Cuando la puerta se cerró detrás de ella, supo que el infierno había comenzado.
Se escuchó el ruido del cerámica romperse y el grito contenido cuando la taza se quebró a sus pies, el café caliente le mojó los pantalones.
—Arrodíllate. —Escuchó, pero dudó—. ¡Que te arrodilles!
La joven tembló y su cuerpo respondió por sí mismo. El dolor le llegó en oleadas desde las rodillas y la sangre se derramó desde las heridas. Miró hacia abajo sin atreverse a decir nada cuando el sonido de los zapatos se aproximó hasta quedarse frente a ella.
Una mano la sostuvo por las mejillas y la obligó a mirar hacia arriba. Ojos oscuros y hermosos la miraron con una nota de locura.