Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
Novia del Señor Millonario
Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón
Mi esposo millonario: Felices para siempre
Una esposa para mi hermano
No me dejes, mi pareja
Regreso de la heredera mafiosa: Es más de lo que crees
En un hospital
―Su hijo lamentablemente no sobrevivirá si no consigue el dinero necesario.
El golpe de esas palabras en su ánimo fue completamente destructivo. Cualquier resto de cordura que pudiese quedar en su ánimo se desmoronó cuando el médico la miró con ojos de lechuza escrutadora y con la voz pesada y rasposa como un papel de lija. Para nadie debía ser algo agradable tener que comunicar una noticia como esa.
Eli se quedó en silencio esperando que el médico tuviese algo más que decir, tal vez una buena noticia después de aquella dura revelación, pero el galeno se quedó en silencio después de la terrorífica afirmación, no había una noticia buena, después de la mala, para Eli no había nada rescatable de aquella conversación. Tener que pararse frente a una madre y tener que decirle que sin una cantidad ridículamente grande de dinero, su hijo no podrá sobrevivir debe ser una de las cosas más difíciles de la vida, por lo que Eli, a pesar de estar sufriendo, inconcebiblemente por aquella situación con su pequeño, supo entender al médico y no le reprochó nada; ella misma sabía que la crueldad de la vida no tenía limitantes cuando se trataba de hacer mella en el alma de los pobres desdichados. Ella misma ya había vivido una vida dura y difícil para salir adelante con el pequeño que ahora mismo languidecía en aquella cama del hospital; ella había tenido que soportar cosas difíciles y rudas, pero definitivamente ninguna como aquella que en ese mismo instante estaba teniendo que soportar.
Sus piernas temblaron y estuvo a punto de quebrarse a llorar, pero se contuvo y se obligó a, mantener la compostura, ella era una mujer dulce, amable y honesta, pero se había prometido a sí mismo que nunca más mostraría debilidad ante la vida, sencillamente debía tomar una bocanada de aire y respirar, aquella sala de espera de repente le parecía demasiado asfixiante por lo que necesitaba salir a la terraza para despejar la mente tratar de entender algo de todo aquello que le estaba ocurriendo.
La terraza daba a una zona despejada de la ciudad que permitía que la vista alcanzaré más allá a donde se encontraba la zona comercial de la ciudad, donde ella tanto había luchado para conseguir un empleo digno con el cual poder salir adelante con su pequeño, con ese ángel que era toda su vida, pero que ahora necesitaba un envión de fuerzas mucho más demandante de parte de ella. Esa cantidad de dinero era demasiado exagerada y ni en toda su vida había siquiera podido aspirar a tener una cantidad así, pero ahora se enfrenta a la dura realidad; ahora debía pensar en la manera de poder salvarle la vida a su ángel, debía existir alguna forma de que la vida no fuese así de injusta con ella.
―Tiene una severa deformación en su corazón ―le había dicho el médico antes de todo eso―, la operación y el tratamiento posterior tienen un costo de ciento veinte mil dólares que deberá cancelar dentro de un mes para que los procedimientos puedan llevarse a cabo. Siento mucho tener que decirle esto ―se disculpó el doctor―, pero es la situación que se presenta en este tipo de casos.
Sus palabras aún le quemaban en las entrañas cuando las recordaba.
―Si tan solo ellos supieran nuestra historia ―Dijo Eli en voz alta con los ojos apretados para no llorar. El rostro de su pequeño ángel sufriendo cuando su corazón dejaba de bombear la sangre era algo que realmente le hacía mucho daño.
Eli sabía que las cosas estaban podridas, que difícilmente podía aspirar a que la vida la presentase alguna alternativa, la experiencia se lo decía claramente. Laura, su amiga, no había tenido ni una mínima oportunidad cuando le suplicó a la vida por una oportunidad, ahora por eso estaban a solas Eli y su Ángel luchando solas contra la vida.
―Disculpe, señorita ―Eli volteó cuando escuchó aquella voz de una señora a sus espaldas. Ella había estado tan concentrada en sus cavilaciones propias que no se había percatado que la puerta se había abierto y que una persona más había salido a ese espacio abierto, alejado de las desgracias de los pasillos de ese hospital.
