastadora.

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Me despidieron. Máximo Castillo, el hombre que amaba y mi jefe secreto, me entregó una caja de cartón con una falsa compasión. La filtración de planos de un proyecto vital, culparme a mí, la "chivo expiatorio perfecta", fue solo una excusa barata. Él necesitaba librarse de mí para su "verdadero amor", Sofía Ramírez, la heredera que acababa de regresar. Mientras salía del edificio, los vi: Máximo, abriendo con ternura la puerta del coche para Sofía. Una ternura que nunca me había mostrado a mí, su amante de tres años. La misma mañana, tras pasar la noche sola esperándolo, Máximo regresó, frío y distante. "Estaba con Sofía," declaró, "solo eres un hermoso adorno". Ese adorno, yo, Lina, acababa de ser diagnosticada con un glioblastoma en fase avanzada. ¿Un adorno moribundo? La humillación no había terminado: la mejor amiga de Sofía, Valeria Reyes, me atacó brutalmente en público, revelando mis mensajes privados a Máximo antes de empujarme y dejarme inconsciente. Desperté en el hospital, y Máximo no se preocupó por mi dolor, solo por proteger a Sofía. Me llamó "malcriada" por no aceptar las disculpas falsas de quien me agredió. En ese momento, mi corazón, aunque ya roto, se hizo pedazos. ¿Cómo pudo tratarme así, después de todo? ¿Realmente era tan ciega su indiferencia? Una verdad fría me golpeó: no era solo un despido, no era solo un abandono, era una aniquilación sistemática de mi existencia. Pero no me iría en silencio. No lucharía por vivir si no podía luchar por justicia. Con una sentencia de muerte en mis manos y el apoyo de mi único amigo, el Dr. Leon Chávez, trazé un plan. Un plan para que cada uno de ellos pagara, y comenzaría con la boda de Valeria. Este era solo el principio de mi venganza.

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Mi vida giraba en torno al flamenco, el legado de mi madre, Elena Vargas, hasta que su muerte trajo a Sofía y a su madre a casa, convirtiendo mi hogar en un campo de minas. Para protegerme de aquel ambiente hostil, contraté a Alejandro Gallardo, "El Halcón", un guardaespaldas implacable que prometía lealtad. La pesadilla comenzó cuando Sofía rompió el abanico de mi madre, mi último recuerdo, y tras humillarla públicamente, los hombres de Alejandro me secuestraron. En un cortijo abandonado, mi supuesto protector ordenó destrozarme los tobillos y las muñecas con una fusta, acabando con mi futuro como bailaora. El dolor físico era insoportable, pero la verdad de la traición me aplastó: el teléfono para pedir ayuda estaba sin batería y sin SIM, una burla cruel orquestada por él. Mis gritos en la bodega, donde me encerró días sabiendo mi claustrofobia, fueron ignorados mientras mi padre y mi hermano, Mateo, me daban la espalda, eligiendo a mis verdugos. Cegada por la desesperación, me preguntaba cómo pude amar al monstruo que había acogido en mi casa, al hombre que convirtió mi vida en un infierno, quitándome todo lo que valoraba. La esperanza se volvió ceniza, dejándome con un vacío inmenso y un único deseo: la muerte, mi única escapatoria de su control y la crueldad de mi falsa familia. Pero la humillación final encendió una nueva fuerza en mí: en la fiesta de cumpleaños de Sofía, aunque lisiada y con el cuerpo roto, desvelé su farsa y la barbarie de Alejandro ante todos. Con un grito y un acto de autoflagelación, expuse sus crímenes y el vídeo de cómo mi madrastra incitó la muerte de mi madre, rompiendo oficialmente lazos con la familia Montoya. Ahora, aunque marcada por la batalla, había elegido vivir y vengarme, buscando un nuevo camino y una verdadera protección junto a Javier Crespo.

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