Prefacio
Tres corazones destinados a enamorarse.
Tres vidas entrelazadas por el destino.
Tres decisiones que marcarán sus caminos para siempre.
—Lo que siento por ti es como si el invierno no existiera —le dijo él, mirándola con esos ojos azules profundos—. Si tener todo el poder del mundo significa perderte, entonces no quiero nada... si no es contigo —y, sin más, la besó.
Ella no buscaba enamorarse de dos personas distintas. Solo quería demostrar que no necesitaba de nadie.
Solo ansiaba libertad.
Ellos, en cambio, solo deseaban más poder.
—Tú me has robado el corazón... y hoy no queda nada —le dijo el chico de ojos negros, tomándola lentamente por la cintura—. Si tú no estás... yo me volveré loco.
La vida de los tres cambiará para siempre cuando descubran que la de ella pende de un hilo.
Solo si se unen, podrán salvarla.
Ella les robó el corazón sin siquiera saberlo; ellos se lo entregaron sin ser conscientes.
Los secretos que arrastran buscarán separarlos. Una nueva vida cambiará el juego... pero si la reina cae, todo acabará.
+++
Capítulo 0
Narrador omnisciente
Primer encuentro
—¡No soy una maldita muñeca de cristal a la que debas cuidar todo el tiempo! —gritó ella a la persona del otro lado del celular.
—¡No voy a cambiar de decisión! —también gritó la voz al otro lado—. ¡Así que no irás a esa fiesta, y punto! —añadió con dureza.
—¡Pues me importa una mierda! —respondió ella aún más enojada—. ¡Y no te atrevas a rastrear mi celular! —espetó, colgando de inmediato.
Quién lo diría: años atrás, Angélica habría estado con la nariz metida en los libros en la universidad, pero por cosas del destino, hoy solo quería una cosa: irse de fiesta.
A veces, las pequeñas acciones pueden traer grandes cambios.
Así que allí estaba Angélica, sin importarle lo que su hermano dijera, más que dispuesta a salir.
La inocente, tímida, ingenua y "buena" Angélica había quedado enterrada en el pasado.
—Vestido... listo —dijo, mirándose en el espejo de cuerpo entero—. Cabello... listo —añadió, evaluando su reflejo.
Era curioso lo que la pubertad podía hacer en una mujer, y no hablaba solo de atributos físicos. Lo más importante era la capacidad de ver las cosas desde otra perspectiva.
Con su vestido negro de cuero, pegado al cuerpo como un guante, tacones de aguja de 10 centímetros, maquillaje ligero y cabello lacio suelto, estaba lista.
Mientras admiraba su reflejo, el sonido de su celular la sacó de su burbuja.
—¿Qué? —contestó con fastidio.
—Tranquila, guapa, en un rato pasamos por ti —dijo una voz divertida al otro lado.
Angélica suspiró al reconocer la voz de Ricardo. Por un momento había pensado que era su hermano, intentando fastidiarla otra vez.
—Más les vale, ya saben que no me gusta esperar —le advirtió.
—Lo sé, nena, así que deberías salir ya —respondió él antes de colgar.
En ese instante, una bocina sonó afuera de su casa.
Desde la ventana de su habitación en el segundo piso, vio un Camaro amarillo. Sonrió divertida.
Bajó corriendo y, al llegar a la sala, vio a Marta, la mujer que su hermano había contratado para tenerla controlada.
—Me voy, Marta —le avisó, caminando hacia la puerta.
—¿Tu hermano te dio permiso? —preguntó la mujer, deteniéndola.
Los labios de Angélica se fruncieron de molestia. Solo el nombre de su hermano en boca de Marta bastaba para irritarla.
—No tengo por qué pedirle permiso —dijo seca.
—Pues no podrá salir sin que él lo apruebe. Y ya estoy enterada de que no fue así —replicó Marta, presionando un botón en su tableta.
Puertas y ventanas cerradas.<<
Se oyó por toda la casa.
Angélica frunció el ceño. Odiaba más que nada el control que su hermano ejercía a través de la tecnología.
—Así que no podrá salir. Le recomiendo que regrese a su habitación —dijo Marta, tablet en mano—. Y deje de frecuentar a ese chico.
Sin más, se dio la vuelta para ir a la cocina.
Angélica, lejos de amedrentarse, sonrió y soltó una pequeña risa que detuvo a Marta.
—Creo que no entendiste —murmuró mientras revisaba su reloj inteligente, presionando unos botones—. No estoy preguntando si puedo salir; te estoy informando.
Puertas y ventanas abiertas.<<
Se oyó otra vez.
La mujer la miró furiosa al ver su sistema de seguridad vulnerado. Más aún, ahora Angélica lo controlaba.
—Y no voy a dejar de ver a ese chico, que por cierto se llama Ricardo —añadió Angélica antes de abrir la puerta.
Se detuvo un momento, viendo cómo Marta escribía furiosa en su celular.
Sacó el suyo de su bolso.
—Ten —dijo, arrojándolo de forma que golpeó la cara de Marta.
—Dile a mi hermano que se puede ir a la mierda —añadió con una sonrisa antes de salir sin importarle la expresión de la mujer.
Sabía que su teléfono estaba interceptado y rastreado, así que dejarlo en casa era lo más lógico... pero tirárselo a la cara de Marta había sido mucho más satisfactorio.
—¿Por qué tardaste, guapa? —preguntó Ricardo al verla entrar en el auto.
—Lo mismo de siempre —respondió ella.
—¿Marta? —preguntó, y Angélica asintió.