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La Bailaora y el Heredero

Capítulo 1 

Palabras:1184    |    Actualizado en: Hoy, a las 17:26

na Garcia lo sabía bien. En Triana, su barrio, la b

peligro la ha

en la bebida. Sentía el veneno correr por sus venas, nublan

onmigo, Lucia

era un susurro gra

Nu

ia la única escapatoria posible: el río Guadalquivir.

do se convirtió en un torbellino

a a reclamarla, unos brazos fuertes la rodearon. La saca

que la había salvado era una silueta alt

cerrando un trato para sus bodegas. No esperab

pada, temblando, y sus ojos ten

vio a un salvador. Vio una tabla de salvación. Se

balbuceó, s

y lo besó. Sus manos, torpes y desesper

que las mujeres se le lanzaran encima por su dinero y su apellido, esto era la táct

ruñó, apartánd

seguían fijos en él, llenos de una co

o era solo alcohol. Estaba drogada. Por suerte para ella, él siempre via

antídoto. Te des

sabilidad. Luego, sin decir una palabra más, se dio la vuelta y se marchó,

eza le daba vueltas. Los recuerdos volvían en flashes: el ma

a la quemó

espués, cuando su madre ado

o han llamado. Vienen a po

novela barata. La hija perdida de una familia rica, despreciada por

puede ser,

madre, con los ojos brillantes de emoción

tela. Dentro, había hierbas secas

edero, ese hombre rico de Jerez. Asegura t

or desesperado, le estaba pidiendo que se vendiera. Para no romperle el cora

ias,

o lado de la delgada pared, dos

allejón. Habían venido a buscar a la supuesta hija perdida. Y l

ntraído por el desprecio. "Hierbas afrodisíacas

igado por la idea de conocer a su prometida, la misteriosa hija perdi

a de toda su alegría habitual. "Rompo el comprom

ción," asin

sagradable tarea. Tenía que llevar a esa m

esencia llenó el pequeño espacio, su traje car

se había puesto de p

su voz fría como el acero. "H

e del río. El hombre al que había besado. El h

erior. Recordó su camisa rota. Corrió a su costurero y

ndiendo el dinero con mano temblorosa. "Lo

igo Curtis, el capataz de las bodegas qu

an pagado por una camisa rota

go. Su mirada helada e

a las mujeres como usted. Pero que le quede clara una cosa: en mi casa, no i

r. El desprecio en su voz era tan

enó Máximo, dá

a la puerta del pasajero, intentando hacerse lo más pequeña posible, man

no era el comienzo de un cuento de hadas. Era el comie

ente la vencieron. Se quedó dormida, con

jó y su cabeza se deslizó, cayendo

un hierro al rojo vivo. El contacto fue breve, pero fue s

sco, como si ella lo

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