Login to ManoBook
icon 0
icon Recargar
rightIcon
icon Historia
rightIcon
icon Salir
rightIcon
icon Instalar APP
rightIcon
Ceos corruptos
5.0
calificaciones
315
Vistas
86
Capítulo

Un joven policía, nada convencional según lo establecido por el código policiaco, amante de la bebida, siempre desaliñado, mujeriego aun sin proponérselo, pero con un profundo sentido de la lealtad y la amistad, imparable en la investigación sobre el caso que le ordenan llevar a cabo, siempre recordando que tiene el corazón deshecho por una ruptura y abandonos que no consigue superar, mas eso no impedirá que continúe con su labor detectivesca para esclarecer cada situación a la que se enfrenta. Amigos muy cercanos que nada tiene que ver con su trabajo y en ocasiones no están de acuerdo con su forma de pensar, sin embargo; lo apoyan incondicionalmente. Por lo que enfrascado junto a su compañera se esmera en cerrar cada caso asignado por su superior.

Capítulo 1 CAPT 1

Aunque el instinto le rogaba encarecidamente que lo dejara seguir tendido para reponerse físicamente a pesar de la sensación de ser un vegetal en una sauna impuesta por las altas temperaturas, la mente no se lo permitió y se interpuso. Bueno, generalmente era ella quien predominaba saliéndose con las suyas, y se despertó, sin un porqué.

A una orden de su sistema límbico alargó cautelosamente su brazo derecho y muy despacito movió los dedos de la mano, explorándola semihúmeda y blanda superficie de la cama, como hace una tarántula en sus dominios con las patas buscando detectar alguna posible presa. Era un reflejo oculto en su subconsciente el que buscaba acariciar la larga y negra cabellera de Laura, para después tantear el desnudo cuerpo como tanto le gustaba hacer al despertar. No lo consiguió. Primero abrió un ojo aclimatándolo a las penumbras y a la realidad, después el otro, y volteó la cabeza para descubrir una vez más la cruda verdad de que estaba solo.

Se sentó en el borde del colchón y abrumado como un adolecente desprotegido ante los avatares de la vida, se cubrió el rostro con ambas manos. «Coño, qué clase de curda cogí ayer. Total por gusto, esa cabrona mulata me dejó en eso otra vez», murmuró. Buscando espabilarse se restregó fuertemente la cara con las manos, pues sabía que ya no podría volver a dormir a pesar de que era domingo y no había dejado nada pendiente en el trabajo. La semana estuvo tranquila exigiéndole poco, más el sábado sí le fue agotador, pues llegó tarde a la casa provocándole extravagantes pesadillas y sueños eróticos o sexuales que en más de una ocasión le provocaron erecciones y presa del Sueño REM las contuvo volteándose boca abajo, por lo que no pudo dormir a pierna suelta.

Desde la misma posición apagó el ventilador, que más que frescor le estuvo enviando hálitos de vapores asfixiantes. Se levantó y caminó hasta la cocina. Daba tumbos cual infante que da sus primeros pasos intentando sostener el equilibrio, por lo que había tomado, nunca experimentó resaca al hacerlo; pero sus músculos aún se resistían a seguir las órdenes del cerebro o no las acataban a plenitud.

Al tomar el pote vacío donde suele guardar el café, maldijo en voz baja, pues estaba seguro que había dejado polvo para una última colada. Al detenerse junto al fregadero descubrió en su interior la botella de ron Legendario que había mantenido sellada desde que la compró y ahora estaba vacía, dos vasos y la cafetera sucia. No la había dejado así, y se acordó del cabrón de Ulises y de la madre que lo parió.

Había comido una que otra chuchería y bebido cantidad en el festejo en honor a Oshún al que asistió desde el mediodía y hasta bien entrada la noche anterior, (o Virgen de la Caridad del Cobre, como habitualmente se le conoce a la patrona de Cuba). Allí escogidos instrumentos de percusión fueron golpeados con frenesí y maestría; ofrendas, cantos, bailes y veneraciones se multiplicaron mientras duró el homenaje. Sin ser practicante de esta ni de ninguna otra religión... contaba con la aceptación y amistad de algunos ancianos y admirados guías, el respeto era mutuo a pesar de doctrinas y devociones divergentes:

No era la primera vez que lo invitaban a participar, al menos como espectador. Y aceptó sabiendo que allí estaría una joven a la que los padres inscribieron con el nombre de Milagros de la Caridad, algo que no le parecía extraño para ser una bella descendiente de una familia arraigada por generaciones en la santería cubana. Le gustaba la mulata, a quién no, con su refinado y sensual hablar y movimiento, sus grandes ojos de claro verdor, esos labios carnosos que dejaban ver la blanca y perfecta dentadura, con esos pequeños y austeros pechos, de cinturita estrecha y anchas caderas: y nalgas de circunferencias elegantes, justas y firmes. Sabía que era siete años menor que él, eso no impedía que sintiera morbosos deseos de poseerla, pues era de esas mujeres que parecen perfectas aunque no lo sean, «porque ninguna lo es», pero te dan ganas de pasarle los labios por cada centímetro de su piel, de hacerla estremecerse con leves temblores al recorrer todo su cuerpo con las yemas de tus dedos lenta y sutilmente, de dejarla sin aliento al cogerle la boca y crear de sus labios tu jugoso juguete, saborear su cuello y penetrarle los oídos con la lengua como si buscases llegar a su cerebro con ella, de morderle los pezones sin llegar a lastimárselos, lamer sus senos hasta que intenten estallar de la rigidez, deslizar tu boca hasta el ombligo y a continuación hundirla en sus entrepiernas y forzarla a gritar desordenada y esquizofrénicamente, de voltearla boca abajo y repetir cada acción tomándome más tiempo en sus nalgas y dejarla exhausta para cuando llegue a las plantas de los pies, declinar que sea ella quien te grite que no puede más, que se la metas una y otra vez como una bestia, duro, sin compasión, que aguantes lo que ella no pudo cuando le lamías el clítoris. Que se la des cuando los cielos se abran para reclamar sus almas, cuando las llamas del infierno consuman las sabanas y el mar tenga menos gotas de agua que el sudor derramado sobre la cama. Ella es de esas hembras que no pasan desapercibidas. Aunque no sea perfecta como humana, sí lo es para tenerla siempre cerca en las noches y por qué no, también en la vida cotidiana.

