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Detrás del velo

Detrás del velo

Kristal

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Capítulo

La historia de Abir, una joven Chica, que tras la muerte de su despótico padre, ella es devuelta a tierras Árabes, su madre había huido a Latinoamérica, en una tierra de tranquila convivencia. El nuevo hogar de la joven Abir y su madre Basima había sido Nicaragua. Aunque ya lejos de tierra arábica, Basima siempre actuó como si su déspota marido estuviera encima de ella, cumpliendo y obligando cada una de sus órdenes. Basima siempre siguió utilizando su niqab y por lo mismo también exigiendo a que su hija Abir lo empezara a utilizar después de sus trece años. Creciendo entre una cultura distinta a la suya, Abir había aprendido a hablar muy bien el español, llegar a tener amigos, y convencer a su madre a seguir estudiando después de terminar su escuela secundaria. Abir nunca pensó que de un día para otro su madre, quien estuviera enferma de depresión, terminara muriendo aún cuando ella tenía 15 años recientes, lo que haría que alguien del pasado de su familia vendría y la llevaría a la Ciudad de la Meca. Abir nunca esperó que su regreso a donde unos años atrás su madre luchó por sacarla, Incluso arriesgando su vida misma, ahora fuera devuelta al infierno terrenal de donde la sacó, ¿sufriría ella otra vez el calvario de su madre? ¿Que haría Abir al conocer a un hombre árabe, un futuro líder de la Monarquía, conocerá el amor con él? Pues pronto descubriría que su voz ya no valdría nada para el resto de la gente y su misma familia. También aprendería que como mujer, su propio criterio u opinión ya no valía nada menos que todos en casa. Ni siquiera una sola consideración se contaba para sumarlo a su favor. Hasta que ella fuera vendida a un poderoso hombre desconocido para ella. El hijo del Monarca absoluto del territorio emiratos árabes.

Capítulo 1 Abir

—Soy Abir—

Fui traída en contra de mi voluntad a la gran ciudad de la Meca.

Mis mayores miedos empezaron a salir a flote cuando el vehículo cuatro por cuatro cruzara la península de Zaabel.

No sabía que me iba a deparar el futuro, solo sabía que justo ahora yo había sido devuelta a las tierras de donde mi madre le costó sacarme, incluso exponiendo su propia seguridad en peligro.

Este lugar que costara tantas lágrimas a mi madre y de donde salir de ella fue todo un reto.

Al tocar el polvo del desierto mis pies, y sentir el calor del desierto quemarme, sentí que mi alma también se quemaba en una hoguera interminable.

Vi las pocas palmeras, traté de recordar el miedo que sintió mi madre en aquel entonces, trataba de imaginarme su vida através de su historia contada.

Sentía que aquí no había vida, me había acostumbrado a estar rodeada de vegetación verde, árboles, ríos, toda una abundancia, yo había estado viviendo en Nicaragua.

Jamás consideré por ningún momento que los lugares que mencionara mi madre eran tan reales y que ahora eran parte de mis pesadillas, pesadillas que tenía mientras tenia los ojos abiertos.

Apenas llegamos, nos recibió una horda de hombres armados hasta los dientes, eran alrededor de 50 sujetos con cara de asesinos, quienes obedecían a uno en particular que llevara un turbante de color neg*o.

El resto de los hombres parecían estar a su disposición, el hombre de turbante negr*, nos miró a todo el grupo recién llegado. Su gran estatura y su llamativo rostro sobresalia del resto del grupo.

Este era un hombre alto piel trigueño, lo que mas sobresalia de él era su presencia arrollador y su mirada penetrante.

Pronto nos hicieron pasar delante de este individuo, nos empezó a pasar uno a uno, como si se tratara de un concurso o algo de presentación.

El encargado empezó a llamarnos a cada una de las mujeres tratando de sorprender al hombre que se percibía majestuoso e inalcanzable.

—Ella es Osiris, tiene 18 años, su familia nos cedió por tu generosidad al permitir vivir bajo nuestra protección —Dijo el presentador.

—Ella es Aleida, te la enviaron en obsequio por tu próxima boda que se acerca. Será parte de tu harén y será una de tus concubinas. —El hombre del turbante asintió afirmativo.

—Esta es Azahara, es la hija de un alto funcionario jefe, te la han entregado para ser candidata para esposa —El hombre mostró un rostro enojado.

