Grandes Esperanzas
on respecto a la exaltación de mi padre a un mundo mejor; y si alguno de mis difuntos parientes hubiese sido señalado con la indicación de que estaba «abajo», no tengo duda de que habría formado muy mala opinión de aquel miembro de la familia. Tampoco eran muy exactas mis nociones teológicas aprendidas en
los pájaros, para coger piedras o para un trabajo semejante, inmediatamente se me daba el empleo. Sin embargo, a fin de que no quedara comprometida por esas causas nuestra posición elevada, en el estante inmediato a la chimenea de la cocina habia una hucha, en
tros, los alumnos, le oíamos leer en voz alta con acento solemne y terrible, así como, de vez en cuando, percibíamos los golpes que daba en el techo. Existía la ficción de que el señor Wopsle «examinaba» a los alumnos una vez por trimestre. Lo que realmente hacía en tales ocasiones era arremangarse los puños, peinarse el cabello hacia atrás con los dedos y recitarnos el discurso de Marco Antonio ante el cadáver de César. Inevitablemente seguía la oda de Collins a
gracias a ese oráculo, Biddy realizaba todas las transacciones de la tienda. Biddy era la nieta de la tía abuela del señor Wopsle; y confieso mi incapacidad para solucionar el problema de cuál era el grado de parentesco que tenía con el señor Wopsle. Era huérfana como yo y también como yo fue criada «a mano». Sin embargo, era
e las letras me daba grandes preocupaciones y numerosos arañazos. Por fin me encontré entre aquellos nueve ladrones, los nueve guarismos, que, según me parecía, todas las noches hacían cuanto les era po
arece que eso fue cosa de un año después de nuestra caza del hombre por los marjales, porque había pasado ya bastante tiempo y a la sazón co
do a mi lado y que, además, nos hallábamos solos. Pero le entregué esta comunicación escrita, con pizarr
iendo cuanto pudo sus azules-.
ando a la paizrra con el temor de que l
na «J» y una «O» muy bien dibu
é que sostenía el libro de rezos vuelto al revés, como si le prestase el mismo servicio que del derecho. Y deseand
lodemá
irando a la pizarra con expresió
r la carta, yo me incliné hacia él y, co
o Joe en cuanto hube t
o-el?e pregunté, con modest
inguna
ngamos que
eplicó Joe-. Sin embar
e ve
buen periódico, déjame que me
ndo se encuentra una «J» y una «O» y comprende uno que aquello
ucción de Joe estaba aún en la infancia.
ño como yo, Joe, ¿f
o,
ste a la escuela cu
oe empuñando el hierro con que s
eldad. Ésta era la única ocasión en que movía los brazos, pues no le gustaba trabajar. Debo añadir que también se ejercitaba en
í,
levarme a la escuela. Pero mi padre, en el fondo, tenía muy buen corazón y no podía vivir sin nosotros. Por eso vino a la casa en que vivíamos y armó tal escándalo en la puerta, que no tuvimos más remedio que irn
alguna de el
asa, si he de hacer justicia a mi padre, he de c
así, pero me guardé
que hierva la olla, porque sola no se poníempio
nforme con e
a lo hubiese practicado. Y trabajé bastante, Pip, te lo aseguro. A1 cabo de algún tiempo, ya estuve en situación de mantenerle, y continué manteniéndo
iesto orgullo y satisfacción, que l
hice en un momento, y tan de pri
a intención de hacer grabar estas palabras en su tumba, pero como eso cuesta mucho dinero, no pude realizar mi intento. Además, todo lo que hubiera podido ahorrar lo n
y se los frotó con el extremo redondea
conocí a tu hermana. Y puedo asegurarte, Pip- dijo mirándome con firmeza, como si de antema
al fuego, pues sentía las mayores dud
vo a asegurarte, Pip- dijo Joe golpeando con la mano la barra de hierro al
de decir
cho de que así
tisfecho de pensar así. ¿Qué me importa que
sto no significaba nada para é
mano». La gente le alababa mucho por esta causa, y yo con los demás. Y en cuanto a ti - añadió Joe como decidiéndose a decir
abras no me gu
ocuparse de lo
e con ella, y a su vez se manifestó dispuesta a casarse conmigo y a venir a vivir a la fragua, le di
pedirle perdón, arrojándome a s
s, ¿no es verdad, Pip? P
a escena emocionante,
irte de antemano que soy muy duro de mollera, mucho. Además, es preciso que la señora Joe no se entere
a atizar el fuego y sin el cual me figuro que no
está entregad
da al gobi
ido una idea vaga, y debo confesa
el Almirantazgo o del Tesoro. - Sí, entregada al gobiern- oreplic
¡O
alumnos en la continuación Joe-,
ner más autoridad que ella, conviene ocultárselo. En una palabra,
ya había empezado a articular un ¿Po
cie de rey absoluto para ti y para mí. Y eso desde hace mucho tiempo. Tampoco puedo negar que nos maltrata bastante en los momentos
abra como si empezase, por lo
¿Esto que ibas a preguntarm
í,
hierro con la mano izquierda a fin
cuando lo advertía, es una mujer qu
unté, con la esperanza
e la que yo hubiera supuesto y me impidió seguir pregun
El
pausa y
abeza. Por lo menos, Pip, y quier
con respecto a una mujer, lo que tal vez ocurriría si tomara yo el mando de la casa, pues entonces, posiblemente, mi mujer y yo seguiríamos un camino equivocado, y eso no me proporcionaría ninguna ventaja. Créeme que con toda
Desde entonces no sólo éramos iguales como antes, sino que, desde aquella noche, cuando estábamos los dos sentados tran
e para echar leña al fuego que a p
avía. Espero que la yegua del tío Pumblechook no
