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.Melody.
Froté mi rostro con ambas manos, dejando escapar un suspiro que sonó mucho más grande de lo que se sentía mi alma. La desesperación se había vuelto un compañero habitual, pero en los últimos días, su presencia se había hecho asfixiante. Justo ahora, el propietario del edificio había notificado un aumento abusivo del alquiler, y dos días atrás, había sido despedida de mi segundo empleo. El costo de la vida —el alquiler, la matrícula de la universidad y, francamente, la necesidad de sobrevivir— se estaba volviendo una ecuación insostenible.
Estudio Gastronomía, una carrera que no solo amo, sino que me obsesiona. Adoro el proceso alquímico de cocinar, la precisión de las recetas nuevas y la sensorialidad de disfrutar un buen plato. Actualmente, solo tengo un trabajo: masajista y terapeuta de belleza en un famoso spa de la ciudad. Aplico masajes relajantes, coloco mascarillas faciales y realizo tratamientos de exfoliación. Mi segundo trabajo, el que perdí, era de camarera en un club nocturno. Fui despedida por la queja sin fundamento de una clienta que, de manera ridícula, le dijo al gerente que yo estaba coqueteando con su novio. Una acusación absurda; apenas si noté la existencia de ese hombre.
En fin, soy Melody Roberts, y esta es la patética —o más bien, precaria— versión actual de mi vida.
—¿Qué sucede, hermosa? Pareces haber perdido tu último billete de lotería —preguntó mi mejor amiga, Samantha, levantando una ceja.
La miré, mi cuerpo respondiendo con otro suspiro agotado.
—El dueño del edificio acaba de subir el alquiler. Justo a tiempo después de que me despidieran del club —jugué sin energía con el sorbete de mi malteada de fresa.
Nos encontrábamos en una cafetería tranquila cerca de la universidad, un respiro mucho mejor que el ruidoso comedor universitario.
—Bueno, nena, no tienes por qué preocuparte. Mañana será el día en el que, si todo sale como debe, ya no tendrás que agobiarte por esas cosas —Samantha bebió su malteada con una calma envidiable.
—Lo sé. Estoy ansiosa, pero... ¿Qué pasa si ningún Sugar me elige? O si el que me elige es... ya sabes, un completo desastre —murmuré, mi voz cargada de la inseguridad que había intentado reprimir.
—No pienses negativamente —Samantha agarró mis manos con firmeza, obligándome a mirarla—. Es cierto, no todos los Sugar Daddys o Babys encuentran la pareja ideal a la primera, pero sé que tú tienes todo para conseguir a alguien tan maravilloso como el mío.
Samantha lleva seis meses con su Daddy. Seis meses es el tiempo inicial del contrato, el periodo de prueba que, al finalizar, puede extenderse por mutuo acuerdo o simplemente concluir. Estoy genuinamente feliz por ella; su Daddy la trata excepcionalmente bien: la consiente, la mima, la adora y, sobre todo, la apoya incondicionalmente en su carrera. Ellos acaban de extender su contrato por tiempo indefinido. La química y el afecto entre ellos son tan evidentes que creo que la posibilidad de que haya algo más profundo que un acuerdo está muy cerca.
Como su mejor amiga y futura Baby, he tenido el privilegio de conocer a su Daddy. Me han invitado a su lujoso apartamento, a cenas sofisticadas y a salidas de compras, aunque a menudo rechazo las invitaciones. No es por envidia, sino porque suelo sentirme como un incómodo tercero en discordia.
Desde que Samantha me confesó que estaba en el mundo del Daddy Kink, quedé impactada. Primero, por la naturaleza inusual del acuerdo y, segundo, porque despertó en mí una curiosidad abrumadora. Pasé horas investigando el DD/LG (Daddy Dom/Little Girl) y el BDSM que a menudo se entrelazaban en este estilo de vida. Cuanto más leía, más me atraía la idea. Mi amiga y su Daddy me han guiado, mostrándome la dinámica de su relación y cómo se comporta cada uno. Es una ayuda enorme, pero sé que observar no es lo mismo que vivirlo en carne propia.
—Gracias por tus palabras, Sam. De verdad que sirven de mucho —le sonreí, sintiendo un leve cosquilleo de emoción a pesar de mis miedos.
—Siempre te animaré, Mel. Así que, ¡arriba ese ánimo! Mañana encontrarás a la persona indicada.
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