Polonia 1943
Treblinka
son las 5:00 am de la mañana la dura faena comienza, Yeudiel empieza a formar la fila junto con sus compañeros, sus cabezas rapadas y sus uniformes de rayas negras hace parecer que todo son iguales, sus rostros demacrados y sus cuerpos huesudos no hacen ninguna diferencia. El oficial alemán que él había visto antes parecía ser muy joven, repasa la lista. La nieve cae, el frío es agobiante, aunque eso pasa a un segundo plano, cuando el estómago ruge, nada más importa, solo saciar aquella hambre. El oficial indica que debe repasar nuevamente el listado, muchos no aguantarán ese nuevo repaso, la debilidad y la inclemencia del tiempo los azota sin piedad y sin misericordia. Esto acontecerá y sus verdugos no sentirán nada de empatía por ninguno de los prisioneros.
Yeudiel extiende la vista y observa como un grupo de mujeres que entra al consultorio médico, siente un escalofrío que lo estremece, con sumo cuidado repasa los rostros de cada una y su amada Flora no se encuentra, vuelve a respirar con normalidad, todos saben que allí se realizan experimentos no se sabe de qué tipo y muchas de ellas jamás vuelven a salir de aquel terrorífico lugar.
La orquesta compuesta por prisioneros comienza a tocar para indicar en inicio de la larga y agotadora jornada. Donde muchos de los compañeros no regresaran, unos muertos por inanición, otros con un balazo en la frente por no acatar una orden de algún SS, todo puede ocurrir en aquel campo de exterminio.
El estómago de Yeudiel no deja de protestar ansioso porque se acercaba la hora de comer. Los alimentos que se reparten en el campo no son para nada apetecibles, pero para ellos es un manjar que solo recibirán en pequeñas porciones tres veces al día.
Al terminar de comer, aquellos famélicos hombres son llevados al bosque para iniciar la recolección de madera para los hornos. Yeudiel no piensa en nada más que en sobrevivir al horror, no fija su mente en los trenes que llegan con hombres, mujeres, jóvenes, niños ni ancianos hacinados, donde la humillación era palpable; su único delito cometido era el ser judío al igual que él. No reflexionaba en el hedor que desprendían el crematorio que permanecían funcionando día y noche, no podía detenerse a pensar porque sucumbiría.
Al regresar de la jornada en el bosque sintió cierta agitación entre algunos de los presos, había llegado el día de la sublevación de la que se estaba gestando meses atrás dentro de los prisioneros que escucharon de la derrota de los alemanes en Stalingrado.
La rebelión que tenían planeada sufrió varios reveses: las muertes de algunos integrantes por parte de las SS y otros por el azote del tifus, sin embargo, nada había detenido su intento de escapar del infierno.
Yeudiel no era pieza fundamental de la sublevación, mas todo aquel que tuviera una estrella amarilla en su descolorido uniforme, era parte de aquello. En las poquísimas oportunidades
que había podido hablar con su esposa, le informó que, si el levantamiento llegara a darse ella, lo esperara en el barracón, él la buscaría y aprovecharían la oportunidad de escapar o morir en el intento.