Grandes Esperanzas
r la humedad condensada en la parte exterior de mi ventanita, como s
s hasta el suelo. La humedad se había posado sobre las puertas y sobre las cercas, y era tan espesa la niebla en los marjales, que el poste indicador de nuestra aldea, poste que no servía para nad
mayor claridad: «¡Un muchacho que ha robado un pastel de cerdo! ¡Detenedle!» Las reses se me aparecían repentinamentte, mirándome con asombrados ojos, y por el vapor que exhalaban sus narices parecían exclamar: «¡Eh, ladronzuelo!» Un buey negro con una mancha blanca en el cuello, que a mi temerosa conciencia le pareció que tenía cierto aspecto clerical, m
, me dijo que cuando yo fuese su aprendiz y estuviera a sus órdenes, iríamos allí a cazar alondras. Sin embargo, y a causa de la confusión originada por la niebla, me hallé de pronto demasiado a la derecha y, por consiguiente, tuve que retroceder a lo largo de la orilla del río, pasando por encima de las piedras sueltas que había sobre el fango
e un modo inesperado, y así me acerqué sin hacer ruido y le toqué el hombro. Inst
que no tenía el mismo rostro y de que llevaba un sombrero de anchas alas, plano y muy metido en la cabeza. Observé en un momento todos estos detalles, porque no me dio tiempo para más. Profirió un
mi corazón al identificarlo . Y también habría senti
tenía mucho frío. Yo casi temía que se cayera ante mí y se quedase helado. Sus ojos expresaban tal hambre, que, cuando le entregué la lima y él la dejó sobre la hierba, se me ocurrió que habría sido capaz de co
a botella, mucha
iente- c
o como quien come, pero dejó la carne para tomar un trago de licor. Mientras tanto se estremecía con tal violencia que a
ue ha cogido
ismo, mucha
. Se habrá usted echado en el mar
um
comiendo aunque luego tuviesen que ahorcarme en esta hor
ba de mirar con la mayor desconfianza alrededor de nosotros, y a veces se interrumpía, dejando también de mascar, a fin de escuchar. Cualquier
has traído a nadie con
ho a nadie qu
. Serías una verdadera era sí,
maquinaria que se dispusiera a dar la hora. Y con
e mientras, gradualmente, volvía a aplicar
ontenta que le guste lo que
y satisfecho d
muchacho;
amente del mismo modo que el perro. Se tragaba cada bocado demasiado pronto y demasiado aprisa; y luego miraba de lado, como si temiese que de cualquier dirección pudiera llegar alguien para disputarle lo que estaba
encio durante el cual estuve indeciso acerca de la conveniencia de hacer
e la que me dio valor basta
- preguntó mi amigo, interru
ien me habló usted. E
bronca risa. ¿Él? Sí, s
ció que le habría g
erlo y me miró con la ma
pareció...
un mo
Dón
cisamente ahí lo encontré medio d
y me miró de tal manera que llegué
me la
llevaba somb-rearñoadí, temblando
on... con la misma razón para necesitar una
n cañonazo-s
os desde mi casa, que está bastante más lej
oda la noche más que cañonazos y voces que le llaman. Y no solamente oye, sino que ve a los soldados, con sus chaquetas rojas, alumbradas por las antorchas y que
el acompasado ruido de sus pasos. Pero no vi uno, sino un centenar. Y en cuanto a cañonazos... Vi estremecerse la niebla ante el cañón, hasta que fue de
usion es dije, recordando que
e golpeándose la mejilla izqu
í,
dónde fue. Lo alcanzaré como si fuese un perro de caza. ¡Maldit
momento sangraba; sin embargo, él trataba su pierna con tanta rudeza como si no tuviese más sensibilidad que la misma lima. De nuevo volví a sentir miedo de él al ver como trabajaba con aquella apresurada furia, y también temí estar fuera de mi casa por más tiempo. Le dije que tenía
re la niebla, y todavía pude oír el r
sino que tampoco se había descubierto mi robo, La señora Joe estaba muy ocupada en disponer la casa para la festividad del día, y Joe había sido puesto en el escalón de entrada de
Joe al verme y a guisa de salutación de Navidad,
a ido a oír los c
la señora Joe. Peor
había duda algun
n herrero y, lo que es la misma c
oijso la señora Joe. Me gustan mucho, pero ésta es, preci
nto que la señora Joe le miraba, y en cuanto los ojos de ésta se dirigieron a otro lado, él cruzó secretamente los dos índices y me los enseñó como indicación de que la señora Joe estaba de
rmoso pastel de carne picada, razón por la cual no había echado de menos el resto que yo me llevé, y el pudding estaba ya dispuesto en el molde. Tales preparativos fueron la causa de que
chimenea para reemplazar el viejo y quitó las fundas de todos los objetos de la sala, que jamás estaban descubiertos a excepción de aquel día, pues se pasaban el año ocultos en sus forros, los cuales no se limitaban a las sillas, sino que se extendían a los demás objetos, que solían estar cubiertos de papel de plata, incluso los cuatro perritos de lanas blancos
ió de su habitación cuando ya repicaban alegremente las campanas, pero su aspecto era el de un desgraciado penitente en traje dominguero. En cuanto a mí, creo que mi hermana tenía la idea general de que yo era un joven criminal, a quien un policía comadrón cogió el día de mi nacimiento para entregarme a ella, a fin de que me castigasen de acuerdo con la ultrajada majestad de la ley. Siempre me trataron como si yo h
ulo conmovedor para las personas compasivas. Y, sin embargo, todos
