Ya se han ido todos, como cada día soy el último en salir del edificio, quedando solo el personal de limpieza y seguridad. Mis pasos resuenan fuerte en el piso impecable, las cámaras se mueven silenciosas buscándome, ya que soy lo único que esta en movimiento en el recinto. El ascensor llega rápidamente a mi encuentro y aprieto el botón que va a la zona de aparcamiento. Tengo un leve dolor de cabeza que se ha ido agudizando, necesito descargar el estrés que se ha acumulado durante el día en mi cuello y hombros.
—Tenga buenas noches, señor Sorokov —me despide el guardia de seguridad listo para cerrar el edificio por dentro en cuanto pise el exterior.
Rebusco las llaves de mi auto en el bolsillo de mi chaqueta, aprieto y retumba el sonido de la alarma y las luces parpadean indicándome que las puertas están destrabadas. Me subo deleitándome con el olor a cuero de mi auto deportivo. Me encanta, y lo disfruto al máximo así como todas las cosas que poseo, pues me costó mucho llegar adonde estoy. A mis treinta cinco años puedo decir que he tenido éxito en muchos ámbitos de mi vida. Menos en uno. Y largo un bufido al recordarlo. Duele. Nunca deja de doler, aunque haya puesto tanta tierra y tiempo entre aquello que me daña y yo. No soy cobarde, estoy acostumbrado a enfrentarme a todo. Simplemente me hice a un lado, no puedo obligar a alguien a hacer lo que no quiere...o no puede.
El acceso se abre automáticamente para dejarme pasar, bajo la mirada una milésima de segundo buscando el control remoto del estéreo para elegir algo relajante que escuchar hasta llegar a casa. Y en el preciso instante en el que devuelvo la mirada al camino, la veo. Allí, parada bajo la intensa lluvia, sus ropas chorreando y sus ojos desesperados está de pie la causal de mis noches de insomnio, la dueña de mis pensamientos durante el día y cada día...Katherine.
Katherine
Corro, corro lo más rápido que puedo pero se me dificulta el avance por el agua que se junta en las baldosas y mis zapatos. Debo decidir rápido si me los quito o los dejo puestos. "¿Cómo hizo para encontrarme?", grito en mi mente reclamando a quien quiera sea que pueda escuchar mis pensamientos. Por ahora no hay tiempo para hacerse preguntas o reclamos absurdos. Sólo debo llegar a mi destino, sé que una vez allí estaré a salvo. Es y siempre ha sido el único con el que me he sentido a salvo, ni siquiera mi padre pudo protegerme del odio y las decepciones del amor, a pesar de que siempre me lo decía, pero fui terca, me dejé llevar por mi atolondrado corazón e hice lo que quise. Y elegí, pero elegí mal y ahora llegó el tiempo de arrepentimientos. La incertidumbre me carcome el alma, agujerea mi espíritu, aquel que una vez tuve y cuando estaba creciendo se vio empequeñecido.