Elena Navarro nunca pensó que cruzaría una puerta como esa.
No tenía número. No tenía timbre. Solo una aldaba negra en forma de rosa marchita, tan realista que parecía exudar perfume.
Su corazón latía con fuerza, temblando bajo su abrigo de lana como si pudiera adivinar lo que la esperaba tras aquel umbral.
Todo comenzó con una invitación. Una tarjeta negra, sin remitente, entregada por un mensajero con guantes blancos.
Una sola línea escrita a mano con tinta plateada:
"Si deseas sentir, ven. Viernes, 22:00 h. Calle de los Secretos, número 0. Pregunta por Dorian."
Había pasado casi un año desde que escribiera una sola línea decente. Su editora insistía en que los lectores querían erotismo más crudo, historias con filo, pero Elena ya no creía en finales felices... ni en principios excitantes.
Estaba vacía.
Vacía de palabras.
Vacía de deseo.
Vacía de sí misma.
Por eso, esa noche, se vistió como si fuera otra. Como si la mujer que caminaba bajo la niebla madrileña no fuera una escritora fracasada sino una exploradora del deseo.
Vestido negro, ajustado, con una abertura lateral que acariciaba su muslo con cada paso. Tacones que nunca habría usado para una presentación de libro. Rímel que apenas ocultaba la sombra de la duda en sus ojos.
La aldaba fue más liviana de lo que esperaba. Tres golpes secos. Nada más.
La puerta se abrió sin crujir, revelando a un hombre de traje oscuro y mirada vacía.
-¿Nombre?,--- pregunto el portero
-Elena Navarro,---- respondió
El portero bajó la mirada a una tablet que no mostraba pantalla. Asintió con gesto mecánico y se hizo a un lado.
Elena cruzó el umbral.
Y el mundo cambió.
El club no tenía cartel, ni barra a la vista, ni luces de neón.
Solo silencio, madera noble, alfombras que amortiguaban los pasos. Y el aroma profundo de sándalo mezclado con cera caliente.
Una mujer desnuda, con la piel cubierta de tinta dorada, caminó frente a ella sin levantar la vista. Llevaba un collar de cuero rojo con un dije en forma de candado. Detrás, un hombre de esmoquin acariciaba una vara flexible entre sus dedos.
Elena contuvo el aliento, no por miedo, sino por una mezcla de fascinación y desconcierto.
¿Era esto real?
¿Era esto deseo?
Una voz masculina, grave y serena, interrumpió su trance.
-Bienvenida, señorita Navarro,---- dijo el desconocido
Se giró. Y lo vio, Dorian.
No necesitó preguntarle el nombre, ni confirmar su identidad. Supo que era él del mismo modo en que uno sabe cuándo va a llover.
Era la tormenta.
Alto,inmensamente alto, de hombros anchos y porte aristocrático, su cabello oscuro, perfectamente peinado hacia atrás, contrastaba con sus ojos, grises, inhumanos, penetrantes.
Vestía un traje negro a medida, camisa blanca sin corbata. Sin sonrisa, solo la certeza de que él controlaba todo lo que ocurría a su alrededor.
-Gracias por aceptar la invitación ,¿primera vez en un club privado?-dijo él, sin moverse
Elena tragó saliva, -¿Se me nota mucho?,---
-Solo a quien sabe mirar.---- respondió Dorian
La forma en que la observaba no era lasciva, sino analítica. Como si leyera un libro abierto, su libro.
-¿Qué le hizo venir? -preguntó él, con voz baja.
Elena lo pensó unos segundos,-La necesidad de escribir.---
Dorian arqueó una ceja, -Interesante, muchos vienen aquí a olvidar, usted quiere recordar.---
-Quiero sentir -dijo ella, bajando la voz, casi una confesión.
Él se acercó un paso, estaba tan cerca que Elena pudo oler su colonia sutil, amaderada, adictiva.
-Entonces permita que le muestre lo que se siente... cuando se deja de pensar.--- respondió Dorian
La llevó por un pasillo iluminado solo por candelabros. Cada puerta era diferente. Una tenía un espejo gigante. Otra, una cruz tallada en ébano. Otra, cadenas que tintineaban con el aire.
Dorian abrió la última puerta.
Una habitación circular, con cortinas rojas y piso de mármol. En el centro, una chaise longue de terciopelo negro. A un lado, una caja de madera tallada con candado abierto.
-Aquí no hay alcohol, no vendemos placer, loo exploramos.-dijo él
Elena asintió, enmudecida.
-Aquí, el consentimiento es ley, el contrato, sagrado. ¿Desea jugar esta noche?,---- dijo Dorian
Ella dudó.
No por miedo, sino por no saber qué deseaba exactamente.