Login to ManoBook
icon 0
icon Recargar
rightIcon
icon Historia
rightIcon
icon Salir
rightIcon
icon Instalar APP
rightIcon
Las lunas de Xetrón

Las lunas de Xetrón

Leon M. Duncan

5.0
calificaciones
71
Vistas
30
Capítulo

En un mundo imaginario y fantástico donde se realizan matrimonios por conveniencia y al dios de la noche se le venera por encima del resto de las demás deidades, los líderes de las civilizaciones que existen en un contorno medieval. Llevan a la máxima expresión, aquellos sentimientos cimentados por la brutalidad, el egoísmo, el deshonor, la ingratitud y la arrogancia, pero tales procederes despertarán nuevamente la furia de un dios quien en tiempos remotos enviara a Nagarta a un invencible y tenebroso engendro para escarmentar a dichos sujetos, nadie con esos atributos, escapará a la cruel justicia a la que fueron condenados. Por lo que solo los de noble corazón sobrevivirán a la destrucción.

Capítulo 1 CAPT 1

Hace ya mucho, pero mucho tiempo; cuando el fabuloso mundo de Nagarta estaba en pleno esplendor y sus reinos y castillos —desde sus colinas dominaban los horizontes— numerosos monarcas, quienes con ese hábito de querer más de lo que poseen, comenzaron a declararse la guerra.

Imperios, antes amistosos, ahora batallaban en nombre de sus reyes, dejando sobre las praderas y bajo los muros de incontables fortalezas a miles de cadáveres que se deterioraban bajo el aliento infernal del dios Diurnuss y se volvían putrefactos cuando los ojos del dios Xetrón, les enviaba su plateada luz en las misteriosas noches en las que cientos de animales y criaturas que no se atrevan a hacerlo de día, aprovechaban la oscuridad para convertir de aquellos cuerpos un festín, necesario para la supervivencia. Tan oscuros se volvieron aquellos lejanos tiempos en Nagarta, que un dios hastiado de tantas matanzas engendró a una criatura que sería tan perversa como los reyes mismos, que prevalecían a costa de miles de vidas y con ellos se ensañaría para demostrarle cuan indefenso puede ser aquel que presume de llevar una corona en su cabeza y ordena asesinar sin remordimiento alguno.

Por esos motivos una entidad siniestra y perversa descendió desde los cielos y pasó desapercibida, ya que se ocultó dentro de un diluvio de húmedas, viscosas y malolientes moléculas oscuras que anegaron con su fetidez grandes extensiones del territorio en el que se precipitó, con el paso de los días comenzó a extenderse y su presencia malévola ensombreció toda tierra conocida, y las calamidades, plagas y muertes se propagó a tales horizontes, que para perdurar al exterminio, cuantos humanos continuaban vivos no tuvieron más remedio que buscar amparo en las cavernas y cuando estas no eran tan profundas, cavaron sin secar ahondando más su fondo hasta donde el horrendo ente no estaba destinado a influir. Cientos de especies animales, también se ocultaron en cavernas, más pocas fueron las que sobrevivieron a tan cruel encierro.

Muchos años las únicas bestias que dominaban Nagarta eran los enormes drakgus, los cuales sobrevolaban los territorios comiendo cualquier cosa que se moviera.

Nunca nadie supo explicar que detuvo tal catástrofe. Si retornó a los cielos, o se desvaneció por no encontrar dónde desatar lo maligno que poseía. Únicamente se enteraron de su desaparición cuando los más osados subían a la superficie y descubrían el cambio. Con el paso de los siglos, la superficie recobró su vitalidad y vida, aunque muchas especies se apagaron, otras nuevas y diferentes surgieron para ocupar sitios vacantes. Nuevos castillos y reinos se consolidaban sobre las ruinas de otros y en lugares nunca construidos. Porque ahora Nagarta se les mostraba muy incomparable a lo que conocieron los ancestros de aquellos nuevos repobladores, quienes a su vez engendraron nuevas generaciones.

