Grandes Esperanzas
«a mano». Como en aquel tiempo tenía que averiguar yo solo el significado de esta expresión, y por otra parte me constaba que ella tenía una mano d
po; a ambos lados de su suave rostro se veían algunos rizos de cabello dorado, y sus ojos tenían un tono azul tan indeciso, que parecían haberse mezclado, en parte, con el blanco de
. Era alta y casi siempre llevaba un delantal basto, atado por detrás con dos cintas y provisto por delante de un peto inexpugnable, pues estaba lleno de alfileres y de aguja
l cementerio, la forja estaba cerrada, y Joe, sentado y solo en la cocina. Como él y yo éramos compañeros de sufrimientos y nos hacíamos las confidencias propias de
na docena de veces en tu busca. Y ahora acaba de
stá
Y lo peor es que ha sal
imo empecé a retorcer el único bot
bastón, ya pulimentado por los c
y salió. Esto es lo que ha hec-ho añadió removiendo con un hierro
muchor
fuese un niño muy crecido; d
o el reloj holand-é.sHace cosa d
de la puerta, muchacho,
eñora Joe, abriendo por completo l
izo adivinar en seguida la causa,
veces servía de proyectil matrimonial-, y el herrero, satisfecho de apoderarse de
oso?- preguntó la señora Joe dan
. Si no hablas en seguida, lo voy a sacar de ese rincón y de nada te valdría que
doije, desde mi refugio, llo
hubiera avisado, desde hace mucho tiempo, de que no vayas
- d
staría sabe- reloxclamó mi
aseguro que no v
nunca me he quitado este delantal. Ya es bastante desgracia la mía el ser m
los vengadores carbones que no tenía más remedio que cometer un robo en aquella casa para llevar al fugitivo de lo
déis hablar de él, vosotros d-ousno de nosotros, por lo menos, no había pronunciado tal pa-.labra C
ara la pareja que haríamos los dos en las dolorosas circunstancias previstas por mi hermana. Después de eso se acarició la patilla y los rubio
a nuestras bocas. Luego tomaba un poco de manteca, nunca mucha, por medio de un cuchillo, y la extendía en la rebanada de pan con movimientos propios de un farmacéutico, como si hiciera un emplasto, usando ambos lados del cuchillo con la mayor destreza y arregl
ocido y para su aliado, aquel .joven aún más terrible que él. Me constaba la buena administración casera de la señora Joe y de antemano sabía que mis pesquisas rateri
rme en una gran masa de agua. Y Joe, que, naturalmente, no sabía una palabra de mis propósitos, contribuyó a dificultarlos más todavía. En nuestra franca masonería ya men
nuía con la mayor rapidez, a que tomase parte en nuestra acostumbrada y amistosa competencia; pero cada vez me encontró con mi amarilla taza de té sobre la rodilla y el pan con manteca, entero, en la otra. Por fin, ya desesperado, comprend
. Lo revolvió en la boca mucho más de lo que tenía por costumbre, entreteniéndose largo rato, y por fin se lo tragó como si fuese una píldora. Se dispon
nerse, y la mirada que me dirigió, eran demasiado axtraord
con cierta elegancia,
eza con aire de c-e.nOsuyera, Pip. Te va a hac
epitió mi hermana, con
tad-o. La limpieza y la buena educación valen muc
e y, agarrándole por las dos patillas, le golpeó la cabeza contra la pare
ec i q u é s u c e d - e e x c l a m ó m i h e r m a n a , j a
luego dio un mordisco a
ncial, como si estuviéramos sol-o,sya sabes que tú y yo somos amigos y que no me gusta reprenderte. Per
l pain smascar?- e
mejilla-. Cuando yo tenía tu edad, muchas veces tragaba sin mascar y he hecho como otros muchos niños suelen hacer
ogió por el cabello, limitándose a p
as a tomaerl
nte ideal, y, en tales casos, yo salía apestando como si fuese una valla de madera alquitranada. Aquella noche, la urgencia de mi caso me obligó a tragarme un litro de aquel brebaje, que me echaron al cuello para mayor comodidad, mientras la señora Joe me sostenía la cabeza bajo el brazo, del mismo modo como
castigo. El conocimiento pecaminoso de que iba a robar a la s-eñora Joe desde luego, jamás pensé en que iba a robar a Joe, porque nunca creía que le perteneciese nada de lo que había en la cas-a, unido a la necesidad de sostener con una mano e
hierro en la pierna que me hiciera
se arrojara contra mí, tal vez cedería a una impaciencia de su propia constitución o se equivocaría de hora, creyéndose ya con derecho a mi corazón y a mi hígado aquella misma noche, en vez
é de hacerlo con el impedimento que llevaba en mi pierna, cosa que me hizo pensar otra vez en el hombre que llevaba aquel hierro en la suya, y observé que el ejercicio tenía tendencia a lle
pudding y mientras me calentaba un poco ante la chimen
l. ¡Otro penado qu
es decir, Jo
e daba explicaciones a sí mi
ado! ¡
efinición como si fue
tada y con la cabeza inclinada so
boca en la forma apropiada para devolver su elaborada respuesta, p
por los cañonazos que se oyeron a la puesta del sol. Dispararon para avisa
n dispara
on el ceño frun-c.id¡Qoué preguntón eres! No
dría contestarme con alguna mentira en caso de que le hiciera una pregunt
abra que a mí me pareció que debía ser «malhumor». Por consiguiente, señalé a la señora Joe y dispuse los labios de manera como si quisiera preguntar: «¿El
-o. Si no tienes inconveniente, me gustar
si no quisiera significar eso, sino, precis
mirando a Jo-.e
he, como si quisiera decir:
los Pontone
i hermana, apuntándome con la ag
e a una pregunta, y
sirven de prisión y que se hal
en esos ba-rcporse?gunté sin dar
esperado e
ra la señora Joe, que s
e subido a mano para que molestes
los Pontones porque asesinan, porque roban, porque falsifican o porque cometen al
scaleras a oscuras, con la cabeza vacilante porque el dedal de la señ
seguía el camino apropiado para terminar en ellos. Empecé
hos que viven atemorizados. Poco importa que el terror no esté justificado, porque, a pesar de todo, es terror. Yo estaba lleno del miedo
y no tenía esperanza de librarme de mi todopoderosa hermana, que me castigaba continuamente, aumentando
or sería que tomase tierra para ser ahorcado en seguida, en vez de continuar mi camino. Temía dormir, aunque me sentía inclinado a ello por saber que en cuanto apuntase la aurora me vería obligado a saquear la despensa. No era posible hacerlo durante la
lado que se vela a través de mi ve
ia ella. No tuve tiempo para ver lo que tomaba, ni de elegir, ni de nada, porque no podía entretenerme. Robé un poco de pan, algunas cortezas de queso, cierta cantidad de carne picada, que guardé en mi pañuelo junto con el pan y manteca de la noche anterior, y un poco de aguardiente de una botella de piedra, que eché en un frasco de vidrio (usado secretamente para hacer en mi cuarto agua de regaliz). Luego acabé de llenar de agua
ar una lima de entre las herramientas de Joe. Luego cerré otra vez la puerta como estaba, abrí la que me dio paso la