La joven heredera y el impostor
a los pies, pegajoso, como si quisiera retenerlo un poco más antes de dejarlo ir. Elías avanzaba con
ide como en el mundo de los relojes. La maleza le había abierto la piel, los insecto
aer de rodillas y metió las manos con torpeza, bebiendo con desesperación. Sentía que si cerraba los ojos ahora, n
a camioneta ru
cabina, deslizándose con esfuerzo por el lodo. El conductor -un hombre mayor,
en pie de golp
voz se quebró, apenas un
Elías llegó justo a tiempo para abrir la puerta del conductor, tirar del hombre hacia afuera y rodar coenc
el sonido cons
o le nubló
rr
Una mano que lo em
res a
. El olor del encierro: aceite vie
astrándose. Un
go...
a frente ensangrentada, pero estaba consciente. Se incorporó despacio, aturdido.
o te
rque la pregunta lo atravesaba. Como si nombrarse f
ombre, con voz más suave-. Pero me
que lo miraba, sin arrogancia ni lástima. Como
s dónde
la cabeza, apen
es ven
a abollada. Elías iba en el asiento trasero, envuelto en una manta que el hombre encontró entre herramientas. Afuer
apartar la vista del camino-. Pocos s
como si eso lo mantuviera unido a su cue
nato. Renato
nificó nada para
alada profunda a
si lo que buscas es una opo
el espejo retrovisor. Sus ojos eran
or
ediato. Bajó la velocidad al llegar a una cu
en no conoce... porque n
un territorio prohibido. La habitación que le asignaron era modesta, pero limpia. Una cama tendida. Una toalla.
o. Luego se quitó la camisa con lentitud. En su espalda, las cicatrices se extend
rostro le resultaba ajeno. Como si aún no fuera su
emoria, o de su conciencia, surgió una voz
eres
ió. Pero dentro de él, algo empe