Sobre tal suceso, acaecido en él antaño, ya se abrigaba la esperanza de no ser más que una terrible historia de un pasado olvidado, o que se intentó desconocer, aun cuando era transmitido de concepción en concepción por aquellos que se resistieron a ser aniquilados; sin embargo, lo lúgubre aguarda pacientemente adormecido para que se cumpla el plazo y de nuevo desatar el motivo de su arribo, pues se ha llegado a creer que su despertar será invocado por esos sentimientos adversos que perduran y también brotan poniéndose de manifiesto una y otra vez con fuerzas imparables. Como esa maldad que se alberga muy dentro, muy agazapada en esas almas que se expresan con rostros indescifrables y que cubren muy bien el odio, la traición, el engaño, el egoísmo, y la envidia.

Por todo ello y tal vez más, la negra bestia durmiente, atraída por tanta putrefacción espiritual, se volverá a despertar y abandonará su retiro para alimentar su ímpetu de seres inferiores…

En el presente: Territorios medios; al este de los grandes valles rocosos

La numerosa partida ya divisa en el horizonte a las elevadas cúspides de los peñones del polvoriento cañón. Los habituales vientos que llegan temprano con la estación, esparcen sobre ella, el amarillento polvo que natural de la región y la envía a otras circundantes, por lo que quienes se aventuran a viajar relativamente cerca, sufren las consecuencias. Como ahora lo hace el príncipe, Rándat, quien cabalga a la cabeza de una fracción de la corte del próspero reino de Lenmar, que desde hace ya décadas es codiciado por otros reinos y hordas, no solo por sus riquezas y poderío, ya que también cuenta con esos místicos y pequeños, aunque innumerables lagos que durante la noche suelen moverse de posición irrigando las exuberantes tierras y abasteciendo de agua toda la región, convirtiéndola en la más hermosa, y asequible para la vida.

—Los dioses, se empeñan en cegar nuestros ojos, mi príncipe— le manifiesta uno de los fieles que cabalga a su costado.

Él, apenas gira el cuello, pues el cegador viento llega desde ese costado y ya no puede cerrar más los ojos para evitarlo.

—Y ni mencionar que nuestras ropas se saturan del molesto polvillo, ya no siento que cabalgo sobre una montura, desde hace horas creo que tengo las nalgas puestas sobre un balde con arenisca y traquetean como lo hace el mortero al machacar granos de avena— suelta de repente el desenfadado Vravat, que cabalga a su costado.

.

El reducido grupo de jinetes, ríe a carcajadas que con sus bocas aun cubiertas por gruesas telas, se escucha más allá de los que los siguen.

—Los caballos respiran con dificultad y si esto no termina pronto perderemos a unos cuantos— argumenta otro.

—Ni miles de toneladas de polvaredas se interpondrán en lo establecido. Continuaremos, aunque nuestros pulmones ya no tengan capacidad para un gramo más— aseveró el príncipe, Rándat, sacudiéndose la capa y el paño que le cubría la mitad del rostro.

La selecta tropa compuesta por el monarca, caballeros, letrados y magistrados de la corte, partió del gran palacio: entre aplausos, ovaciones, sonidos de trompetas y despedidas con lágrimas en más de un rostro de doncellas desalentadas. Dado que el príncipe, aunque trajo doce carrozas, se negó a viajar en una de ellas, dicha comisión se vio precisada a cabalgar durante días y acampando en las noches hasta llegar a la mencionada Tierra Desolada, en la que persisten a cualquier embate —los ancestrales monolitos— que cómo devoción al dios Romancix, fueron erigidos por una casta de gigantes ya extinta, quienes pudiendo dominar con su descomunal tamaño y fortaleza toda la faz del continente, no fue así. No era su menester hacerlo ni imponerse por encima de los habitantes más insignificantes en intelectualidad, tamaño o fuerza, por el contrario, los misterios seres siempre fueron afables, amorosos y nobles. Atributos estos que causó que fuesen aniquilados sin compasión por hordas sedientas de gloria, y la buscaron justo donde no la encontrarían, ya que aquellos bonachones enormes y poderosos no dominaban el arte de la guerra, ni incluso como defensa. Y ante tal despliegue de atrocidad, otros imperios, que espiritualmente se veían en deuda con los cíclopes, sí les buscaron y enfrentaron, causándole el mismo ocaso que ellos les produjeron a la encantadora raza de seres.

