Adiós, Amor Falso: Bienvenida al Imperio Vargas

Adiós, Amor Falso: Bienvenida al Imperio Vargas

Gavin

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Capítulo

Llevaba ocho años con Javier, una bailaora de flamenco esperando que la promesa de matrimonio se materializara tras conseguir el gran contrato de arquitecto que lo consagraría. Hoy, lo había logrado, y yo, ilusionada, aguardaba la llamada que confirmaría nuestros planes. Pero en lugar de una cena de celebración, él llegó eufórico, sin mirarme, llamando a otra mujer, ¡Sofía!, su "musa". De repente, me preguntó por la peineta de mi abuela, una preciada reliquia familiar, para que ella la usara. Mi corazón se heló con la verdad. Me humilló con su indiferencia, minimizando mi dolor y mi arte flamenco. Más tarde, vi el horror en directo: Javier, con la peineta de mi abuela, arrodillado ante su "musa" proponiéndole matrimonio. Cuando confronté la traición, esa peineta, símbolo de mi linaje, fue destrozada sin piedad, y luego, mi ex intentó reemplazarla con una falsa réplica. El mundo se me vino abajo, sentí toda mi dignidad pisoteada. ¿Cómo pudo este hombre, a quien di ocho años, ser tan ciego, tan cruel? ¿Reducirme a una "tonta" a la que podía manipular? La ira y el asco me invadieron al ver su descarada duplicidad y la superficialidad de su nueva "novia". En medio de mi desesperación, tomé una decisión que cambiaría mi vida para siempre. Marqué el número de Mateo Vargas, el poderoso y enigmático heredero de una dinastía andaluza que llevaba años esperándome. A su antigua oferta de matrimonio, finalmente respondí: "Sí, quiero casarme contigo". Javier, que me creía destruida, se encontró en mi boda con una Isabela renacida, respaldada por un poder que él jamás podría imaginar. ¿Podría el ex arquitecto sobrevivir a la furia de los Vargas?

Introducción

Llevaba ocho años con Javier, una bailaora de flamenco esperando que la promesa de matrimonio se materializara tras conseguir el gran contrato de arquitecto que lo consagraría. Hoy, lo había logrado, y yo, ilusionada, aguardaba la llamada que confirmaría nuestros planes.

Pero en lugar de una cena de celebración, él llegó eufórico, sin mirarme, llamando a otra mujer, ¡Sofía!, su "musa". De repente, me preguntó por la peineta de mi abuela, una preciada reliquia familiar, para que ella la usara. Mi corazón se heló con la verdad.

Me humilló con su indiferencia, minimizando mi dolor y mi arte flamenco. Más tarde, vi el horror en directo: Javier, con la peineta de mi abuela, arrodillado ante su "musa" proponiéndole matrimonio.

Cuando confronté la traición, esa peineta, símbolo de mi linaje, fue destrozada sin piedad, y luego, mi ex intentó reemplazarla con una falsa réplica. El mundo se me vino abajo, sentí toda mi dignidad pisoteada.

¿Cómo pudo este hombre, a quien di ocho años, ser tan ciego, tan cruel? ¿Reducirme a una "tonta" a la que podía manipular? La ira y el asco me invadieron al ver su descarada duplicidad y la superficialidad de su nueva "novia".

En medio de mi desesperación, tomé una decisión que cambiaría mi vida para siempre.

Marqué el número de Mateo Vargas, el poderoso y enigmático heredero de una dinastía andaluza que llevaba años esperándome. A su antigua oferta de matrimonio, finalmente respondí: "Sí, quiero casarme contigo".

Javier, que me creía destruida, se encontró en mi boda con una Isabela renacida, respaldada por un poder que él jamás podría imaginar. ¿Podría el ex arquitecto sobrevivir a la furia de los Vargas?

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Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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