El viento cortaba con fuerza a través del bosque sombrío, llevando consigo un eco lejano que parecía un aullido. Lía ajustó la capucha de su abrigo y miró hacia el cielo encapotado. La luna, apenas visible entre las nubes grises, iluminaba con un débil resplandor el camino que serpenteaba entre los árboles. Sabía que no tenía mucho tiempo antes de que ellos aparecieran.
-Lía, apúrate -susurró una voz a sus espaldas.
Ella se giró, encontrándose con los ojos oscuros y alertas de Samuel, su mejor amigo y compañero en esta peligrosa misión. Vestido con ropas de combate gastadas, Samuel sostenía un viejo mapa que temblaba ligeramente en sus manos.
-Estamos cerca, ¿verdad? -preguntó ella, más para confirmar lo que ya sabía.
Samuel asintió.
-El portal debería estar a unos doscientos metros al norte. Si las coordenadas son correctas... -Hizo una pausa y apretó los labios-. Pero no somos los únicos que lo buscan.
Lía apretó el mango de la daga oculta en su cinturón. Había sentido la presencia de algo más en el bosque desde hacía horas. Los lobos estaban cerca.
-Debemos movernos rápido -respondió ella, su voz firme pero en calma. No podían permitirse dudar ahora.
Los dos avanzaron en silencio, pisando con cuidado entre las hojas secas para evitar hacer ruido. El aire estaba impregnado de un olor extraño, una mezcla de tierra húmeda y algo metálico, como si el bosque mismo se preparara para una batalla.
En la distancia, oculto entre las sombras de los árboles, Einar observaba a los dos humanos con ojos penetrantes. Sus sentidos estaban agudizados, cada sonido, cada movimiento quedaba registrado en su mente. Era un lobo, pero no como los demás de su manada. Había algo en él que siempre lo había hecho dudar de las órdenes de La Manada Eterna. Esta noche no era la excepción.
-¿Por qué los sigues? -La voz de una mujer resonó en su mente.
Einar no se giró, pero reconoció de inmediato la presencia de Freya, una de las líderes más despiadadas de la manada.
-Porque son diferentes -respondió en voz baja, casi un susurro-. La chica... Lía. Ella no es como los demás.
Freya apareció a su lado, su figura esbelta envuelta en una capa oscura que parecía fundirse con la noche. Sus ojos dorados brillaban con una luz depredadora.
-Todos los humanos son iguales, Einar. Débiles. Temerosos. No pueden resistirnos. Y si esa chica es especial, debemos eliminarla antes de que se convierta en un problema.
Einar apretó los dientes. No estaba de acuerdo, pero sabía que discutir con Freya solo complicaría las cosas.
-No se han acercado al portal aún. Observémoslos un poco más.
Freya lo miró con desconfianza, pero finalmente asintió.
-Tienes hasta la medianoche. Si no actúas, lo haré yo.
Einar observó cómo Freya desaparecía en las sombras, y su corazón latió con fuerza. Sabía que estaba jugando con fuego, pero algo en su interior le decía que Lía era la clave para algo más grande que la simple guerra entre lobos y humanos.
Lía y Samuel llegaron a un claro en el bosque. En el centro, una estructura antigua se alzaba como un monumento olvidado: un arco de piedra cubierto de runas brillantes. El portal.
-Lo encontramos... -murmuró Samuel, con una mezcla de alivio y preocupación.
Lía se acercó lentamente al portal, sus ojos recorriendo cada detalle de las runas. Las había visto antes, en los libros antiguos que su abuela le había dejado antes de desaparecer. Pero ahora, al estar frente a ellas, algo dentro de ella se agitó, como si las runas intentaran hablarle.
-Lía, esto es peligroso. Deberíamos marcar la ubicación y regresar al campamento -sugirió Samuel, su voz temblando ligeramente-. No sabemos lo que podría pasar si activamos esto.
-No vinimos hasta aquí para dar media vuelta, Samuel -respondió ella, sin apartar la vista del portal-. Algo nos trajo aquí... algo que necesitamos entender.
Samuel suspiró, pero antes de que pudiera responder, un crujido resonó entre los árboles. Ambos se giraron rápidamente, desenfundando sus armas. Lía sintió cómo su corazón se aceleraba. Sabía lo que venía.
Unos ojos dorados brillaron en la penumbra.
-Están aquí -susurró Samuel.
De entre las sombras emergieron tres figuras. Lobos. Altos, de movimientos fluidos y ojos que reflejaban la ferocidad de su naturaleza. Einar estaba al frente, con el rostro impasible, mientras Freya y otro lobo se colocaban a sus lados.
-Humanos... -Freya habló con una voz suave, casi seductora, pero cargada de amenaza-. No debían estar aquí.
Lía alzó la daga, manteniendo la mirada fija en Freya.
-Este lugar no les pertenece a ustedes.