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Grandes Esperanzas

Capítulo 4 Capitulo 4

Palabras:4998    |    Actualizado en: 14/05/2023

go fue bastante para que los invitados se levantaran de la mesa en la mayor confusión y para que la señora Joe, que regr

habrá pasado...

la señora Joe se dirigía esta pregunta, y en aquel

los comensales como si les ofreciera las esposas con la ma

como ya he dicho a este joven en la puerta- en lo cual mentía-, estoy

ntó mi hermana, resentida de qu

nto, si hablase por mi propia cuent

ero como hablo en nombre del rey, he de decir q

e recibida con el mayor agrado, y hasta e

r.aEJsotaes esposas se han estropeado y una de ellas no cierra bien. Y com

realizar aquel trabajo tendría que encender

amela favor de empezar inmediata

i mis hombres pueden ayudarle, no tendrán

en pie como deben hacer los soldados, aunque tan pronto unían las manos o se apoyaban sobre una pierna, o se reclinaban sobre l

do a comprender que las esposas no eran para mí y que, gracias a los soldados, el asunto

ó el sargento dirigiéndose al señor Pumblechook, como si se hubi

y media,

bligado a pasar aquí dos horas, tendré tiempo. ¿A qué distancia

una milla- dijo

al oscurecer. Mis órdenes son de ir allí

nto- preguntó el señor Wopsle

en los marjales, y no saldrán de allí antes de que osc

testaron negativamente y de un m

tes. Espero que eso será más pronto de lo que se figuran. Ahora, h

los soldados abrió los postigos de madera, otro encendió el fuego, otro accionó el fuelle y los demás se quedaron

no que hizo que mi hermana se sintiera liberal. Sacó del barril un cántaro de cerveza para los soldad

r lo menos, tengo la segurida

iguiente, tomaría vino si en ello no había inconveniente. Cuando se lo dieron, bebió a la salud

, sargento preguntó

s que estoy persuadido de que este vino es de uste

ué dice

porque es usted hombre que lo entiende. - ¿De veras?- pre

ano contestó el sargento. ¡A su

r juez en vin

vaso y pareció dispuesto a tom

lla de manos de la señora y con su generosidad se captó las simpatías de todos. Incluso a mí me lo dejaron probar. Y estaba

la esperanza de la captura. Ya se imaginaban que los dos bandidos serían presos, que las campanas repicarían para llamar a la gente contra ellos, que los cañones dispararían por su causa, y que hasta el humo les perseguiría. Joe trabajaba por ellos, y tod

k y el señor Hubble declinaron la invitación con la excusa de querer fumar una pipa y gozar de la compañía de las damas, pero el señor Wopsle dijo que iría si Joe le acompañaba. Éste se manifestó dispuesto y deseoso de llevarm

a destrozada por un balazo, no t

or Pumblechook como de un amigo muy querido, aunque sospecho que no

psle, Joe y yo recibimos la orden de ir a retaguardia y de no pronunciar una sola palabra en cuanto llegásemos a los marjales. Cuando ya estuvi

e, que no lo

me co

chelín porque se hu

, porque el tiempo era frío y ame

e indicador y nos dirigimos hacia el cementerio, en donde nos detuvimos unos minutos, obedeciendo a la señal que con la mano nos hizo el sargento, en tanto que dos o tres de sus hombres se dispersaban entre las tumbas y examinaban el pórtico. Volvieron

z en eso, lleno de temor, y también tuve en cuenta que, si los encontrábamos, tal vez mi amigo sospecharía que había llevado allí a los soldados. Recordaba que me p

edase atrás. Nos precedían los soldados, bastante diseminados, con gran separación entre uno y otro. Seguíamos el mismo camino que tomé aquella mañana, y del cual salí para meterme en la niebla. Ésta no había aparecido aún o b

idos y podía disociarlos del objeto de nuestra persecución. Me sobresalté mucho cuando tuve la ilusión de que seguía oyendo la lima, pero resultó no ser otra cosa que el cencerro de una oveja. Ésta cesó de pastar y nos miró con timidez. Y sus compañeras, volviendo a un lado la

Llegó a nuestros oídos, en alas del viento y de la lluvia, un largo grito que se repitió. Resonaba prolongado y fuerte a dis

sle, que lo era malo, convinieron en lo mismo. El sargento, hombre resuelto, ordenó que nadie contestase a aquel grito, pero que, en cambio, se cambiase de dirección y que todos los solda

oz. A veces parecían cesar por completo, y entonces los soldados interrumpían la marcha. Cuando se oían de nuevo, aquéllos echaban a correr con mayor prisa y nosotros los seguíamos. Poco después estábamos tan cerca que oímos como una voz gritaba:

ya del lugar en que se oyeron los gritos, vimos que aquél y

sargento luchando en el fondo de un

res se echaron al fondo de la zanja para ayudar al sargento. Sacaron separadamente a mi penado y

e tenía en el rostro y sacudiéndose el cabello arrancado que tenía entre

. Y no te favorecerá en nada, porque te hall

e el gusto que acab-oddijeo tmeni er penado profiriendo una co

parecía haber recibido otras muchas lesiones en todo el cuerpo. Respiraba con tanta agitación q

