La imponente ciudad de Velmont brillaba bajo el manto de la noche, con sus rascacielos iluminados y el constante murmullo de autos que nunca cesaba. En lo alto de uno de los edificios más altos, en una oficina de paredes de vidrio y decorada con un minimalismo impecable, Alexander Cain observaba la ciudad con una copa de whisky en la mano. Para muchos, era un hombre admirable: un visionario, un líder incuestionable. Pero quienes lo conocían de cerca sabían que su ascenso no había sido limpio.
El sonido de la puerta de su oficina deslizándose lo sacó de sus pensamientos. Era Dominic Graves, su mano derecha y único hombre en quien Alexander confiaba plenamente.
-Todo está listo, señor Cain -anunció Dominic, con la eficiencia de alguien que sabía que cada palabra debía justificar su existencia.
Alexander se giró lentamente, dejando su copa sobre el escritorio de vidrio.
-¿Qué me dices de los Valtieri? -preguntó, su voz grave y calculada.
Dominic asintió.
-Están en la posición que usted esperaba. La reunión de accionistas es mañana. El patriarca, Massimo Valtieri, no sospecha nada.
Alexander sonrió, un gesto frío y contenido. Había planeado ese momento durante años, estudiando cada debilidad de los Valtieri, anticipándose a cada movimiento. Los Valtieri eran una de las familias más poderosas de la ciudad, pero habían cometido el error de subestimarlo. Y Alexander no perdonaba errores.
-Perfecto -dijo, tomando asiento en su silla de cuero negro-. Quiero que todo parezca una casualidad. Una combinación de malas decisiones financieras, inversiones riesgosas y una pérdida de confianza en el mercado. No quiero que nadie pueda rastrear esto hasta mí.
Dominic inclinó la cabeza.
-Entendido, señor.
Pero justo cuando Dominic se disponía a salir, Alexander lo detuvo.
-Espera. -Se recostó en su silla, entrelazando los dedos-. ¿Qué sabemos de la hija menor?
El rostro de Dominic se endureció.
-Isabela Valtieri. Veintitrés años, acaba de graduarse en Administración de Empresas. No parece involucrada en las operaciones familiares. Según nuestras investigaciones, su relación con su padre es distante.
Alexander asintió, pensativo.
-Quiero que alguien la vigile. Si las cosas se complican, no quiero que sea un problema.
Dominic dudó por un instante.
-¿No sería más sencillo... eliminarla también?
Alexander lo miró con una mezcla de irritación y firmeza.
-No. -Hizo una pausa, su tono glacial-. No eliminamos a inocentes, Dominic. Eso nos hace descuidados.
Dominic no discutió. Era una regla tácita en los métodos de Alexander: eliminar competencia, no peones.
Cuando Dominic salió, Alexander volvió a mirar por la ventana. En el horizonte, las luces de la mansión Valtieri parpadeaban. En menos de veinticuatro horas, esa familia sería historia, y él se consolidaría como el rey indiscutible del tablero empresarial.
Al otro lado de la ciudad, en la mansión Valtieri, el ambiente era completamente distinto. Una fiesta privada estaba en pleno apogeo. Massimo Valtieri, con su imponente figura y su sonrisa de dientes perfectos, estrechaba manos y compartía risas con sus invitados.
Isabela, en cambio, estaba lejos de la acción, sentada en la terraza con una copa de vino en la mano. Había aprendido desde muy joven que su papel en las reuniones familiares era ser vista, no escuchada. A diferencia de sus hermanos mayores, no tenía un lugar en las operaciones de la familia. Su padre la veía como una niña, alguien demasiado ingenua para entender el mundo despiadado de los negocios.
-¿Otra vez huyendo de la fiesta? -preguntó una voz familiar.
Isabela se giró y sonrió al ver a su hermano Luca acercándose con una botella de champán.
-Alguien tiene que mantener la cordura -respondió, levantando su copa.