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El amante perdido

Capítulo 6 .

Palabras:3217    |    Actualizado en: 16/04/2023

e ponerla a disposición de los cocineros, y al finalizar el día verificar que no esté rajada, quebrada y guardarla limpia. Esa mañana llegó más temprano de lo acostumbrado porque d

te cualquier eventualidad los dueños del restaurante dejaban escondida debajo del macetero que había a un costado de esa entrada una llave que abría la puerta, la tomó para ingresar al r

tar la llamada escuchó la voz de un hombre que preguntó por Shiro. Tomeo le indicó que no se encontraba, que de seguro estaba aún ocupado en su trabajo de reparto de periódicos, pero el hombre en el otro extremo de la línea le indicó que él era el encargado de la distribución de lo

y con los pantalones sucios por haber defecado en ellos. Aguantando el desagradable olor se acercó y pudo darse cuenta que su amigo estaba volando en fiebre. Fue al baño para traer unas toallas con las cuales pudiera limpiar su rostro y refrescarlo, logrando que Shiro recuperara la conscienci

r pronto la cama y buscar ocupar la mente en algo que alejara de ella esas ideas que le hacían daño. Al tener tiempo de sobra para iniciar su día se fue a la cafetería para beber un café y obligarse a comer algo, ya que el apetito se había ido junto con sus ilusiones. Al encontrarse con uno de sus colegas que también buscaba un café para tener la suficiente energía para terminar su jornada nocturna, Kazumi se entret

no podía cargarlo sin hacer que el enfermo se queje por un agudo y potente dolor que no le permitía mover la pierna derecha. Por lo apurado que iba se chocó involuntariamente con un grupo de hombres de Aihara san, el yakuza que gobernaba Kabukicho, quienes lo reconocieron y al verlo tan

esa área lo atendiera, aunque lo hizo de mala gana. Esta le preguntó el motivo por el cual buscaba a la médica, así que le explicó que su amigo Shiro Morita estaba muy mal y que necesitaba ayuda, que le pidió ir a buscar a la doctora. La recepcionista le dijo que debería llamar al 119 para solicitar ayuda de los paramédicos, que no era posible ubicar a la médica, pero Tomeo no segui

do alboroto porque quería hablar con ella y, aparentemente, las empleadas de la recepción lo habían ignorado por cómo lucía. Imaginándose que podría tratarse de Shiro

ntes de seguridad del hospital pararan de forcejear entre ellos-. Soy la Dra. Kazumi Shimiz

bitación hoy por la mañana, inconsciente. Estaba con fiebre, ha vomitado y ensuciado sus pantalones porque no puede moverse. Intenté levantarlo, pero ust

mi a Tomeo y ambos corrieron

o de Kabukicho, al restaurante que Kazumi reconoció de inmediato como el lugar donde Shiro trabajaba limpiando a cambio de un espacio donde dormir y asearse. La médica y el personal de ambulancia fueron llevados hacia la habitación de

na –pedía Kazumi preocupada al extremo.

dolorida y casi en un susurro-. Lo s

illa y así llevarte en la ambulancia hacia el hospital en el que trabajo. Por favor, soporta el dolor que la manipulación te va a causar –los paramédicos lo cargaron y él no pudo evitar quejarse. Estaba casi inconsciente,

s de ocuparse en el baño pensó que de seguro era porque quería evacuar su intestino, así que no le dio importancia. Durante las primeras horas de la mañana, cargando los grandes fajos de periódicos,

ientre que se extendía hacia su pierna derecha. Shiro imaginó que de seguro era por un mal movimiento que ejecutó al cargar los periódicos, convencido de que el dolor era por alguna contractura muscular, de la cual se haría c

aría con su amada Kazumi, Shiro se echó sobre la cama y trató de relajar los músculos de la pierna que le dolía, pero no fue posible. Pocos minutos después empezó a tiritar y a sentir mucho malestar: empezaba a tener fiebre. Al querer ir al baño para alista

r el estómago sobre el suelo de su habitación, haciendo un desastre que no podía limpiar de inmediato. La fiebre parecía haber aumentado porque empezaba a temblar y el dolor corporal a hacerse más a

y en dónde la encontraría. Los minutos que tuvo que esperar lo hizo pidiéndole a la divinidad que le ayude a sobrevivir, ya que empezaba a sentir que su vida estaba en serio peligro al volver a vomitar. Las pocas fuerzas q

habiendo el peligro de una septicemia. A pedido de la médica el personal de ambulancia se comunicó con el área de Emergencias del hospital donde trabajaba solicitando que tuvieran listo todo para asear al paciente y pa

que Kazumi le suministraba por medio de la vía intravenosa que acababa de colocarle. Cuando vio que lo llevaban a una habitación y que las enfermeras se acercaron para desnudarlo y limpiarlo, Shiro lanzó un fuerte «no». Al ver a esas mujeres que lucían de

eremos ayudarte para que puedas pasar a sala de imágenes y luego a cirugía –le dijo

mi lado? –pregun

ienso dej

rcibía cuando este la abrazaba, pero verlo era otro tema. Cada músculo de su pecho, abdomen y piernas parecía esculpido en mármol, ya que estaban muy bien marcados y su piel era muy blanca. Cuando lo giraron con cuidado para limpiar su espalda, a Kazumi casi se le sale un gemido de a

se encargó de esa intervención quirúrgica, algo que se le hacía complicado por estar involucrada sentimentalmente con Shiro, aunque él aún no lo sabía. Como el paciente se encontraba muy nervioso porque esa sería su primera vez en un quirófano, Kazumi pidió al anestesiólogo que lo hiciera dormir. Por fortuna el apéndice no había explotado, por lo que lo sacó de una sola pieza por medio de una intervención laparoscópica que solo demandó realiz

an estables, aunque no despertaba, lo trasladaron a su estancia privada. Al notar el Director del hospital el interés de la médica por ese paciente, le permitió mantenerse al lado de este hasta que despierte, luego debería continuar con la programación de cirugí

la mano al aparecer en su mente un pensamiento que no podía hacer realidad en ese momento: probar los labios de su amigo. «No estaría bien que lo bese aprovechándome de que aún duerme. Además, no quiero que mi primer beso sea con el hombre que me g

enta años, pero que lucía menor al estar bien conservado, miraba la escena que daba ese par de amigos. «Dra. Kazumi Shimizu, pero qué pequeño es el mundo -pensó el anciano al reconocer a la médica-. P

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