Dichos monumentos con el cursar de los tiempos pasaron a ser emblemáticos a todo lo referente a la nobleza, la lealtad, el amor, a la felicidad o el matrimonio, tales atributos que en aquellos salvajes tiempos únicamente moraba en los corazones de quienes los levantaron sin pretender o imaginar que serían objetos de veneración en la posteridad…

El príncipe, Rándat y su séquito a pesar de transitar más de ciento cincuenta leguas por parajes tanto amistosos como intolerantes, lo lograron sin complicaciones fatales, ya que la caterva era numerosa e iba bien pertrechada en armamento y nunca se desviaron de su ruta hasta alcanzar y aguardar en el mencionado sitio la llegada de Laisessy la escogida, en su reino y cuando apareció con su cortejo, y las dos delegaciones ya estaban en el sitio acordado, representantes de ambas comenzaron a preparar los ritos y festejos preestablecidos; ya que debían aguardar tres noches más a que el dios Xetrón cerrara sus ojos en el cielo y en ese tiempo que según se pensaba descansaba de su vigilia sobre Nagarta, en el sitio que rodeaba los monolitos se escucharon cantos y leyendas de ambos gobiernos. Y cuando el dios abrió nuevamente los ojos, grandes, plateados, redondos y descansados. Fue en ese entonces que a la mañana siguiente el príncipe, Rándat, efectuaría lo que allí le llevó.

Ahora, ambos nominados por sus naciones, aguardan parados uno frente al otro sobre la meseta de piedra que se extiende a la redonda en la base de los monumentos: príncipe y princesa, lucían esplendorosos, radiantes y silenciosos, pues, un anciano de cada delegación se acercaba a ellos. El del reino de Lenmar conferenció de primero:

— Majestad, el contrato establecido para el matrimonio entre ambos reinos es sagrado e inquebrantable. Bien sabido es que si se presentó es porque cumplirá con su rol en tal evento; no obstante, se me ha otorgado el poder para conocer su disposición. Es entonces que le pregunto ante los cerrados ojos de Xetrón que ahora no vislumbra lo que acontece, no obstante, su igual Diurnuss ve, escucha y le comunicará lo sucedido cuando ambos dioses se turnen posiciones en el cielo y Xetrón vuelva a abrirlos conociendo lo que no presenció. ¿Lo acatará por decisión propia? ¿O por obligación para con su pueblo?

La bella joven dejó escapar un breve lamento, pues desde el primer instante en que vio al prometido, aunque reconoció que era a joven, apuesto, elegante y refinado, no le agradó cómo se suponía debía ser, sin embargo, estaba obligada a representar su linaje y acatar lo impuesto. Quizás el amor vendría con el tiempo y la convivencia, por lo que, decidida, manifestó:

— Yo, Laisessy, primera en su línea de sangre del vasto y magnífico imperio de Asubiss. Seré franca, salí del reino con ansias de conocer a mi futuro esposo, traía la incertidumbre y la esperanza en mi pecho. Ahora toda duda fue desvelada. Para que los de Asubiss amemos con fervor la pareja debe cumplir con estándares que no encuentro en el príncipe de Lenmar, no obstante cumpliré con mí acometido, y no seré quien deshonré el pacto hecho por los dos reinos.

Respuesta que el enviado de Lenmar esperaba, pues nunca antes un concertado matrimonio se realizó con la total aceptación de ambos representantes, pues siempre uno u otro encontraba motivos para exponer un desapruebo que irremediablemente nunca subsanaba las consecuencias deseadas, ya que el matrimonio como de costumbre se perpetraba. El amor y los sentimientos jamás prevalecían sobre los intereses de las dos potencias.

Seguir leyendo

Quizás también le guste

Otros libros de Leon M. Duncan

Ver más
Capítulo
Leer ahora
Descargar libro