e uso doméstico y en todos aquellos objetos caseros que requerían la opinión de una mujer. El tío Pumblechook era soltero y no tenía ninguna confi
tro y la escarcha era blanca y dura. Pensé que cualquier persona podría morirse aquella noche si permanecía en los marjales. Y cuando luego miré a las estrellas, consideré lo horroroso que sería para un
ijo Joe-, como si estuv
a fin de que la ventana de nuestra casa se le apareciese con alegre aspecto y examinamos en un momento la cocina procurando que nada estuviese fuera de su sitio acostumbrado. En cuanto hubimos terminado estos preparativos, salimos al exter
aire frío que parecía suficiente para
hacia la espalda su gorro, que pendía de los cordon-, es este muchacho no sé s
d de que era capaz un muchacho de mi edad, aunque carecía en ab
o se descarriará. Aunque he de c
or- dijo el señor Pumblechook; es muj
me imitó en mi pantomima, y como mi hermana nos sorprendiera en nuestra mímica, Joe se pasó
eguntó mi hermana en tono ag
onó a «ella»-. obser
mana-, a no ser que te figures que la señorita H
visham, de la ciu
en el pueblo? explicó mi herma
mejor que podrá hacer es- jugar allí explicó mi hermana meneando la
nte alegre y juego. Peteórno si
muy triste e inmensamente rica, que vivía en una casa enorme y tétrica, fortificada
bra-d.oNo puedo explicarme cóm
herman-a. ¿Quién te
e- mencionó el hecho de que ella
ga
untado al tío Pumblechook si con
dría, entonces, preguntar ella al tío Pumblechook si conoce algún muchacho para que vaya a jugar a su casa? Y como el tío Pumblechook es hombre muy considerado y que siempre nos recuerda cuando puede hacernos algún favor, aunque tú no lo crea, tono
umblechoo-.kHas hablado muy bien
aún no sabes nada, Joe. Y digo qùe no lo sabes, porque ignoras que el tío Pumblechook, con mayor amabilidad y mayor bondad de la que puedo expresar, con objeto de que el muchacho haga su fortuna yendo a casa de la señorita Havisham, se
ientras el tío Pumblecheook se espera y la yegua se enfría en la puerta
, enjabonado, sobado, secado con toallas, aporreado, atormentado y rascado hasta que casi perdí el sentido. Y aquí viene bien observar que tal vez
ca, muy almidonada, dentro de la cual quedé como un penitente en un
ó formalmente, como se apresuró a colocarme e
hacia todos tus amigos, pero muy especialm
diós
te bendi
parado de él, y, a causa de mis s
trellas. Éstas parpadeaban una a una, sin derramar ninguna luz sobre las preguntas que yo me dirigía tratando de ave
nte en granos y especias. Me pareció que sería hombre muy feliz, puesto que en su tienda tenía numerosos cajoncitos, y me pregunté si cuando él contemplaba las filas
da; además, en aquel lugar se advertía cierto aroma y una atmósfera especial que concordaba perfectamente con la pana, así como en la naturaleza de las semillas se advertía cierta afinidad con aquel tejido, aunque yo no podía descubrir la razón de que se complementasen ambas cosas. La misma oportunidad me sirvió para observar qua el señor Pumblechook dirigía, en apariencia, su negocio mirando a través de la calle al guarnicionero, el cual realizaba sus operaciones comerciales con los ojos fijos en el taller de coches, cuy
blechook me pareció muy desagradable. Además de estar penetrado de la convicción de mi hermana de que me convenía una dieta mortificante y penitente y de que me dio tanto pan como era posible dada la poca manteca qua extendió en él, y de que me echó ta
por nueve
desconocido y con el estómago vacío. Sentía mucha hambre, pero antes de que pudiera tr
? ¿Y ocho? ¿Y sei
poco de té, llegaba la siguiente pregunta, en tanto que él estaba muy a sus anchas sin tener que cont
e aquella desconocida. Un cuarto de hora después llegamos a casa de la señorita Havisham, toda de ladrillos, muy vieja, de triste aspecto y provista de muchas barras de hierro. Varias ventanas habían sido tapi
. Mientras aguardábamos ante ésta, yo traté de mirar por la
cat
asa había una gran fábrica de cerveza, completamen
y una voz clara pre
mi guía
mble
la voz; y se cerró
señorita joven atravesó el
dijo el seño
orita, qua era muy linda y par
se disponía a entrar, pero
Desea usted ver la
sham quiera verme contestó el
ue hasta ent
n-. Pero el caso es
no tan decisivo, que el señor Pumb
r severidad, como si yo le hubiese hecho algo. Y pocos moment
comportamiento aquí acredite a
¿Y dieciséis?» Pero no lo hizo. Mi joven guía cerró la puerta y lu
ambién la fábrica, que estaba más allá y rodeada por una alta cerca; pero todo se veía desocupado y con el aspecto de no haber sido utilizado durante mucho tiempo. El viento parecía soplar con mayor
io mirándolo
eberte ahora toda la cerveza que ah
podría bebérmela, señor
ace versa ahí, porque se pondría
creo, s
ya intenta adiós-, pues la fabric
está. Sin embargo, en la bodega hay bastante c
lama la cas
de sus
que tiene
e «Satis», lo cual es griego, latí
igual para mí, y s
-eax! clamé yo-. Es un
de lo que dice. Cuando se lo dier
dida de que en aquellos tiempos sus propietarios debían de
de mi misma edad, si bien parecía tener más años a causa del sexo a que pertenecía, de que era hermosa y de que se mo
os enormes cadenas, y la primera cosa que advertí fue que todos los corredores estaban a oscuras y q
Todo seguía siendo oscuro, de manera que
uerta de una estancia, y l
ez que por la cortesía, le conte
muchach- ome replicó
ejó y, lo que era peor,