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Black River
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Capítulo

La leyenda cuenta que los primeros lobos llegaron a la Tierra desde las estrellas, escapando de la destrucción de su planeta natal, Lycanthros. Solo unos pocos afortunados lograron sobrevivir y establecerse en nuestro mundo. A lo largo de los siglos, estos lobos inmortales se mezclaron con los humanos, transformándolos en seres como ellos para preservar su especie. Fundaron clanes poderosos en cada rincón del planeta, gobernando en silencio y sin problemas durante milenios. Sin embargo, la historia dio un giro cuando Antón, el nieto de dos de los lobos de las estrellas, ascendió al trono como el alfa absoluto. Gobernaba con mano firme pero amable, manteniendo la paz y la armonía entre todos los lobos de la Tierra. Pero cuando su compañera, una loba poderosa como pocas, apareció en su vida, todo cambió. Descubrió que estaban unidos por lazos que no podían romperse fácilmente. Antón, que había sido un líder compasivo, se vio enfrentado a un dilema. La seguridad y felicidad de su compañera eran su prioridad, y si eso significaba convertirse en un alfa brutal para protegerla, entonces así sería.

Capítulo 1 Los primeros lobos

En un tiempo donde la Tierra aún se encontraba en sus primeros albores, vivía una joven llamada Lyceria. Hija de una humilde familia, perdió a sus padres víctimas de una fuerte neumonía.

Eran pobres y su pequeña cabaña en el bosque no contaba con la protección suficiente; ambos no soportaron aquel crudo invierno. Y como vivían lejos, no pudo buscar ayuda. La comida pronto comenzó a escasear, su final estaba cerca, pero no le importaba. Estaba cansada; si iba al pueblo, la miraban con desprecio, siempre andrajosa, muy delgada. Y así jamás encontraría a un joven que la quisiera como esposa. Su única opción sería dedicarse a tratar a los habitantes con hierbas; su madre había sido la sanadora, y sin ella alrededor, recaería en manos de Lyceria el cuidar de los pobladores.

Una mañana, mientras se sentaba a observar el paisaje, vio una luz brillante acercándose a toda velocidad y cuando impactó el suelo, justo a su lado, todo pareció estremecerse. Estaba tan asustada que no podía moverse. Lo primero que sintió fue como si una especie de calor recorriera todo su cuerpo; sus órganos empezaron a transformarse, dejando de ser una simple humana. Poco después, la puerta se abrió y salieron algunos seres. Parecían humanos, pero ella era consciente de que eran algo más.

El líder, -asumió Lyceria, pues avanzaba primero- se dirigió a ella, asumiendo que comprendería sus palabras, pero no era así. Nunca había escuchado un lenguaje similar.

-Hylaris Selarion, ke vyrsi Lycanthros.

Definitivamente, Lyceria no lograba entenderlo, así que movió la cabeza en gesto negativo. ¿Podrían comunicarse usando las manos para señalar cosas? ¿La atacarían?

-No entiendo.

-Hylaris Selarion, ke vyrsi Lycanthros.

-No entiendo, de verdad que no.

Aquel ser se acercó a ella, y Lyceria retrocedió asustada y luego comenzó a correr, topándose de frente con dos de los matones del pueblo.

-Lyceria, es momento de que te mostremos que las brujas no son bienvenidas.

-Debemos irnos, han caído del cielo unos seres...

-Vimos la luz y escuchamos el sonido cuando cayó. ¿Has llamado demonios para que nos maten a todos?

-No he llamado a nadie.

El primero de ellos la golpeó en la cara haciéndola caer, el segundo levantó una piedra y justo antes de que la golpeara, cayó muerto. Lyceria se dio cuenta de que el mismo que trató de hablar con ella observaba a sus atacantes y se deshacía de ellos.

-¡No me lastimes!

