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La joven heredera y el impostor

Capítulo 5 Sombras en la galería

Palabras:1206    |    Actualizado en: 05/05/2025

ue se sentía en cada rincón. Cada paso de Elías resonaba como u

minaba de acomodarse. La casa Altamirano no era solo grande, era imponente. Y había algo en su tamaño, en su frialdad, que le recordaba a los muros del galpón de su niñez, aquellos que

galería del fondo", dijo Nina con su voz áspera, como si aquella parte de la casa estuviera sepultada por más que solo polvo. Le dio un trapo y lo miró como s

ible, a descubrir los secretos que se ocultaban entre cada pliegue de las cortinas pesadas y cada sombra en las paredes. Había algo de la mansión que no encajaba, algo que no podía pr

rillas, se amontonaban uno sobre otro, como si fuera una tienda de antigüedades abandonada. El polvo cubría todo, y la luz que entraba por las ventanas altas solo lograba resaltar más l

de personas que no conocía, le parecían inquietantes. Algunos estaban opacados por la falta de luz, otros apenas visibil

nterior le decía que debía mirarlo, que debía tocarlo. Lo levantó con cautela, como si fuera un objeto sagrado, y al abrirlo, encontró una medalla gastada, una pieza que parecía haber sido arrancada de al

l objeto de su vista. La imagen desapareció tan rápido como llegó, pero la sensación permaneció. Sintió como si alguien lo estuviera mirando, como s

ró con fuerza. Dejó el objeto en el mismo lugar donde lo había

cio. Elías la miró, y por un momento, ambos se quedaron ahí, frente a frente. No hubo palabras por u

untó, su voz cortante c

idad por el hallazgo, respondió con tr

piando, co

ción y disipara cualquier tensión. Cuando lo hizo, la luz que entró reveló más de los detalles de la habitación, resaltando los libros envejecidos y las si

, sin cambiar su expresión, dio med

es de irse, con una última mirada en su direc

te mientras la puerta se cerraba tras Nina, dejando u

ndía por qué se sentía tan desbordado por cosas que parecían tan simples. Como ese joyero. O como las miradas

aredes. La casa se alzaba a su lado, enorme, casi amenazante. Sin previo aviso, vio a Victoria en la distancia, caminando sola por

do, pensativo. La luz de la luna la bañaba parcialmente, creando una aureola suave a su alrededor. Él observó cada uno de sus movimientos, como si est

, esperando a que, en algún momento, la distancia entre ellos se deshiciera. Pero no oc

l como lo hacía Victoria. Y en algún rincón, Elías s

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