El aroma a tamales y canela lo era todo para Sofía, un cálido abrazo de hogar en medio del bullicio del mercado, mientras su hermanita Isabella reía como campanitas.
Era el cumpleaños de Isabella, un día para celebrar, un día que se convirtió en una pesadilla congelada.
Un chillido desgarrador de llantas, un sonido sordo y brutal, y el mundo de Sofía se hizo añicos.
El culpable, Ricardo Morales, hijo del cacique intocable del pueblo, olía a alcohol y desprecio, mientras Isabella yacía inmóvil en el asfalto.
La policía local, cómplice, ignoró su ebriedad; la justicia era una burla y la impotencia un sabor amargo en su boca.
Como si el dolor no fuera suficiente, los Morales intentaron comprar su silencio con fajos de billetes y, al negarse, le arrebataron la beca universitaria que representaba su futuro.