¿Quién iba a imaginar que todo terminaría de esta manera? Pensé que él era el ideal, pero nunca me detuve a pensar... ¿el ideal para qué? Ahora no sé si me arrepiento de haber aceptado o si, en el fondo, estoy disfrutando todo esto.
Cinco años atrás
Tenía 18 años cuando mis padres me echaron de casa. Les había dado la noticia de que estaba embarazada, y mi supuesto novio se había marchado de la ciudad. Me encontraba sola. Sin un hogar al que regresar, sin dinero y con una vida creciendo dentro de mí. Caminé sin rumbo por horas, tratando de asimilarlo todo. ¿Cómo podía haber llegado a este punto?
El miedo se apoderó de mí cuando cayó la noche. No tenía a dónde ir ni a quién pedir ayuda. Me senté en una banca del parque, abrazándome a mí misma en busca de un poco de consuelo. Entonces, escuché una voz.
-¿Te encuentras bien? -preguntó un hombre con tono preocupado.
Levanté la vista y vi a un desconocido. Alto, bien vestido, con una mirada difícil de descifrar. No respondí de inmediato. ¿Podía confiar en él?
-No tienes que contarme nada si no quieres, pero pareces necesitar ayuda -insistió.
Quizás fue la desesperación, el cansancio o simplemente el hecho de que no tenía otra opción, pero asentí con la cabeza. No imaginaba que esa decisión cambiaría mi vida para siempre.
-Me llamo Alexander -dijo el hombre, extendiéndome la mano-. ¿Y tú?
Dudé por un momento, pero terminé respondiendo.
-Sofía.
Alexander sonrió levemente, como si le complaciera mi respuesta.
-Sofía, ¿necesitas un lugar donde quedarte?
Asentí con la cabeza sin pensarlo demasiado. Lo necesitaba, más que nada en ese momento.
-Tengo un departamento cerca de aquí. No es gran cosa, pero al menos tendrás un techo y algo de comida.
Su amabilidad me desconcertaba. ¿Por qué ayudar a una desconocida? ¿Qué quería a cambio? Pero estaba agotada, y la idea de pasar otra noche en la calle con el frío clavándose en mis huesos era insoportable.
-Gracias -murmuré.
-No me lo agradezcas todavía -respondió con una media sonrisa-. Todo tiene un precio, Sofía. Pero no es algo de lo que debas preocuparte... por ahora.
Su mirada era inescrutable. Un escalofrío recorrió mi espalda, pero ya había tomado mi decisión.
Y así, sin saberlo, estaba dando el primer paso hacia un destino del que no habría vuelta atrás.
Alexander me condujo por calles silenciosas hasta un edificio elegante pero discreto. Me sorprendió que alguien como él viviera en un lugar así. No parecía un hombre común, pero tampoco alguien que llamara demasiado la atención.
Al entrar a su departamento, me invadió una sensación extraña. No era lujoso, pero sí impecable, ordenado hasta el punto de parecer impersonal. Como si no pasara mucho tiempo allí.
-Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites -dijo con calma, observándome mientras me quitaba la chaqueta-. No te preocupes por nada, Sofía. Yo me encargaré de todo.
Su tono era tranquilizador, pero algo en su mirada me hizo sentir una mezcla de alivio y aprensión.
Me mordí el labio antes de hablar. No tenía nada que perder.
-Mis padres me echaron de casa cuando les dije que estaba embarazada -confesé en un susurro-. Dijeron que era una vergüenza, que no podían hacerse cargo de alguien como yo. Y mi novio...
Bajé la mirada, sintiendo un nudo en la garganta.
-Él simplemente se fue. Desapareció. Me dejó sola con esto.
Alexander no dijo nada por unos segundos, como si estuviera procesando mis palabras. Luego, se acercó y apoyó una mano en mi hombro con una suavidad inesperada.