—Y ... esta chiquilla jovencita, es Abir, creo que solo fue comprada, no tiene nada especial para presentar por ella—Dijo en tono despectivo.

—Señor, ella podría estar entre tus concubinas o entre las que sirvan, depende de tu decisión —trató de sugerir el hombre.

Los ojos del hombre del turbante negr* me miraron por unos minutos y sentí una repulsión y un gran miedo, era más repulsión que otra cosa.

Percibí su mirada, sus ojos como un pozo que me atraía a su interior. Él me miró por varios segundos antes de mirar a otro lado.

Yo seguí viéndolo con una mirada retadora, aunque alguien ya me había advertido que fuera indiferente y silenciosa, lo cierto era que lo odiaba.

La voz de alguien mas nos hizo salir del dilema de miradas en el que estábamos.

—Omán Qatar ya estás encima de nuestras mercancías —Dijo el recién llegado hombre y se le notaba una prepotencia sobre manera.

Me miró con escudriño, sentí que ese tipo miraba con lascivia y crueldad.

—Esa que estas revisando, déjala para mí—Dice sin sentir un poco de empatía por nosotras las mujeres, él no mostró ninguna consideración por los sentimientos.

Tratándome como un objeto, una mercancía, le aterricé mis ojos al nuevo hombre que llegara.

¿Será que para ellos una mujer no sufre, no siente? ¡Que horribles que son estos hombres hijos de su...!

Aún sentía su mirada sobre mi, esos ojos eran penetrantes ojos color marrón que de otra distancia parecería como ojos color neg*o. Mientras para mí sorpresa él dijera :

—Puedes quedarte con cualquiera de las otras, Assad Qatar. —El otro resopló en disgusto.

—Ya sabes Assad, no te fijes en esta —Mis ojos se abrieron en sorpresa para mirarlo mejor, pero luego agaché la vista, por que sentía verguenza a la vez enojo con ellos.

Aunque dejé de verlo directo a su rostro, aún recordaba sus facciones, tenía un rostro ovalado nariz puntiagudo y alto, tenía un cuerpo alto y fuerte musculoso de forma proporcional, se notaba bastante joven.

El segundo hombre, quien me había reclamado para él, se acercó a mí, me escudriñó con la mirada y sonrió al primero y luego dijo:

—Omán Qatar, ¿Que es lo que escondes de mi? —me volvió a mirar con ojos que parecían traspasar mi cuerpo.

La mirada del hombre del turbante neg*o me seguía mirando, me percaté de eso y sonrojé, por supuesto, ellos no lo podrían ver, pues yo traía una burka.

Había una mujer de entre unos 45 a 50 años de edad, quien me hizo un gesto de regaño, de bajar la vista, todavía hice caso omiso. Ella dijo:

—El es el futuro Jeque, el gran Jefe, no lo mires demasiado es una falta de respeto.

—Es el hombre que te acaba de comprar, es tu dueño, tu eres su esclava.

Entonces lo miré con mas intensidad, sí mis ojos tiraran a matar, él fuera hombre muerto.

Empecé a odiar a este hombre desde el primer momento.

¿Qué necesidad tenía de comprarse tantas mujeres?

¿Acaso se habían acabado las mujeres en toda la península de Arabia Saudí para irme a sacar de la tierra donde me sentía acogida?

¿Cuál era la gana de fastidiarme la existencia, yo vivía tranquila en ese país de Centroamérica?

Lo odié por eso y por mucho mas era un hombre estúpido, sin educación sin caballerosidad, un salvaje del desierto, tan seco y sin vida como el mismo desierto que nos rodeaba.

Fuimos dirigidas a una gran construcción maravillosa, nadie creería que se erizaba un edificio así en medio de la nada, pero resulta que si había.

Al adentrar a su interior, se te podía caer la quijada de tanto lujo que se veía por doquier.

Era una casa construida con mármol, oro, plata y piedras preciosas, tanta ostentosidad me dolía los ojos solo de entrada.

Vi que el tal Omán el del turbante negr* se acercó a la mujer, que pareció ser la encargada de todas las prisioneras, hablarle, al hacerlo, ella me volvió a ver directo a mi.

Ella le hizo reverencia al hombre alto y fortachón, como aceptando lo que le dijera, pero un minuto después, cuando me volvió a ver a mi, sus ojos se atenuaron.

Sabía que por alguna razón, yo no le había agradado.

Me dirigió por un pasillo hasta llevarme a unos aposentos grandes.

