—Soy Abir—
Fui traída en contra de mi voluntad a la gran ciudad de la Meca.
Mis mayores miedos empezaron a salir a flote cuando el vehículo cuatro por cuatro cruzara la península de Zaabel.
No sabía que me iba a deparar el futuro, solo sabía que justo ahora yo había sido devuelta a las tierras de donde mi madre le costó sacarme, incluso exponiendo su propia seguridad en peligro.
Este lugar que costara tantas lágrimas a mi madre y de donde salir de ella fue todo un reto.
Al tocar el polvo del desierto mis pies, y sentir el calor del desierto quemarme, sentí que mi alma también se quemaba en una hoguera interminable.
Vi las pocas palmeras, traté de recordar el miedo que sintió mi madre en aquel entonces, trataba de imaginarme su vida através de su historia contada.
Sentía que aquí no había vida, me había acostumbrado a estar rodeada de vegetación verde, árboles, ríos, toda una abundancia, yo había estado viviendo en Nicaragua.
Jamás consideré por ningún momento que los lugares que mencionara mi madre eran tan reales y que ahora eran parte de mis pesadillas, pesadillas que tenía mientras tenia los ojos abiertos.
Apenas llegamos, nos recibió una horda de hombres armados hasta los dientes, eran alrededor de 50 sujetos con cara de asesinos, quienes obedecían a uno en particular que llevara un turbante de color neg*o.
El resto de los hombres parecían estar a su disposición, el hombre de turbante negr*, nos miró a todo el grupo recién llegado. Su gran estatura y su llamativo rostro sobresalia del resto del grupo.
Este era un hombre alto piel trigueño, lo que mas sobresalia de él era su presencia arrollador y su mirada penetrante.
Pronto nos hicieron pasar delante de este individuo, nos empezó a pasar uno a uno, como si se tratara de un concurso o algo de presentación.
El encargado empezó a llamarnos a cada una de las mujeres tratando de sorprender al hombre que se percibía majestuoso e inalcanzable.
—Ella es Osiris, tiene 18 años, su familia nos cedió por tu generosidad al permitir vivir bajo nuestra protección —Dijo el presentador.
—Ella es Aleida, te la enviaron en obsequio por tu próxima boda que se acerca. Será parte de tu harén y será una de tus concubinas. —El hombre del turbante asintió afirmativo.
—Esta es Azahara, es la hija de un alto funcionario jefe, te la han entregado para ser candidata para esposa —El hombre mostró un rostro enojado.
—Y ... esta chiquilla jovencita, es Abir, creo que solo fue comprada, no tiene nada especial para presentar por ella—Dijo en tono despectivo.
—Señor, ella podría estar entre tus concubinas o entre las que sirvan, depende de tu decisión —trató de sugerir el hombre.
Los ojos del hombre del turbante negr* me miraron por unos minutos y sentí una repulsión y un gran miedo, era más repulsión que otra cosa.
Percibí su mirada, sus ojos como un pozo que me atraía a su interior. Él me miró por varios segundos antes de mirar a otro lado.
Yo seguí viéndolo con una mirada retadora, aunque alguien ya me había advertido que fuera indiferente y silenciosa, lo cierto era que lo odiaba.
La voz de alguien mas nos hizo salir del dilema de miradas en el que estábamos.
—Omán Qatar ya estás encima de nuestras mercancías —Dijo el recién llegado hombre y se le notaba una prepotencia sobre manera.
Me miró con escudriño, sentí que ese tipo miraba con lascivia y crueldad.
—Esa que estas revisando, déjala para mí—Dice sin sentir un poco de empatía por nosotras las mujeres, él no mostró ninguna consideración por los sentimientos.
Tratándome como un objeto, una mercancía, le aterricé mis ojos al nuevo hombre que llegara.
¿Será que para ellos una mujer no sufre, no siente? ¡Que horribles que son estos hombres hijos de su...!
Aún sentía su mirada sobre mi, esos ojos eran penetrantes ojos color marrón que de otra distancia parecería como ojos color neg*o. Mientras para mí sorpresa él dijera :
—Puedes quedarte con cualquiera de las otras, Assad Qatar. —El otro resopló en disgusto.
—Ya sabes Assad, no te fijes en esta —Mis ojos se abrieron en sorpresa para mirarlo mejor, pero luego agaché la vista, por que sentía verguenza a la vez enojo con ellos.
Aunque dejé de verlo directo a su rostro, aún recordaba sus facciones, tenía un rostro ovalado nariz puntiagudo y alto, tenía un cuerpo alto y fuerte musculoso de forma proporcional, se notaba bastante joven.
El segundo hombre, quien me había reclamado para él, se acercó a mí, me escudriñó con la mirada y sonrió al primero y luego dijo:
—Omán Qatar, ¿Que es lo que escondes de mi? —me volvió a mirar con ojos que parecían traspasar mi cuerpo.
La mirada del hombre del turbante neg*o me seguía mirando, me percaté de eso y sonrojé, por supuesto, ellos no lo podrían ver, pues yo traía una burka.
Había una mujer de entre unos 45 a 50 años de edad, quien me hizo un gesto de regaño, de bajar la vista, todavía hice caso omiso. Ella dijo:
—El es el futuro Jeque, el gran Jefe, no lo mires demasiado es una falta de respeto.
—Es el hombre que te acaba de comprar, es tu dueño, tu eres su esclava.
Entonces lo miré con mas intensidad, sí mis ojos tiraran a matar, él fuera hombre muerto.
Empecé a odiar a este hombre desde el primer momento.
¿Qué necesidad tenía de comprarse tantas mujeres?
¿Acaso se habían acabado las mujeres en toda la península de Arabia Saudí para irme a sacar de la tierra donde me sentía acogida?
¿Cuál era la gana de fastidiarme la existencia, yo vivía tranquila en ese país de Centroamérica?
Lo odié por eso y por mucho mas era un hombre estúpido, sin educación sin caballerosidad, un salvaje del desierto, tan seco y sin vida como el mismo desierto que nos rodeaba.