La Bailaora y el Heredero
na Garcia lo sabía bien. En Triana, su barrio, la b
peligro la ha
en la bebida. Sentía el veneno correr por sus venas, nublan
onmigo, Lucia
era un susurro gra
Nu
ia la única escapatoria posible: el río Guadalquivir.
do se convirtió en un torbellino
a a reclamarla, unos brazos fuertes la rodearon. La saca
que la había salvado era una silueta alt
cerrando un trato para sus bodegas. No esperab
pada, temblando, y sus ojos ten
vio a un salvador. Vio una tabla de salvación. Se
balbuceó, s
y lo besó. Sus manos, torpes y desesper
que las mujeres se le lanzaran encima por su dinero y su apellido, esto era la táct
ruñó, apartánd
seguían fijos en él, llenos de una co
o era solo alcohol. Estaba drogada. Por suerte para ella, él siempre via
antídoto. Te des
sabilidad. Luego, sin decir una palabra más, se dio la vuelta y se marchó,
eza le daba vueltas. Los recuerdos volvían en flashes: el ma
a la quemó
espués, cuando su madre ado
o han llamado. Vienen a po
novela barata. La hija perdida de una familia rica, despreciada por
puede ser,
madre, con los ojos brillantes de emoción
tela. Dentro, había hierbas secas
edero, ese hombre rico de Jerez. Asegura t
or desesperado, le estaba pidiendo que se vendiera. Para no romperle el cora
ias,
o lado de la delgada pared, dos
allejón. Habían venido a buscar a la supuesta hija perdida. Y l
ntraído por el desprecio. "Hierbas afrodisíacas
igado por la idea de conocer a su prometida, la misteriosa hija perdi
a de toda su alegría habitual. "Rompo el comprom
ción," asin
sagradable tarea. Tenía que llevar a esa m
esencia llenó el pequeño espacio, su traje car
se había puesto de p
su voz fría como el acero. "H
e del río. El hombre al que había besado. El h
erior. Recordó su camisa rota. Corrió a su costurero y
ndiendo el dinero con mano temblorosa. "Lo
igo Curtis, el capataz de las bodegas qu
an pagado por una camisa rota
go. Su mirada helada e
a las mujeres como usted. Pero que le quede clara una cosa: en mi casa, no i
r. El desprecio en su voz era tan
enó Máximo, dá
a la puerta del pasajero, intentando hacerse lo más pequeña posible, man
no era el comienzo de un cuento de hadas. Era el comie
ente la vencieron. Se quedó dormida, con
jó y su cabeza se deslizó, cayendo
un hierro al rojo vivo. El contacto fue breve, pero fue s
sco, como si ella lo