Lyceria nunca se había sentido tan estúpida; si ella no lo entendía, a él debía de sucederle lo mismo. Aquella criatura comprendió que su gran tamaño podía estar impresionando a la pequeña criatura, así que levantó las manos y con cuidado para no asustarla, se tocó la cabeza.

Luego, señaló la cabeza de la joven, y ella comprendió lo que quería. Así que cuando se le acercó de nuevo, no se movió. Efectivamente, aquel ser solo quería colocar las manos sobre ella y al parecer lo hizo para aprender, porque al soltarla, ya hablaba su idioma.

-Lamento haberte asustado, mi nombre es Selarion.

-Al tocar mi cabeza has aprendido nuestro lenguaje.

-Sí, somos seres capaces de convertirnos en animales; en tu planeta, los conocen como lobos.

-Aquí les tememos.

-¿Hay otros como nosotros?

-No sé si más allá de nuestro pueblo existen. Aquí son solo lobos, pero son feroces; han matado a muchos de los niños de nuestro pueblo. Gracias, por cierto, por encargarte de esos dos; siempre que me ven, comienzan a hostigarme.

-Las mujeres deben protegerse; nosotros venimos en paz, pero eso no significa que permitamos abusos como ese.

-¿Desde dónde vienen?

-Nuestro hogar, un planeta llamado Lycanthros, fue atacado y desde entonces, hemos viajado buscando planetas que tuviesen una atmósfera que nos permitiera sobrevivir. Tomamos mucha información y el sitio que tenía un clima similar al de nuestro hogar era este -explicó Selarion con una mirada nostálgica en sus ojos plateados.

-La palabra planeta, no la entiendo. No sé si significa que vives cerca o lejos.

-Un planeta es como un inmenso hogar, donde habitan criaturas diferentes. El nuestro está lejos del tuyo, más allá que todas las estrellas que ves en el cielo.

-¿Quiénes han venido contigo? -quiso saber Lyceria, intrigada por la presencia de los visitantes.

-Quienes me acompañan son las últimas parejas vinculadas que quedan. Te presento a Zephyr y Selene; Ignatius y Pyralia; Aquarius y Naiade; Umbra y Noctis -enumeró Selarion, presentándolos uno por uno.

-Vaya, pues han aterrizado sin mayor problema. ¡Espero que nuestro planeta les dé el hogar que tanto necesitan!

-¿Cuál es tu nombre?

-Lyceria.

-Un nombre hermoso.

Lyceria observó que una de las mujeres estaba en avanzado estado de embarazo. ¿No había resultado herida durante el aterrizaje? Lyceria no dudó en ofrecerles refugio en su hogar para que, al menos, descansaran un poco. Mientras los dejaba a solas, tomó un balde de madera y caminó al río. El agua que corría por su cauce era fresca, seguro les apetecería.

-Tu casa es hermosa.

Lyceria se asustó y arrojó toda el agua, mojándose completamente. Aquello no era bueno, porque si enfermaba como lo habían hecho sus padres, moriría. Selarion tomó la cubeta y la llenó, frunciendo el ceño al sentir cuán pesada era. Aquella mujer era muy pequeña, delgada y débil. Además, estaba frío y ella no solo no tenía ropa de abrigo, sino que por su culpa, estaba mojada. Así que le quitó la camisa que estaba usando, causando que diera un grito de sorpresa.

-Pero ¿qué haces?

-¡Deja de protestar! En mi planeta no consideramos que vernos entre nosotros sea malo.

-En este planeta todo es distinto. Si alguien me viese así, me golpearían hasta matarme, pues no tengo esposo.

-Comprendo, pero estabas muy mojada, ahora usarás mi abrigo. Y como te decía, tu casa es hermosa.

-No lo creo, mis padres y yo éramos pobres.

-¿Pobres?

-Para obtener cosas en este planeta necesitas dinero, monedas de oro para hacer trueques, intercambios. Si quiero algo, debo dar monedas y nosotros no teníamos, así que mamá y yo sembrábamos lo que comíamos; lo que sobraba, papá iba a venderlo al pueblo. Ella trabajaba como curandera, y en teoría yo debería seguir su trabajo, pero esos dos que han venido a matarme, me llamaron bruja.

