No Te Merece de Mis Melodías

No Te Merece de Mis Melodías

Gavin

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Mi vida era la de un mariachi humilde, un soñador arraigado en las tradiciones de mi pueblo. Mi canto, un don heredado de mi abuela curandera, podía sanar el cuerpo y el alma. Pero en mi vida pasada, ese don se convirtió en mi perdición. Me obligaron a casarme con Sofía Alcázar, la hija de una poderosa familia, bajo falsas promesas. El día de nuestro aniversario, ella me clavó un cuchillo en el corazón, mientras su amante me sujetaba. "¿Por qué?" , alcancé a susurrar, mientras su risa cruel me revelaba una verdad devastadora: Nunca me amó. Su enfermedad, la misma que mi canto supuestamente curó, fue una farsa. Mi familia, mi don, mi vida... todo fue un engaño, una elaborada trampa tejida por esa mujer y su amante para destrozarme. Morí en sus brazos, sintiendo su desprecio, mi mundo oscureciéndose con el amargo sabor de la traición y la impotencia de ver a mi humilde familia condenada. ¿Cómo pude ser tan ciego? ¿Cómo permití que mi amor y mi don fueran tan cruelmente retorcidos? Pero entonces, desperté. Estaba en mi cama. Era el mismo día en que Doña Elena Alcázar, la matriarca, llegó a nuestra casa para proponerme matrimonio. Esta vez, lo recordaba todo. No volvería a ser su marioneta.

Introducción

Mi vida era la de un mariachi humilde, un soñador arraigado en las tradiciones de mi pueblo.

Mi canto, un don heredado de mi abuela curandera, podía sanar el cuerpo y el alma.

Pero en mi vida pasada, ese don se convirtió en mi perdición. Me obligaron a casarme con Sofía Alcázar, la hija de una poderosa familia, bajo falsas promesas.

El día de nuestro aniversario, ella me clavó un cuchillo en el corazón, mientras su amante me sujetaba.

"¿Por qué?" , alcancé a susurrar, mientras su risa cruel me revelaba una verdad devastadora: Nunca me amó. Su enfermedad, la misma que mi canto supuestamente curó, fue una farsa.

Mi familia, mi don, mi vida... todo fue un engaño, una elaborada trampa tejida por esa mujer y su amante para destrozarme.

Morí en sus brazos, sintiendo su desprecio, mi mundo oscureciéndose con el amargo sabor de la traición y la impotencia de ver a mi humilde familia condenada.

¿Cómo pude ser tan ciego? ¿Cómo permití que mi amor y mi don fueran tan cruelmente retorcidos?

Pero entonces, desperté. Estaba en mi cama. Era el mismo día en que Doña Elena Alcázar, la matriarca, llegó a nuestra casa para proponerme matrimonio. Esta vez, lo recordaba todo. No volvería a ser su marioneta.

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El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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