Sabía que ella también estaba interesada en él; no obstante se hacía la dura e inalcanzable, y como en ocasiones pasadas, le coqueteó e incluso le rozó la boca con sus labios cuando lo besó a modo de saludo y después lo mantuvo a raya hasta que llegó el turno de unirse al grupo de baile en una danza ritual que parecía no acabar nunca. Cansado y con tragos de más en la cabeza, se marchó sin despedirse.

Absorto en tales pensamientos, el ron no le importaba mucho ahora, es más no quería ni sentir olor a bebida. Sí lamentó no poder olfatear el aroma y tomarse un largo trago caliente y reconfortador del café recién colado que despierta los sentidos. Lo necesitaba urgentemente, volvió a recordar a la madre de Ulises y, aún en calzoncillos como cada día de tregua, abrió la ventana para que entrara aire. Y observó gran parte de la mustia ciudad a la que adoraba y por la que sentía compasión, al verla envejecer y deteriorarse con los años y el abandono, a excepto del estadio Victoria de Girón construido años atrás y al edificio de 13 plantas que se elevaba allá en la Calzada de la playa, el resto seguía inalterable, pues nuevos dictámenes daban prioridad en remodelar o levantar edificaciones más allá del puente que la unía con la Península de Hicacos en búsqueda de una mejor economía para el país. Lo entendía; por qué no, el turismo podía traer y lo necesitaba, grandes ingresos al país, fortaleciendo una diseñada estructura económico sustentable, y sin embargo, presintió que si eso sucedía y las preferencias se acrecentaban, Varadero ya no sería el mismo y se convertiría en el engalanado e inaccesible rostro de un cuerpo donde la ciudad pasaría al plano de ser las sucias nalgas del mismo. Qué hacer aparte de suspirar... Nada.

Tomó una gran bocanada de aire y entristecido cerró los ojos invocando los viejos tiempos de vacaciones cuando cientos de jóvenes de todo el país acudían a sus contadas instalaciones para veranear. No eran muchas las opciones de alojamiento, sí baratas y placenteras. Incluso, el simple hecho de caminar de noche por la arena te daba la oportunidad de ser invitado a una u otra fogata donde una botella era compartida sin muchos preámbulos, se tocaban guitarras, se cantaban canciones, se bailaba descalzo y muchas veces en traje de baño y se alternaban con otros estudiantes que procedían de pueblos nunca antes escuchados. Recordó aquel verano en que conoció a Laura; hermosa como una flor endémica, alocada y risueña a la vez, había llegado desde Santa Clara con su hermano y un grupo de amistades. Recordó que en aquella ocasión él fue con Emilio, Alina y otros más del instituto. A pesar de que coincidían en alquiler en el mismo conglomerado de edificios llamado Granma, la vio por primera vez en el cabaret El Castillito, y después que ella le aceptara la invitación a bailar una pieza romántica, el resto de sus vidas cambió para siempre.

Sacudió la cabeza y abrió los ojos para ahuyentar recuerdos que ya le habían dejado de herir cual afilada hoja forjada con fragmentos de incertidumbres y decisiones inquebrantables, obligadas por incomprensibles momentos del destino. Se centró en el presente, y observó el entorno.

«Camarones en movimientos para no ser arrastrados por la corriente», reflexionó Marcial Manso mirando cómo el barrio comenzaba a cobrar vida a pesar del día de la semana y lo temprano que era. Su mirada ahora se deslizaba por encima de placas grises y tejados disparejos que siempre le despertaron interés al observarlos, tejas criollas o francesas, daba igual que mantuvieran o no su inconfundible color rojo o naranja. En el cielo una ruidosa y oscura bandada de pájaros volaba hacia el sur ignorando lo que sucedía bajo ellos, escasas edificaciones resaltaban del lúgubre resto por sus vestidos confeccionados con vistosos colores recién dados, múltiples capas de pintura banal, una encima de la anterior, cual desvencijada vieja con colorete intentando presumir un esplendor que más tarde que pronto la humedad, latente y oculta en sus anticuados y agrietados muros, se encargaría de violar impunemente, para borrar todo vestigio de un esplendor en agonía provocado por el desinterés, abandono con la decadencia y los años. A pesar de todo su deterioro y dispareja arquitectura seguiría amando a la ciudad con sus desniveladas calles, su población sin par, sus ruidos y silencios, su historia cuajada de ilustres hijos como José Jacinto Milanés, Bonifacio Byrne, o la más reciente Carilda Oliver, entre otros que perdurarán por siempre en la memoria colectiva, gracias a sus aportes a la revolución de una u otra índole.

Seguir leyendo

Otros libros de Leon M. Duncan

Ver más

Quizás también le guste

Capítulo
Leer ahora
Descargar libro