Me dijo en su idioma natural, la cual era mi lengua materna, pues aunque aprendiera bien a hablar español, mi madre siempre priorizó para que yo aprendiera a hablar el idioma árabe.

Éste era el árabe clásico, también el dialectical era el que mas usaba hablando con mi madre, ella no quería que olvidara mis raíces, así que hasta me había enseñado a hablar el árabe maltés.

—Este será tu aposento. Por ahora será para ti sola. —Dijo eso y me miró con desdén.

Apreté mis labios, yo traía una burka, me lo puse para que me vieran pocos y notaran mi juventud, mi madre me había dicho que la belleza no siempre me traería buenas cosas.

Mis lágrimas recorrieron cuesta abajo, mis ojos se humedecieron. Creí haberme quedado sola en esa habitación, no esperé que ese hombre del turbante negr* vendría de nuevo a verme estando sola.

Por lo que me había quitado el burka de mi y había expuesto mi rostro por completo.

Al abrirse la puerta, sentí como sus ojos me habían traspasado mi cuerpo como si fuera transparente.

Él posó sus ojos en los míos y dijo.

—Abir, eres la fragancia del desierto, la que mi olfato reconoce.

—Sal se aquí —Grité como si yo estuviera desnuda, solo me había visto sin el burka puesto.

Él me miró con fijeza, se acercó mas a mi y me limpió las lágrimas.

—¡Por que lloras! —Lo dice en tono simple, su voz es grave y seductora.

—No es asunto tuyo de el por qué lloro. Solo sal de la habitación. —Rechazo su presencia y él queda por varios segundos mas allí de pies para luego irse.

Dos horas después, llega una criada, me dice.

—Te esperan en la mesa para la cena, puedes apresurarte, pues solo faltas tú.

Me pasa un rollo de ropa doblada y lo pone sobre la cama.

—Ponte ésto —Me ordena, luego se para cerca de la puerta a esperarme.

Me visto con la ropa y el paquete de ropa trae un niqab, lo utilizo y voy siguiendo a la criada, ella me dirige hasta un enorme salón amplio, al llegar justo veo a todos sentados, veo que hay un espacio al lado del hombre del turbante negr* al que llamaran por nombre Omán.

Pero enseguida otro hombre alto fuerte y corpulento se agiliza y toma el lugar sonriéndose alegremente, lo cual deja adelante de Omán el espacio libre.

La mujer que con anterioridad me llamara la atención de no verle muy directamente a Omán, ordenó sentarme en el espacio vacío. Así lo hago sin demora y ahora al sentarme tengo a los dos hombres delante de mi mirándome.

—Assad debes comportarte, actúas como un niño, ya no lo eres.

—Omán, y tú olvidas que es vivir y ya pareces un viejo anciano decrépito.

Entran dos señores mayores y dice hablándoles a los dos hombres.

—Estos hermanos nunca van a comportarse debidamente, lo hacen delante de las esclavas.

Torcí mi boca al oír que éramos todos esclavos.

¿Que significaba ser esclavos para ellos? ¿Por qué tratar al resto de los seres humanos como si fueran meros costales de materia? Me dije mientras miraba directo a la mesa, me sentía tan molesta que la rabia me consumía mis entrañas.

—Oye tú —me dice el hombre por nombre Assad —Si, tu la que trae el niqab.

—Quítatelo —No lo hago, pues no quiero descubrir mi rostro delante de un montón de salvajes que se comportan peor que animales.

—No lo haré —Fueron mis palabras expresas.

—¿Que has dicho? ¡Insolente! —Se levanta en pies y me mira con los ojos sobresaliéndose y con el puño incrustado listo para golpearme.

—¡Assad! —La voz de Omán sobresale del resto de los presentes.

—¡Basta! Ella es mi futura esposa, no permitiré que nadie la maltrate. —Sus palabras cayeron como pólvora a oídos de todos los presentes.

—¿Tu- tu esposa di-ces? ¿apenas ayer llegó?

—Ayer llegó, pero ya la esperaba desde tiempo atrás... y si ella quiere tapar su rostro, que así sea. No quiero que nadie la haga sentir mal.

—Pero... hermano, es verdad que serás el próximo Jeque, pero me tenías que humillar así delante de todos.

—Y entonces, ¿crees que debí dejar que maltrataras a mí futura esposa?

—¿Que es un hombre si nisiquiera puede cuidar y defender a su esposa?

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