El aire olía a tensión y café recién hecho.
Lucía Estrada la reina miraba por el ventanal de su despacho en el piso más alto del edificio de Estrada Enterprises. La ciudad vibraba bajo ella, con su caos interminable en secreto, pero Lucía ahora solo pensaba en un nombre que había resonado en todas sus reuniones de las últimas semanas: Alejandro Valverde.
Era el hombre del momento, el CEO de Valverde Corp, y la única persona que había logrado poner en jaque su expansión hacia Europa. Desde el día en que él presentó su nueva estrategia, parecía que todos los caminos de sus clientes llevaban a su competencia. Alejandro no solo era brillante; también era despiadado en los negocios.
Pero Lucía no era una pequeña, no se amedrentaba. Había crecido bajo la sombra de su padre, un empresario feroz, y sabía que en el mundo corporativo no había espacio para la duda ni la debilidad. Sin embargo, Alejandro representaba más que una amenaza comercial: era un desafío personal. Cada vez que sus caminos se cruzaban en reuniones o eventos sociales, los enfrentamientos verbales se convertían en duelos llenos de chispa.
Aquel día, mientras estudiaba la estrategia de su competencia, su asistente entró con un sobre blanco y una expresión tensa.