-¿Bruja?

-Mamá era una sanadora o curandera, como prefieras llamarla. Usaba las plantas para que los enfermos se curaran, pero algunas personas piensan que solo una bruja, una mujer que tiene poderes sobrenaturales, puede hacer lo que mamá hacía.

-Magia mala.

-Exacto, magia mala. Pero sanaba a la gente para conseguir monedas y con ellas comprar comida.

-¿Y tus padres?

-Murieron. Este invierno ha sido difícil y no pudimos proteger la casa; los agujeros en las paredes permitían que pasara el frío y ambos enfermaron.

-¿Hace cuánto tiempo pasó eso?

-Tres semanas.

Selarion guardó silencio; había aprendido el idioma, pero tardaba un poco en comprender ciertas cosas. La pérdida, ese dolor lo entendía, pero no sabía cómo manifestar que lo lamentaba.

-Nyqyntharielan.

-No te entiendo.

-Perdóname, es que me es difícil no hablar mi lengua; eso significa que lo lamento. Tenemos que seguir nuestro viaje, buscar en dónde vivir y no quiero dejarte sola.

-No te preocupes, me he acostumbrado a vivir aquí sola y me gusta.

-Voy a dejarte un collar, Lyceria. Tiene la piedra de mi planeta, esa que aquí llaman oro. Si necesitas ayuda, piensa en mí mientras la sujetas con tus manos y lo sabré. Llegaré lo más pronto que pueda.

-Pero van a irse lejos, llegará un momento en el que no puedas sentirlo, ¿o me equivoco?

-Las piedras funcionan como portales. Si cargamos cada piedra con nuestra energía, quien la tenga estará unido a ella y llegaremos a su lado en segundos.

-Asombroso. Las ropas que traen son adecuadas, ¿cómo es eso posible?

-Ves lo que queremos que veas. Nuestro poder sobre la mente humana es tan poderoso que si queremos que nos vean vestidos como ustedes, así lo harán.

-Vaya. Bueno, pues mucha suerte.

-Gracias.

Los acompañantes de Selarion le dieron respetuosas inclinaciones de cabeza y salieron de la casa. Le había gustado tener visitas, pues estas habían acabado con su vida monótona.

Durante algunos días, las cosas parecieron calmas, pero luego comenzó a nevar. Y eso significó no poder salir de su casa para buscar frutos para comer, y luego llegó la tos, su final estaba cerca y sonrió, se reuniría con sus padres. Decidida a no morir en aquella cabaña y aprovechando el poco rato de sol que había, decidió ir a sentarse a mirar el cielo. No llevó consigo el hermoso abrigo de Selarion, pues la nieve podría dañarlo. Avanzó unos pocos metros, y la fuerza, esa abandonó su cuerpo y se dejó caer abrazando su fin con una sonrisa en su rostro.

Selarion llevaba días inquieto, sabía que ella era su compañera. ¿Cómo era posible que fuese a encontrarla estando tan lejos de casa? Decidido a darle un hogar digno, empezó a investigar. Lo que Lyceria llamaba oro, era lo mismo que ellos tenían en Lycanthros, solo que para aquellos humanos, tan solo un pequeño gramo de aquel metal, parecía ser muy valioso, tanto que pudo comprar una casa,

ropas, comida y lo que necesitaba para tener una esposa, que es como supo que los habitantes llamaban a las mujeres que vivían con los hombres.

Les dijo a todos que era el esposo de Lyceria, que se habían casado y que había bajado de las montañas para comprarle una casa. Aquello, a lo que llamaban dinero, les hizo tomar deprisa posiciones importantes en el pueblo. Los respetaban y admiraban; sería perfecto para darle a Lyceria la vida que merecía.

