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Ya no te Amaba: El Heredero

Ya no te Amaba: El Heredero

Gavin

5.0
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11
Capítulo

La segunda raya en la prueba de embarazo, por tenue que fuera, inyectó una frágil esperanza en mi entumecido corazón. Años de limpiar casas ajenas y pagar las "deudas" de mi pareja, Mateo, me habían costado nuestro primer bebé. Pero esta vez, creí, todo sería diferente. Él juró cambiar, y yo le entregué mis últimos ahorros. La verdad me golpeó poco después. Seguí a Mateo y lo encontré con su "amiga" Isabel, riéndose. Mi vida entera, mis sacrificios, incluso la pérdida de nuestro hijo, todo había sido una "prueba" cruel, una farsa orquestada para ver si una "inmigrante pobre" lo amaba desinteresadamente. Y planeaban continuar la mentira un año más. No derramé una lágrima. Solo pedí cita para abortar. Él siguió fingiendo pobreza, mientras yo descubría que era el heredero de un imperio, Mateo Ríos. Me vio, vestida de limpiadora, con glacial indiferencia. Al llegar a casa, Isabel usaba los patucos de mi bebé como posavasos. Mateo me humilló. Colapsé. ¿Todo, cada dolor, cada sacrificio, había sido una manipulación despiadada? ¿Mi hijo solo una herramienta en su juego de vanidad? La traición me dejó un vacío abrumador, pero también una furia helada. Desperté en el hospital, escuchando a Mateo rogar por "este también". Me confesó su riqueza, suplicando. Con una calma escalofriante, le dije que nuestra relación terminaba, que era por dinero. Dejé que me despreciara. Lo bloqueé de mi vida, destrocé su mansión y me marché con su fortuna, para ser por fin libre.

Introducción

La segunda raya en la prueba de embarazo, por tenue que fuera, inyectó una frágil esperanza en mi entumecido corazón. Años de limpiar casas ajenas y pagar las "deudas" de mi pareja, Mateo, me habían costado nuestro primer bebé. Pero esta vez, creí, todo sería diferente. Él juró cambiar, y yo le entregué mis últimos ahorros.

La verdad me golpeó poco después. Seguí a Mateo y lo encontré con su "amiga" Isabel, riéndose. Mi vida entera, mis sacrificios, incluso la pérdida de nuestro hijo, todo había sido una "prueba" cruel, una farsa orquestada para ver si una "inmigrante pobre" lo amaba desinteresadamente. Y planeaban continuar la mentira un año más.

No derramé una lágrima. Solo pedí cita para abortar. Él siguió fingiendo pobreza, mientras yo descubría que era el heredero de un imperio, Mateo Ríos. Me vio, vestida de limpiadora, con glacial indiferencia. Al llegar a casa, Isabel usaba los patucos de mi bebé como posavasos. Mateo me humilló. Colapsé.

¿Todo, cada dolor, cada sacrificio, había sido una manipulación despiadada? ¿Mi hijo solo una herramienta en su juego de vanidad? La traición me dejó un vacío abrumador, pero también una furia helada.

Desperté en el hospital, escuchando a Mateo rogar por "este también". Me confesó su riqueza, suplicando. Con una calma escalofriante, le dije que nuestra relación terminaba, que era por dinero. Dejé que me despreciara. Lo bloqueé de mi vida, destrocé su mansión y me marché con su fortuna, para ser por fin libre.

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Estaba en el Ayuntamiento de Sevilla, lista para casarme con Javier, el torero del momento, cuya carrera había financiado durante años, esperando que al fin me amara. Pero en ese preciso instante, un niño irrumpió gritando "¡Papá!", seguido por una mujer, Isabel, la cantaora que fue su antigua amante. Javier, con una sonrisa cínica, me anunció que se casaría con ella "por honor" al haber descubierto que el niño era su hijo. Me dijo que nuestro amor no cambiaría, que su matrimonio sería una farsa, y que en un par de años volveríamos a nuestros planes. Lo vi entrar al Ayuntamiento con ella, y mi mundo no se rompió, solo sentí un frío absoluto. Esa misma noche, regresé a mi carmen, el hogar que había decorado con tanto cariño para él, y lo encontré saqueado. Isabel usaba mi kimono de seda, su hijo destrozaba mi guitarra, y mi mantón de Manila, una joya, estaba manchado de chocolate. Los encontré a ambos en mi cama, desnudos, y luego Isabel me envió una foto con un mensaje burlón: "Gracias por la casa, pardilla. Y por el marido." Al día siguiente, volví con seguridad para echarlos, pero mi hogar se había transformado en una ruidosa orgía de toreros y periodistas. Estaban bebiendo mi vino, sus cenizas manchaban mis alfombras persas, y mi valiosa escultura de bronce yacía rota en el suelo. Javier me llamó su "ex loca" y celosa, mientras una mujer me derramaba vino tinto en la blusa, y me empujaban hasta caer al suelo. Me sentí rodeada, humillada, como un animal herido, mientras todos se reían de mí. ¿Cómo había sido tan ciega, tan tonta, creyendo que podía comprar el amor con mi dinero? Mi corazón se hundió en la desesperación, preguntándome cómo iba a salir de esta pesadilla, si el matrimonio de verdad ya no era posible. Fue entonces, en mi punto más bajo, cuando mi voz apenas salió: "Estoy esperando a mi novio. Nos vamos a casar." Y justo en ese momento, un Mercedes negro se detuvo, y Mateo bajó, ignorando a todos, con un ramo de azahares entre las manos, listo para casarse conmigo.

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