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La diosa de venganza

La diosa de venganza

Gavin

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16
Capítulo

En la fastuosa fiesta de la hacienda Montenegro, mi hermano Javier, mesero, trabajaba diligentemente para financiar mis estudios. Lo observaba desde una esquina, sintiéndome un poco fuera de lugar entre tanta opulencia. De repente, un grito agudo rompió la noche. Sofía Montenegro, la hija consentida, empapada en mezcal, vociferó, culpando a Javier por su vestido arruinado. Sus ojos crueles hicieron una seña a dos hombres corpulentos. Se llevaron a Javier, y mi corazón se encogió. Corrí tras ellos, pero me detuvieron en una puerta, escuchando los golpes y los gritos ahogados. Luego, el silencio. Cuando me dejaron pasar, Javier yacía en el suelo, sin vida. Sangre. Mucha sangre. "No...", fue mi susurro ahogado. El mundo se detuvo. Sofía lo había matado. Por un estúpido vestido. Un dolor desgarrador me atravesó. ¿Cómo podía la vida de mi hermano, mi único apoyo, valer tan poco ante tanta crueldad desmedida? Lloré sobre su cuerpo frío hasta que no me quedaron lágrimas. En ese momento, juré venganza. Sofía Montenegro pagaría. Destruiría todo lo que ella amaba, comenzando por Mateo Rivas, su prometido. Conseguí el puesto de su asistente personal. La venganza había comenzado a servirse.

Introducción

En la fastuosa fiesta de la hacienda Montenegro, mi hermano Javier, mesero, trabajaba diligentemente para financiar mis estudios.

Lo observaba desde una esquina, sintiéndome un poco fuera de lugar entre tanta opulencia.

De repente, un grito agudo rompió la noche.

Sofía Montenegro, la hija consentida, empapada en mezcal, vociferó, culpando a Javier por su vestido arruinado.

Sus ojos crueles hicieron una seña a dos hombres corpulentos.

Se llevaron a Javier, y mi corazón se encogió.

Corrí tras ellos, pero me detuvieron en una puerta, escuchando los golpes y los gritos ahogados.

Luego, el silencio.

Cuando me dejaron pasar, Javier yacía en el suelo, sin vida.

Sangre. Mucha sangre.

"No...", fue mi susurro ahogado.

El mundo se detuvo.

Sofía lo había matado.

Por un estúpido vestido.

Un dolor desgarrador me atravesó.

¿Cómo podía la vida de mi hermano, mi único apoyo, valer tan poco ante tanta crueldad desmedida?

Lloré sobre su cuerpo frío hasta que no me quedaron lágrimas.

En ese momento, juré venganza.

Sofía Montenegro pagaría.

Destruiría todo lo que ella amaba, comenzando por Mateo Rivas, su prometido.

Conseguí el puesto de su asistente personal.

La venganza había comenzado a servirse.

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El funeral de mi hija fue un espectáculo grotesco, empañado por el aire pesado de la hipocresía de la familia de mi marido. Mi esposo, Alejandro, ni siquiera me miraba; en cambio, consolaba a Carmen, la viuda de su hermano, que lloraba delicadamente sobre su hombro, visiblemente embarazada. Pero el horror no terminó ahí: en ese mismo santuario de luto, Alejandro anunció que el hijo de Carmen era la "nueva bendición" de la familia, mientras yo me ahogaba en el dolor. Lo sabía entonces: mi hija, muerta por un plato de setas venenosas que Carmen le había dado, era ahora solo un preludio para el hijo bastardo que crecía en su vientre. Sentí una fría desesperación: me había quitado el anillo de bodas, y el leve tintineo al caer fue un trueno solo para mí, mientras todos celebraban la atrocidad; mi mundo se detuvo, esperando el golpe final. Ese golpe llegó cuando, tras forzarme a cocinar para su amante, Alejandro exigió que le diera mi útero para un trasplante que salvaría a su hijo, revelando que había asesinado a nuestros gemelos conmigo. La humillación, el dolor y la absoluta malicia de sus acciones encendieron una llama oscura dentro de mí, una promesa silenciosa de venganza. Fui abandonada en una bodega en llamas, pero emergí de las cenizas sabiendo que mi plan apenas comenzaba, y que Alejandro pagaría cada lágrima y cada injusticia. Años después, se arrodilló ante mí, un hombre roto y arrepentido, ofreciéndome de nuevo el mundo; pero yo, Sofía, ya había encontrado mi verdadero amor y mi libertad. El anillo de diamantes voló por el aire, un pequeño destello que caía al mar y arrastraba consigo los últimos vestigios del hombre que había sido mi tormento.

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Mi nombre es Sofía, y para mis padres, era la hija biológica. Pero después de mi secuestro infantil, regresé a casa para encontrar a mi lugar ocupado por Valeria, la hija adoptada que llenó mi vacío. De princesa de la bodega "Sol de la Mancha", pasé a ser una empleada ignorada, una sombra en mi propio hogar. Un día, mi padre, enólogo jefe, anunció que un lote de uvas estaba contaminado con un pesticida tóxico y exigió trajes de protección para todos. Pero a mí, nadie me dijo nada. En cambio, mi madre, con una cámara en mano y una sonrisa, me ordenó pisar esas mismas uvas descalza para una sesión de fotos. Una astilla del día anterior me había dejado un pequeño corte en el pie, una herida abierta esperando el veneno. Mis padres y mi hermano, cubiertos con trajes protectores, y Valeria, segura a un lado, me observaban mientras el líquido tóxico se filtraba en mi piel. "¡Sonríe, Sofía!", gritaba mi madre, enfocando la cámara. Incluso después de que una jornalera me advirtiera del peligro, ellos siguieron grabando mi agonía. Cuando el veneno ya corría por mis venas, mi familia desestimó mi dolor, mi hermano me llamó "dramática" y "rústica", y mi madre solo se preocupó porque no manchara el suelo. La "princesa" Valeria, la causa de todo, fingía preocupación mientras mi padre la protegía, afirmando que yo debería estar "agradecida" por un techo y un trabajo. En ese instante, todo el amor y la esperanza de recuperar mi lugar se hicieron cenizas. Me di cuenta de que mi vida valía menos que la reputación de su bodega, o la comodidad de una extraña. ¿Realmente querían deshacerse de mí? Con el cuerpo tembloroso por el veneno, me inyecté el antídoto y supe que debía actuar. Esa noche, con el corazón roto pero la mente clara, busqué el número de la Consejería de Agricultura y la Inspección de Trabajo. Adjunté fotos del lagar contaminado con la mancha de mi sangre. Le di a "Enviar". Y luego, hice la maleta.

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