Capítulo 1: El precio de la vida
El aire en la sala del hospital era denso, como si cada molécula estuviera impregnada de dolor y ansiedad. Las paredes blancas, frías e impersonales, carecían de consuelo. Sofía se abrazó las rodillas, sus manos temblorosas apretadas con fuerza, mientras el reloj en la pared marcaba con una lentitud tortuosa cada segundo que se convertía en una eternidad.
El doctor entró con expresión grave, evitando por un momento los ojos de ella, como si buscaran las palabras correctas en algún rincón invisible.
-Sofía... lo siento -dijo al fin, su voz resonando en el silencio-. El cáncer de tu madre está en estadio IV. Es muy agresivo y se ha extendido. Necesitamos comenzar un tratamiento de inmediato, pero... -hizo una pausa, pesando sus siguientes palabras- El costo es elevado. Un tratamiento experimental podría darle una oportunidad, pero está fuera del sistema público. Son 2.500.000 euros.
El mundo de Sofía se detuvo.
-¿Cuánto? -susurró, incrédula, su mente luchando por aceptar la cifra.
-Lo sé, es una cifra inalcanzable para la mayoría. Pero es lo único que podría ayudarla -respondió el doctor, su voz cargada de compasión.
Sofía salió del consultorio con las piernas temblorosas, como si la tierra hubiera desaparecido bajo sus pies. Su madre era todo lo que tenía, su única familia. No había padres, hermanos ni ahorros que pudieran hacer frente a esa cifra exorbitante. Ni siquiera vendiendo la casa, el coche, todo lo que poseían, alcanzarían a reunir siquiera una fracción de ello.
Había dedicado cada instante de su vida a estudiar, a convertirse en la mejor doctora, en la mejor hija. Siempre responsable, siempre enfocada. Nunca salía, nunca se distraía. Solo trabajo, solo universidad. Y ahora, toda esa dedicación parecía en vano.
Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras caminaba sin rumbo por el pasillo del hospital. La desesperación le dejaba un sabor amargo en la boca, como sangre que se aferra a la garganta.
No tenía a quién acudir. Nadie que pudiera prestarle esa suma astronómica. Nadie que pudiera salvar a su madre... al menos, no aún.
Esa noche, sin saberlo, el destino empezó a tejer una red de caminos oscuros. Una sola decisión bastaría para cambiarlo todo.
---
Sofía llegó a casa con la mirada en blanco, cada paso se sentía como si su cuerpo estuviera arrastrando el peso de un mundo que se desmoronaba. La pequeña casa donde había crecido había perdido su familiaridad, y ahora le parecía más fría, más vacía. Su madre, en la habitación de al lado, dormía con un aire que destilaba fragilidad, como si cada respiro fuera una lucha. Sofía no tuvo fuerzas para mirarla. Se dejó caer en su cama, sintiendo cómo el dolor acumulado desbordaba en lágrimas silenciosas, abrazando una almohada que no podía contener el abismo de su angustia.
Horas después, una voz familiar la sacó de su letargo.
-¿Sofi? -La puerta se abrió sin esperar respuesta. Era Valeria, su mejor amiga. Llegó con una bolsa de snacks y dos latas de cerveza. Al verla, dejó todo a un lado y se sentó junto a ella-. ¿Qué pasó?
Sofía no dijo nada al principio. La miró, con los ojos enrojecidos, la voz quebrada y el corazón oprimido.
-Mi mamá... está peor de lo que pensábamos. Es cáncer... estadio IV -susurró, sintiendo cómo el nudo en su garganta se intensificaba.
Valeria quedó en silencio por un instante, sus ojos reflejaban la tristeza y la impotencia. Luego, tomó su mano con una fuerza que pretendía ser reconfortante.
-Dios, Sofi... lo siento tanto.
-El tratamiento cuesta dos millones y medio de euros... -la voz de Sofía tembló, la desesperanza la envolvía-. No tengo esa cantidad, ni vendiendo todo.
Valeria mordió su labio, y su mirada se tornó decidida.
-¿Y qué dijo el doctor? ¿No hay nada más?
-Solo ese tratamiento experimental. Y si no lo hace pronto... -cerró los ojos con fuerza, apretando los dientes al recordar el pronóstico devastador.
Valeria se quedó callada, acariciando su mano, como si con cada roce pudiera aliviar el dolor de su amiga. Transcurrieron varios minutos, antes de que se pusiera de pie, fue hacia el armario de Sofía y lo abrió con un gesto resuelto.
-¿Qué haces? -preguntó Sofía, confundida, viendo cómo Valeria removía su ropa.
-Hoy es tu graduación, ¿no? Te rompiste el alma estudiando todos estos años. No vas a pasar la noche llorando. Vamos a salir. A despejarte.
-Valeria, no tengo cabeza para eso...
-Precisamente por eso. Te hace falta respirar, Sofi. Una noche. Una copa. Debes bailar, reír, sentir que aún estás viva. No te estoy pidiendo que olvides lo que está pasando, pero necesitas sacar todo eso, aunque sea por un rato.
-No tengo ropa para salir.
Valeria soltó una risa suave, sin perder su determinación.
-Por eso vine preparada. -Sacó un vestido negro corto, ceñido al cuerpo, con un escote audaz en la espalda y tiras finas-. Sexy, atrevido... y sí, sé que vas a quejarte, pero no me importa. Te lo vas a poner.
Sofía puso los ojos en blanco.
-¡Eso no! ¡Parezco una prostituta con tu ropa! Eso no es para mí.
-Exactamente. Estás demasiado acostumbrada a ocultarte. Es solo por hoy. Un club, unas copas. No vas a una iglesia. Te prometo que estaré contigo todo el tiempo. Y si no te gusta, nos vamos.
Sofía dudó. Se miró en el espejo, despeinada, ojerosa, sintiéndose vulnerable. Pero quizás Valeria tenía razón. No podía hacer nada esta noche, solo hundirse en la tristeza.
Tras un respiro profundo, suspiró, resignada.
-Está bien. Pero solo una copa.
Valeria sonrió con picardía.
-Esa es mi chica.
Sofía se quedó frente al espejo con el vestido ajustado al cuerpo, los hombros descubiertos, el escote pronunciado y el dobladillo que apenas cubría la mitad de sus muslos. Se giró, incómoda, tirando de la tela con torpeza.
-Valeria... parezco una prostituta -dijo, mirándose con horror.
Valeria soltó una carcajada mientras aplicaba un poco de iluminador en sus pómulos.
-Por favor, Sofi, deja de exagerar. Te ves espectacular. Además... -le guiñó un ojo- tienes veintitrés años y no sabes lo que es pasártelo bien. ¡Te vas a divertir, no a rezar, chica!