Eli se había esforzado en contener las lágrimas, aun así se le podía ver los ojos rojos de tanto sufrir para contenerse y su voz se escuchaba chata, como contenida por una congestión que no era solo por culpa de las fuertes ráfagas de viento de ese mes de diciembre. Eli se acomodó después de aquella sorpresa inicial para poder mirar a la señora, que bestia de forma elegante y muy coqueta, con un peinado a la moda y una apariencia que dejaba en claro que la señora era de una edad avanzada, pero que seguía esforzándose en tratar de parecer joven.
―¿Sí? ―preguntó Eli sin tener fuerzas como para decir algo más. Ella no estaba de ánimos como para estar en una comunicación demasiado compleja. En ese mismo momento ella tenía mucho en lo que pensar como para estar ocupada con una extraña que posiblemente tuviese intenciones de desdeñar de ella. Eli tenía mala experiencia con los ricachones, ella había nacido en el seno de una familia disfuncional y de escasos recursos y aunque había logrado surgir de cierta manera por sus propios medios, aún seguía sintiendo esa distancia con aquellas personas que crecían con todos los privilegios. Esta opinión de ella se arraigó mucho más después de haber descubierto lo que había ocasionado la locura de su amiga Laura.
La mujer del peinado bonito le sonrió a pesar de aquella respuesta escueta de parte de Eli, pero no era una sonrisa sincera y amena, era, por el contrario, una sonrisa como de picardía y animadversión que solo sirvió para que Eli se pusiera aún más a la defensiva.
―Siento mucho tener que decirle esto, pero la verdad es que no pude evitar escuchar la conversación que tuvo con el doctor.
―Lo siento, no fue mi intención que mis desgracias le hayan estropeado el día ―a Eli se le hacía realmente difícil contenerse y controlar su antipatía. Estaba atravesando un momento realmente difícil y crudo y eran las malas emociones las que comenzaban a imponerse en momentos así.
―Todo lo contrario, señorita, he venido a pedirle un par de minutos de su tiempo para que charlemos, porque puede que yo tenga la solución para su problema.
Eli explayó los ojos para mirar a la señora que tenía al frente. Le parecía un de mal gusto que alguien se atreviese a bromear con algo así, pero la mujer se mantenía impasible, dejando abierta la posibilidad de que las palabras de la mujer fuesen ciertas después de todo.
―¿De qué está hablando? ―le preguntó Eli, confundida y cambiando de golpe la expresión de su rostro, que había pasado de ser de dolor para luego ser de molestia y ahora ser de completa confusión.
La señora se encogió de hombros de manera fingida, como buscando comunicar una timidez que no le era propia a ella, entonces volvió a erguirse esbelta y ceremonial, estirando su mano para saludar a Eli con teatralidad sobrada.
―Me llamo Gena Steven.
Eli tenía idea de haber escuchado ese nombre en alguna otra parte, pero no tenía cabeza como sentarse a pensar en donde lo había escuchado, por lo que solo se limitó a estirar su mano para retribuir el saludo, más por educación que por convicción real. La señora Gena sonrió al descubrir que la hermosa chica que tenía al frente le devolvía el saludo.
―Elizabeth Ruiz ―le dijo Eli su nombre sin terminar de entender cuáles eran las intenciones de esa mujer―… Y si no le molesta, quisiera preguntarle cuál es esa ayuda que según usted puede darme para mi niño.
Gena sonrió acomodándose el vestido después de que se acercará a la barandilla en la cual Eli había estado afincada todo ese tiempo.
―Sabes, llega un punto de la vida cuando ya no sabes qué hacer con el dinero.
―De verdad quisiera saber lo que se siente eso ―espetó Eli con mucha rabia, no hacia la mujer, pero si a la vida. Ella no era una mujer ambiciosa ni mucho menos, pero le ocasionaba una bronca terrible, saber que había personas con tanto mientras otras muchas no tenían prácticamente nada para su diario.
―Mucha gente cree que ese privilegio es un regalo, para otros una maldición, para mí, en cambio, es una oportunidad para ofrecerte un trato.