es... que qui

n sus prime

con desdén mi pena-d. o¿Quise ase

aquí, a rastras. Este sinvergüenza se las da de caballero. Ahora los Pontones lo tendrán otra vez, gracias

diciendo con vo

sesinarme. Sean... se

n-to. Yo solo, sin ayuda de nad

ba aquí. ¿Dejarlo libre? ¿Dejarle que se aprovechara de los medios que me permitieron huir? ¿Permitirle que otra vez me hiciera servir de instrumento? No; de nin

ntrasen todavía aga

sentía el mayor horror por su co

llegan ustedes en el momento cr

n feroz energía. Nació embustero

ella su embuste? Que me mire cara a

tante para contener la nerviosa agitación de su boca, miró a los soldados,

? ¿No se han fijado en su mirada rastrera y fungitiva? Así miraba tambié

igiendo sus intranquilas miradas de un lado a otro, aca

pena de que

mi penado se exasperó tanto que, a no ser porque se inter

e- que me habría asesinado

que en sus labios aparecían unas curiosas mancha

ordenó el sargento. E

mi penado miró alrededor de él por primera vez y me vio. Yo había echado pie a tierra cuando llegamos

i inocencia. No sé si comprendió mi intención, porque me dirigió una mirada que no entendí y, además, la escena fue muy rápida. Pero ya me hubiese mira

uy poca luz, pero en aquel momento había anochecido por completo y pronto la noche fue muy oscura. Antes de alejarnos de aquel lugar, cuatro soldados dispararon dos

ijo el sargen

tres cañonazos con tanta violencia que me produjeron la im

a mi penad-o. Están enterados de vuestra

e la orilla del río, del que se separaba a veces en cuanto había una represa con un molino en miniatura y una compuerta llena de barro. Al mirar alrededor podía ver otras luces que se aproximaban a nosotros. Las antorchas que llevábamos dejaban caer grandes goterones de fuego sobre el camino que seguíamos, y allí se quedaban llameando y humeantes. Aparte de eso, la oscuridad era completa. Nuestra

el lugar estaba alumbrado por una lámpara, a cuya luz se distinguía un armero lleno de fusiles, un tambor y una cama de madera, muy baja, como una calandria de gran magnitud sin la maquinaria, y capaz para doce soldados a la vez. Tres o cuatro de éstos que estaban echados y envueltos en sus chaquetones no parecieron inter

edó ante el fuego, sumido en sus reflexiones, levantando alternativamente los pies para calentárselos y mirán

es ello servirá para justificar a algunas per

cruzados, mientras le miraba fríamente-, pero no tienes derecho a hablar aquí. Ya te

de permanecer sin comer; por lo menos, yo no puedo. Tomé algunos víveres en la ald

ue los robastos o

e dónde eran. De

ijo el sargento

Pip?- exclamó Jo

más. También un trago. - ¿Ha echado usted de menos un pa

, en el preciso momento de en

advertir siquiera mi presenc-.ia¿De modo que es usted el herrer

en caso de que fue raro mintió es

e nos haya quitado algo, no por eso nos mori

i interesado al verlo, así como tampoco alegre o triste. Nadie habló una palabra, a excepción de alguien que en el bote gruñó, como si se dirigiera a perros: «¡Avante!», lo cual era orden de que empezaran a mover los remos. A la luz de las antorchas vimos el negro pontón fondeado a poca distancia del lodo de la orilla, como si fuese un Arca de Noé maldita. El barc-oprisión est

do gracias a un suceso inesperado no me impelió a confesarme con franqueza

gozar ya de la confianza de Joe, así como de la posibilidad de sentarme por la noche en el rincón de la chimenea mirando pesaroso a mi compañero y amigo, perdido ya para siempre, fue bastante para sujetarme la lengua. Erróneamente me dije que si Joe lo supiera, jamás podría verle junto al fuego acariciándose la patilla, sin figurarme que estaba meditando acerca de ello. También creí que, de saberlo, cuando Joe mirase por casualidad la carne del día anterior o el pudding que le habían servido, se acordaría de mi robo, preguntándose si yo había hecho ya alguna vi

aba de tan mal humor que si la Iglesia hubiese estado «abierta», probablemente habría excomulgado a toda la expedición, empezando por Joe y por sí mismo. En su capacidad lega, insistió en sentarse al aire libre, sufri

des alguna vez a un muchacho como éste?», observé que Joe les refería la confesión del penado y todos los invitados expresaban su opinión acerca de cómo pudo llegar a entrar en la despensa. Después de examinar cuidadosamente las premisas, el señor Pumblechook explicó que primero se encaramó al tejado de la fragua y que luego pasó al de la casa, deslizándose por medio de u

n tener en cuenta el humo que salía de sus pantalones, mientras estaba de espaldas al fuego

n tal fuerza que parecía que yo llevara cincuenta botas y cada una de ellas corriese el peligro de tropezar contra los bordes de los escalones. Como ya he dicho, el estado espec

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