si la Iglesia sería lo bastante poderosa para protegerme de la venganza de aquel joven terrible si divulgase lo que sabía. Ya me imaginaba el momento en que se leyeran los edictos y el clérigo dijera: «Ahora te toca declarar a ti.» Entonces había llegado la ocasión de levantarme
o tratante en granos, de un pueblo cercano, y que guiaba su propio carruaje. Se había señalado la una y media de la tarde para la hora de la comida. Cuando Joe y yo llegamos a casa, encontramos la mesa puesta, a la señora Joe mudada y
iese tenido una oportunidad favorable, habría sido capaz de poner al pastor en un brete. Él mismo confesaba que si la Iglesia estuviese «más abierta», refiriéndose a la competencia, no desesperaría de hacer carrera en ella. Pero como la Iglesia no estaba «abierta», era, según ya he dicho, nuestro sacristá
rlo;- la abrí primero para el señor Wopsle, luego para el señor y la señora Hubble y últimamente par
echook, hombretón lento, de med
arena, muy erizado en la cabeza, de manera que parecía que lo hubiesen asfixiado a medias y que acabara
rdinaria, exactamente con aquellas mismas palabras. Y todos los
.. ble... choo¡ ¡
e Navidad, él repli
pero que estaréis todos de excele
ue de
a cocina y tomábamos las nueces,
do que ésta era una mujer angulosa, de cabello rizado, vestida de color azul celeste y que presumía de joven por haberse casado con el señor Hubble, aunque ignoro en qué remoto período, siendo mucho más joven que él. En cuanto a su marido, era un hombre de alguna edad,
e no deseaba, así como tampoco porque se me obsequiara con las patas llenas de durezas de los pollos o con las partes menos apetitosas del cerdo, aquellas de las que el animal, cuando estaba vivo, no tenía razón alguna para envanecerse. No, no habría puesto yo el menor inconveniente en q
e ahora, en un tono que tenía a la vez algo del espectro de Hamlet y de Ricardo III, y terminó expresando la seguridad de qu
s? Debes est
- debes sentir agradecimiento, muchacho,
pló con expresión de triste presentimiento d
chachos no serán
a los comensales, hasta que el señor Hu
ralmente
todos m
ver
de un modo mu
oe eran más débiles todavía, si t
, me consolaba y me ayudaba, y así lo hizo a la hora de comer, dándome salsa cua
se «abierta», el sermón que él habría pronunciado. Y después de favorecer a su auditorio con algunas frases de su discurso, observó que consideraba muy mal eleg
necesita. Un hombre que tenga juicio no ha de pensar mucho para encontrar un asunto apropiado, si para ello tiene la sal nece-sYaridae.spués d
echaba que iba a servirse deólna ocasi para aludirme. Y para l
ijo mi hermana, aprove
un poco m
r Wopsle con su voz más prodaf
ta, al ser expuesta a nuestra consideración, un ejemplo para los jóvenes-.Yo opinaba lo mismo que él, pues hacía poco que había estado ensa
hacha sugirió
eñor Hubble sintió el señor Wopsle con ci
pronto haci-a, hmaíy que pensar en lo que se ha re
exclamó mi hermana,
un poco m
cuatro patas añadió el señor Pum
tarías ah
forma dijo el señor Wo
caballero explicó el señor Pumble
del lujo y de las comodidades. ¿Se hallaría en tal situación? De ninguna manera. Y ¿cuál habría sido su- daeñsatdinióo? volviéndose otra vez hacia mí. Te habrían v
recha se levantaría la bata a fin de coger un cortaplumas del bolsillo de su chaleco para de
ás salsa, pero y
uchas molestias, señor dijo a la señor
- repitió ést
ía sufrido por mi causa; enumeró todos los altos lugares de los que me caí, y las profundidades a que me despeñé, así como también to
de tal manera durante el relato de mis fechorías, que sentí el deseo de tirarle de ella hasta hacerle aullar. Pero lo que había tenido que aguantar hasta entonces no fue nada en comparación con las espantosas sensac
r Pumblechook conduciendo suav
del cerdo, considerado como car
o de aguardiente-,
hora observarían que el aguardiente
arré con fuerza a la pata de la mesa, po
rvió una copa de aguardiente, pues nadie más quiso beber licor. El desg
tras tanto, la señora Joe y su marido desocupaban ac
ia atrás y se bebía el aguardiente. En aquel momento, todos los invitados se quedaron consternados al observar que el tío Plumblechook se ponía en pie de un salto, daba varias vueltas tosiendo y
a alguna le había asesinado. En mi espantosa situación me sirvió de alivio ver que lo traían otra vez a la c
lqui
a persuadido de que a cada momento se encontraría peor, y, como un médium de los act
colmo del asombro ¿Cómo puede haber ido
le sirvieran agua caliente y ginebra. Mi hermana, que se había puesto meditabunda de un modo alarmante, tuvo que ir en busca de la ginebra, del agua caliente, del azúcar y de las pieles de
de él, y lo mismo hicieron los demás. Terminado que fue, el señor Pumblechook empezó a mostrarse satisfecho bajo la influen
tos limpio
mo si el mueble hubiese sido el compañero de mi juventud y mi amigo del alm
se amablemente a sus invitado, quisieron que prueben,
an perder toda esp
na levantándo-sqeue se trata de up
tío Pumblechook, satisfecho por haber merecido bien del prójimo,
orzaremos un poco. Regálanos
Oí que el señor Hubble hacía notar que un poquito de sabroso pastel de cerdo les sentaría muy bien sobre todo lo demás y no haría daño alguno. También Joe me prometió que me darían un poco. No sé, con seguridad, si di un grito de terror
fui a dar de cabeza con un grupo de soldados armados,
estás aq