— ¡Déjame en paz de una vez, Alejandra! — A veces, no soportaba la intensidad de mi hermana. Como éramos solo los dos en casa, parecía que esperaba a que llegara del trabajo para ponerme al día de todo. Era realmente innecesario; hablaba más que un perdido que acaba de encontrar el camino. En serio, era exasperante.
—¡No! Serás mi mandadero hoy y me llevarás a la universidad. — dijo, seria y con las manos en la cintura.
— No debí apostar nada contigo. Eres una piedra en el zapato — murmuré. Aposté con mi hermana al tiro al blanco y, obviamente haciendo trampa, me ganó dos de tres. Ahora me toca hacer lo que ella diga. Espero que no se ponga demasiado caprichosa.
— ¡Ya deja de quejarte, mariposista! ¡Vamos! — dijo, caminando hacia la salida.
—¡Estúpida! Deja de llamarme así —gruñí. Tanto ella como mis amigos me llamaban así. Era incómodo, pero era un apodo de años. No tenía otra opción que resistir y, por favor, recuérdenme no volver a hacer tratos con una chica malcriada y tramposa. Alejandra y yo nos llevábamos muy bien. Éramos muy unidos y la amaba. Hemos estado juntos siempre y por ella he tomado grandes decisiones, de las cuales no me arrepiento. Ella está en la universidad, a punto de terminar su carrera de administración de empresas, y hoy seré su mandadero.
—Ya llegamos, bájate —digo cuando llegamos a la universidad. Cuando pensé que ya había terminado mi trabajo, me salió con otra de sus exigencias.
—Acompáñame a la puerta. Quiero que todas mis amigas se mueran de la envidia. —dijo, riéndose.
—Olvídalo. — respondí. ¿Qué se estaba creyendo esta niña?
—Eres mi mandadero, no lo olvides. ¡Vamos! —bajamos del auto e hice lo que me pidió. Era todo un fastidio y sus amiguitas peor, un par de crías en la etapa de rebeldía adolescente igual que mi hermana. Las saludé, hablé con ellas un rato, un coqueteo, unas sonrisas falsas. Por Dios, que alguien me saque de esto. Fingí una llamada y me despedí. Justo cuando iba caminando, de verdad recibí una llamada de la oficina. Miré al cielo en señal de agradecimiento y contesté enseguida, pues había varias obras en marcha y podían requerirme con urgencia en cualquier momento. Iba distraído con mis asuntos laborales y choqué con una chica. La ayudé a recoger sus cosas e intercambiamos miradas. Sentí como si el mundo se detuviera y me perdí en esos hermosos ojos color miel. Bajé la mirada y lo que vi me confundió un poco: grandes anteojos, ropa holgada y gris. La típica nerd o ratón de biblioteca, pensé.
—Lo siento, iba distraída. Discúlpame de verdad—dijo, dejándome en shock.
—Tranquila, no pasa nada. Iba igual de distraído, pero con una llamada importante. —dije con tono sarcástico. Esa voz me encantó, tan suave y delicada. La chica se levantó y se fue. El viento hizo de las suyas y atrajo su exquisito olor a mis fosas nasales. ¡Qué delicioso huele! Me quedé parado, sumergido en mis pensamientos, hasta que el celular volvió a sonar. Después de ese encuentro tan raro, no dejé de pensar en ella, en su olor, en su voz. Era como si me hubiera hechizado con esos ojos tan hermosos. Apenas fue un segundo, pero suficiente para que quedara obsesionado con ella. Así pasaron los días entre el trabajo y pensar en esa chica misteriosa. Sus ojos no salían de mi mente, ojos tristes y perdidos. ¿Le pasaba algo? Sacudí mis pensamientos y seguí trabajando.
Llego el fin de semana y el sábado me reuní con los chicos en una discoteca que frecuentábamos y donde éramos clientes VIP. Mis mejores amigos, Andrés y Matías, son los mejores. Andrés trabaja conmigo como abogado en la empresa y Matías es CEO de las empresas de su familia. Nos conocimos en la universidad y desde entonces hemos sido inseparables.
— ¡Hola, chicos! Hace tiempo no salíamos. — los saludé cuando llegué a donde estaban reunidos.