Es una noche de lluvia. Una noche de esas en las que solo te apetece acurrucarte bajo el edredón, poner una película romántica y lloriquear cuando los protagonistas se besan al final y suena una música dulce que indica que serán felices para siempre mientras comen las perdices que te encantaría comer a tí, si tuvieras a alguien que te hiciera sentir especial y única, como a la prota de la peli.
Pues no.
En mi noche no hay nada de eso.
Ni estoy bajo el edredón, ni hay peli, ni besos ni perdices. Simplemente estoy yo, esperando a que mi cliente llegue y se haga las putas fotos para poder irme a casa a dormir sola, sin nadie que me haga sentir absolutamente nada porque a nadie en mi vida.
Soy abogada, bastante famosa divorciando gente de mucho dinero y esto de hacer fotos lo hago para descompresionar del estrés que me genera mi trabajo.
Hace unos años me dedico a esto.
Tengo un estudio en un loft en las afueras de la ciudad y muy de vez en cuando tomo algún cliente para salirme de mi agotador día a día.
La fotografía es una válvula de escape perfecta pero resulta, que el maldito cliente se retrasa y me estoy estresando.
—¡Hola!
Siento que llaman a mi espalda mientras me estoy preparando un gin tónic porque la impaciencia me está devorando.
Me giro y le veo.
¡Joder!
El tío mide como mil metros de altura, tiene los ojos más verdes que alguna vez he visto y la sonrisa desgarradora más hermosa que alguien puede esbozar.
—¡Eh...!¡Sí, adelante!
Ni siquiera le pregunto cómo ha entrado porque es evidente que me dejé la puerta abierta. Soy una insensata.
Se acerca a mí y me entrego a la belleza de este hombre.
Ofrezco una mano que toma presto y me sorprende dejando un beso en ella.
Llevo el pelo largo, negro y rozando sus hombros en bucles que le hacen ver salvaje.
—Perdona la tardanza —balbucea y me alejo un paso atrás —. Es que vine en moto y con esta lluvia, imposible apurarse.
—Tranquilo —consigo decir luego de carraspear y suelto la bebida de vuelta a la barra de mi bar —, entiendo.
¡Mentira! Lo único que entiendo es que está buenísimo y debe pensar que soy estúpida. No puedo dejar de mirarlo.
Me doy la vuelta y tropiezo con sus brazos que me aguantan por la cintura para que no caiga al suelo al tropezar con un cable de mis lámparas.
Tengo todo listo y solamente faltaba el cliente pero uf, el cliente está como un queso y cuesta concentrarse.
—Ups —murmura y sube un poco sus manos por las curvas de mi cuerpo hasta dejarlas a los lados de mis pechos, justo debajo de mis axilas y la sensación es inigualable —. Casi te caes.
—Lo siento —recupero la razón y me separo de él, pero me retiene.
—¿Seguro estás bien?
¡Pues no!
Estoy fatal, cachonda y haciendo el imbécil frente a un tío bueno que me de be estar catalogando como una lerda.
—Sí —miento descaradamente —.¿Empezamos?
Necesito hacer las fotos para poder irme a mi casa a darme una ducha congelada a ver si recupero la temperatura normal de mi cuerpo que ahora lucha contra la combustión espontánea.
—Vale —consiente dándonos un poco de espacio a los dos —. Voy a desnudarme.
¡Sí!... Olvidé contarles que hago desnudos artísticos.
Se da la vuelta y con un pie presionando el talón del otro se saca loa zapatos y los calcetines detrás.
Yo acomodo mi cámara y Dios, que calor siento.
Me saco la chaqueta y me quedo solo con la camiseta blanca que llevaba debajo y los shorts a cuadros. Siempre trabajo sin zapatos.
Bebo nuevamente de mi vaso y entonces sucede...
—¿Puedo...?
Sus palabras son sucedidas por sus brazos a mi alrededor enjaulándome contra la barra y me quedo quieta.
Su aliento en mi cuello eriza mi vello y cierro los ojos cuando le siento completamente pegado a mi espalda y ni siquiera me preocupa que pueda ser un violador o un psicópata. A mí este tío que me haga lo que quiera. Nunca sería un castigo.
Cuando traga el contenido que quedaba en mi vaso, lo deja sobre la barra y yo yo sigo sin moverme.
—Delicioso —pronuncia con voz grave.
—¡Gracias!
Contesto y no tengo ni idea de por qué lo hago.
—¡Mírame! —lanza su orden en mi oído y me tiembla el abdómen.
No sé por qué este hombre me provoca tanto bochorno. Es muy intenso.
No muevo. Solo se mueven mis párpados que bajan para cerrar mis ojos y me siento reclamada. Nada más.
—¡Mi-ra-me!
¡Dios, que sensación me produce en todo el cuerpo la orden que me da!
Luego de ese momento, los dos sabemos que todo cambia y cada uno toma su rol nuevamente...