La esposa desechada, reconstruida
vista d
ón, un aleteo desesperado en mi pecho. Era el momento. El momento en que me reconocería, como en todos mis sueños f
ndescifrable. Luego, metió la mano en su cartera. Sa
e toda calidez-. Ve a comprarte algo de
nosotros. No un abrazo. No una palabra de reconocimiento. Una limosna. Para una pordiose
o, sino para tocarlo. Para demostrar que e
Amelia. -Mi voz er
toque fuera veneno. Su ros
ando un paso apresurado h
cayendo al suelo, una hoja verde en la tierra. Aterrizó
él. Se acercó, pasando su brazo por el de él. Sus ojos, sin embargo, se encontraron con los
a. Lo sabía
a Carla. Me dio la espalda, protegiéndola a ella y a Emili
z. Sus ojos tenían una extraña y triste curiosidad. Entonces, Carla le apretó la mano y él se dio la vuelta, desaparecien
i piel. Mi alma se sentía vacía, completamente hueca. El billete de dos mil peso
ue el señor Garza se va a comprometer con la señorita Montemayor el próximo mes. Dice que ella lo ayudó a superarlo desp
ete con la pun
prometida te vea por aquí. Ve a comp
visión se nublara. No era solo mi corazón rompiéndose; mis viejas heridas
jándome sin aliento. La fuerza rasgó mis ropas andrajosas, lavando la suciedad, pero dejando mi piel en carne viva y a
entrada, aferrándome a las sombras. Cada movimiento era una agonía, pero seguí adelante
ila de botes de basura, el concreto frío un pobre
mbrienta. Mis ojos se abrieron. Un pastel a medio comer, arrojado descuidadamente a un contenedor, m
trozo de vidrio, la sangre floreciendo en mi lengua. Un ac
s artificiales. Rojos, dorados y verdes. Florecieron sobre la ciudad,
matrimonio. A ella. En una noche en la que yo comía pastel desechado de un basurero, sa
anza en mi corazón murió. N
a sucio, arrugado, pero era dinero. Suficiente para comprar un celula
vo, marcando un número que no había usado en cu
a Cla
nas humana-. Estoy de vuelta. Q
ncio al otro lado,
que eso implica. Un borrado
uerza-. No tengo nada que perder. Quémenlo todo
cuerpo y alma. Significaba renunciar a todo, incluso a mi identidad. Mi vida como Amelia Rivas. Mis recuerdos, mis emociones. Una r
los
a Rivas está oficialmente muerta. Obtuvo su deseo. Dile
ca, cortando las últimas terminaciones nerviosas que