Dedicatoria
Leer es afirmar conocimientos. No hay razón para que no se despierte del sueño de la incultura. Es la propia vida quien exige de la lectura para abandonar la ignorancia. Quien lee marca lo que le ofrece el saber. Quien no lee tiene penas de su error por no saber.
—¡Qué va! No voy a vivir ni un minuto más en esta casa.
Juan de Dios, entra a una de las habitaciones de la vieja casona… Se detuvo. Reanudó los pasos. Volvió a detenerse esta vez frente al armario, abrió una de sus puertas. Sacó un negro maletín de tamaño grande y lo abrió sobre la cama. Vació las perchas, luego las gavetas de la cómoda. Ordenó la ropa y la introdujo sin prisa una a una, dentro del maletín. Lo cerró y encendió un cigarrillo. Regresó a la sala, donde estaba sentada Elsa Núñez en una silla, de 58 años de edad, delgada. Ella con el ceño fruncido y el rostro avejentado, entrecerró los ojos cuando lo vio llegar maletín en mano.
Él se detuvo frente a Elsa. Ella lo miró recelosa. —¿Vas a alguna parte? Digo, si se puede saber. —No tengo que rendirte cuenta —echó un vistazo entorno a la sala—. ¿Dónde está tu amiga Mercy?
Elsa le contestó con voz tenue.
—Tuvo que irse. Dime una cosa, ¿qué interés tú tienes con Mercy? No creo que tú te estés fijando en ella.
Juan de Dios no le respondió, sonrió burlón.
—¿Qué lástima?
Puso lentamente el maletín en el suelo y quedó de pie frente a su concubina. Sus ojos pardos recorrieron el cuerpo delgado de Elsa, quedó absorto al observar la oscura cabellera peinada en ondas sueltas.
Volvió a sonreír burlón.
—¡Qué lástima que Mercy se haya ido: me simpatiza tanto verla aquí —hizo una pausa—. Al contrario de ti que eres tan insoportable.
—¡No me hagas hablar! —ella le contestó enfadada— No quiero discutir contigo, por favor. —No, no, ni yo tampoco. Quiero irme de aquí en santa paz contigo.
Él se inclinó para tomar el maletín y desistió; un nombre reapareció en su mente.
—¿Recuerdas bien a Rolo Arzola? —hizo una pausa— Fue por el quiosco a comer pizza —con remordimiento—. No tiene una pica de vergüenza, es un miserable, desgenerado.
Ahora él se acomoda en una silla frente a Elsa. Ella lo observó bastante enojada.
—¿Ese es el pretexto para irte de la casa?
—Pretexto ninguno —algo furioso—. Tú sabes lo que pasó entre ustedes. No creas, me dieron ganas de caerle a bofetada… En un final, ya entre nosotros todo se acabó. No tengo que darte explicaciones.