La limusina negra se deslizó suavemente por las calles de Los Ángeles, deteniéndose frente al imponente edificio de Éclat. Jazmín Valastro, sentada en el asiento trasero, revisó por última vez su reflejo en el espejo. Su rostro, enmarcado por una melena castaña con un sutil degradado a verde azulado en las puntas, lucía impecable. Un traje sastre color marfil acentuaba su figura esbelta. Sus ojos verdes, fríos como el jade, reflejaban una determinación inquebrantable.
-Hemos llegado, señorita Valastro -anunció la voz grave de Ricardo desde el asiento delantero.
Jazmín asintió con un leve movimiento de cabeza y salió del vehículo. En cuanto puso un pie en la acera, el murmullo de la calle pareció disminuir. Los empleados que entraban y salían del edificio bajaron la mirada al instante, un gesto automático de respeto, casi de sumisión. Jazmín caminó con paso firme hacia la entrada principal, su presencia irradiando una autoridad silenciosa. No era arrogancia, sino la seguridad de quien ha nacido para ocupar un lugar en la cima. Ella no era una tirana, sino una líder justa y firme, y sus empleados lo sabían. Ese respeto se había ganado con años de trabajo duro, decisiones acertadas y un trato digno hacia cada miembro de su equipo, siguiendo el ejemplo de sus padres, quienes también abogaban por el bienestar de sus empleados, brindándoles numerosos privilegios. Ese legado familiar resonaba en cada rincón de Éclat.
El vestíbulo era un despliegue de mármol blanco y detalles dorados, un reflejo del lujo que representaba Éclat. Jazmín avanzó por el pasillo principal, sintiendo las miradas que la seguían sin atreverse a cruzar su camino. Cada paso resonaba con la historia de su familia, un legado que llevaba sobre sus hombros con una mezcla de orgullo y responsabilidad.
En lugar de dirigirse directamente a su oficina, Amber la esperaba justo en las puertas del ascensor privado del último piso. Al verla llegar, Amber sonrió con profesionalismo.
-Buenos días, señorita Valastro -dijo Amber, comenzando a caminar junto a ella hacia la oficina mientras el ascensor ascendía-. Su agenda de hoy está bastante completa. A las nueve tiene la reunión con la señorita Hayes, la señorita Tanaka y la señorita Rodríguez, a la una el almuerzo con el señor Sterling y a las ocho la cena en el Hotel Bel-Air con el señor Vargas. Además, el señorito Valastro ha estado insistiendo en que necesita más personal para el departamento de diseño. Dice que están sobrecargados de trabajo.
Jazmín suspiró levemente. «Otra vez con lo mismo...» pensó, su lenguaje corporal denotando cansancio ante las constantes quejas de su hermano.
-Dile a Julian que lo veré después de la reunión con mis favoritos, Yeon y Choe -respondió Jazmín, refiriéndose a los cantantes con un tono cariñoso pero firme.
Justo cuando llegaron a la oficina de Jazmín, Amber le entregó uno de los tres teléfonos que manejaba, el de la línea directa con Leonardo y Mateo. Jazmín contestó la llamada.
-Buenos días, Leonardo -dijo Jazmín.
-Buenos días, Jazmín, querida -respondió la voz de Leonardo al otro lado de la línea-. Quería repasar contigo los últimos detalles de la colección. ¿Tienes un momento?
-Claro, justo estoy llegando a mi oficina.
Jazmín entró en su despacho, la vista panorámica de la ciudad extendiéndose frente a ella. Se sentó en su escritorio, dando comienzo a la llamada.