Cuando volvió por ella se preocupó al encontrar abierta la puerta de su cabaña. Cerró los ojos y dejó que la conexión con la piedra en el collar que le había regalado lo ayudara a llegar a ella. Y después de algunos minutos la vio, tendida en el suelo, sin un buen abrigo, sin moverse.

-¡Lyceria! ¡Lyceria!

Corrió hacia ella lo más rápido que pudo, y sin pensarlo, la mordió. De no ser porque llevaba el collar y su energía le daba algo de fuerza, Lyceria hubiese muerto.

-Resiste, compañera, resiste.

-¿Selarion?

-Sí, te haré como yo, serás inmortal.

-Quiero morir, extraño a mis padres.

-No morirás.

-Ellos son mi familia.

-No, ellos fueron tu familia; tu presente soy yo. He comprado una casa, te he comprado pieles gruesas y hermosas que te darán calor en el invierno. Tenemos comida, tenemos todo lo que necesitamos. Preparé eso estos días y hoy, hoy vine a buscarte para darte la sorpresa.

Entraron a la vieja cabaña y la colocó sobre la cama. La mordió de nuevo y luego se hizo un corte en la mano para alimentarla con su sangre.

-Cuando despiertes serás como yo.

Mientras la miraba dormir, fue contactado por Noctis.

𝑈𝑚𝑏𝑟𝑎 𝑒𝑠𝑡𝑎́ 𝑝𝑜𝑟 𝑑𝑎𝑟 𝑎 𝑙𝑢𝑧 𝑎 𝑛𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑜 ℎ𝑖𝑗𝑜.

𝐹𝑒𝑙𝑖𝑐𝑖𝑑𝑎𝑑𝑒𝑠.

¿𝐿𝑎 𝑒𝑛𝑐𝑜𝑛𝑡𝑟𝑎𝑠𝑡𝑒?

𝑆𝑖́, 𝑦𝑎 𝑠𝑢 𝑐𝑢𝑒𝑟𝑝𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑎́ 𝑐𝑎𝑚𝑏𝑖𝑎𝑛𝑑𝑜.

𝑃𝑒𝑛𝑠𝑒́ 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑠𝑝𝑒𝑟𝑎𝑟𝑖́𝑎𝑠 𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜𝑠 𝑐𝑜𝑛𝑜𝑐𝑖𝑒𝑟𝑎 𝑚𝑒𝑗𝑜𝑟.

𝐿𝑎 𝑒𝑛𝑐𝑜𝑛𝑡𝑟𝑒́ 𝑎𝑔𝑜𝑛𝑖𝑧𝑎𝑛𝑑𝑜, 𝑛𝑜 𝑝𝑜𝑑𝑖́𝑎 ℎ𝑎𝑐𝑒𝑟 𝑜𝑡𝑟𝑎 𝑐𝑜𝑠𝑎. 𝑃𝑖́𝑑𝑒𝑙𝑒 𝑎 𝐼𝑔𝑛𝑎𝑡𝑖𝑢𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝑡𝑟𝑎𝑖𝑔𝑎 𝑟𝑜𝑝𝑎𝑠 𝑦 𝑐𝑜𝑚𝑖𝑑𝑎, 𝑛𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒𝑑𝑎𝑟𝑒𝑚𝑜𝑠 𝑎𝑞𝑢𝑖́ ℎ𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑑𝑜𝑚𝑖𝑛𝑒 𝑒𝑙 𝑐𝑎𝑚𝑏𝑖𝑜 𝑦 𝑠𝑒𝑝𝑎 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑛𝑜𝑠𝑜𝑡𝑟𝑜𝑠.

𝑇𝑢 𝑝𝑖𝑒𝑑𝑟𝑎 𝑙𝑒 𝑠𝑎𝑙𝑣𝑜́ 𝑙𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎.

𝑆𝑖́, 𝑛𝑜 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜 𝑛𝑖 𝑝𝑒𝑛𝑠𝑎𝑟 𝑒𝑛 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑢𝑑𝑜 𝑠𝑒𝑟.

Durante las siguientes semanas, ambos pasaron recluidos en aquella cabaña. Ella aprendió sobre los lobos, él a conocerla. Los aldeanos supieron el origen de los nuevos pobladores y aceptaron el ofrecimiento que les hicieron para convertirlos en lobos.

Y entonces llegó Anara, una hermosa niña con los cabellos como los de Lyceria y el poder de Selarion, quien llenó la vida de los alfas de alegría y amor. El tiempo empezó a avanzar, los lobos se separaron por parejas, estableciéndose en diversos lugares de todo el planeta, aprendiendo sobre finanzas, cómo camuflarse entre los humanos y cómo manejar negocios. Poco a poco, comenzaron a fundar sus propias manadas, estableciendo una red de lobos que compartían sus secretos y su historia.

Umbra, Noctis y su hijo Demeneter se quedaron viviendo con Lyceria, Selarion y su hija Anara. La pequeña había manifestado sus deseos de unirse a Demeneter y este, aunque no quiso y luchó por hacerle entender que no eran compañeros, una mañana tras reunirse con ella decidió que aceptaría aquella unión.

Y el tiempo avanzó aún más, y después de siglos de preparación, se reunieron de nuevo en Alaska. Conformaron el concilio, una autoridad suprema a la cual todos los lobos debían responder si cometían algún crimen o violaban las leyes establecidas.

-Bienvenidos todos. Lyceria y yo hemos construido esta fortaleza, tiene apartamentos para cada uno de ustedes; podrán correr libremente por nuestro bosque. Hemos ido transformando humanos y sé que tal cual lo prometimos, escogimos con sabiduría lo que nos ha dado la confianza de dejar en sus manos, los manejos de las distintas manadas.

-De todos nosotros-comenzó Ignatius-los únicos que hemos transformado a una pareja de humanos usando no solo sangre, sino vinculación, somos mi compañera y yo.

-Tal cual lo dice Ignatius-añadió Pyralia-escogimos unirlos a nosotros como si fuesen nuestros hijos.

-¿Por qué? Y no es que piense que está mal, pero creí que tratarían de tener a sus propios hijos.

-La radiación de este planeta nos permite vivir bien, pero soy estéril, y me cansé de tratar una y otra vez. Ustedes tienen a Anara, Umbra y Noctis a Demeneter y nosotros queríamos sentir ese vínculo. Ellos nos han dado a Antón, nuestro nieto quien es un lobo en estado puro.

Selarion abrió los ojos con sorpresa, eso era imposible.

-Eso sucedería solo si Antón hubiese nacido en nuestro hogar.

-Ya sabes que soy un lobo fuerte, podría desafiarte y ganar, pero no es mi intensión la de gobernar. Mi nieto ha heredado completamente mi poder y el de Pyralia.

-Tu nieto es por quien esperábamos, nuestro Alfa supremo.

-¿De qué hablas?

-Papá era el líder de nuestro planeta y como su hijo asumí el puesto. Eres más fuerte que yo, Ignatius, pero no eres un lobo alfa lo que significa que tus deseos de desafiarme son nulos.

-Es correcto.

-Se hablaba de la llegada de un lobo absoluto desde que mi abuelo gobernaba, pero ni mi padre ni yo lo éramos. Y de haber sido así, podríamos haber evitado la destrucción de nuestro planeta. Antón se preparará y cuando sea mayor, tomará el puesto como líder supremo.

Durante los siguientes mil años, los lobos asumieron distintos roles. Demeneter y su esposa Anara fueron enviados a recorrer el mundo para asegurarse de que las manadas estaban en orden.

Los demás miembros del concilio vieron de cerca los entrenamientos a los que se sometía Antón. Podía luchar cuerpo a cuerpo si lo quería, incluso eso lo ayudaba a mantener a su lobo en forma, pero si lo deseaba, aniquilaba pueblos enteros en solo segundos.

Antón era un lobo al que ninguno de ellos querría como enemigo.

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